La Habana, Cuba, sede de los diálogos de paz, abril 28 de 2013.
La Delegación de paz de las FARC-EP, desde La Habana, sede de los diálogos que deben aclimatar las condiciones que nos impulse a todos a avanzar en la consecución de la tan anhelada paz democrática con justicia social, saluda a todas y todos los asistentes al Foro Sobre Participación Política que se desarrolla, deliberante, en la ciudad de Bogotá, como un laudable esfuerzo de los sectores políticos, sociales y gremiales del país, por aportar luces, que nos permitan salir de la horrible noche de violencia antipopular que nos embarga desde hace más de 65 años.
Es sin lugar a dudas la secular cerrazón del régimen político colombiano, caracterizado por su acentuada intolerancia política, su sello oligárquico -y por antonomasia antidemocrático-, el principal causante de que la participación política de fuerzas alternativas en nuestro país, se haya tenido que desarrollar por medio de las armas en la lucha legitima de los humildes por acceder al gobierno y al poder que son, entre otras, características básicas de la lucha política de todos los partidos en el mundo.
Han sido innumerables los esfuerzos de los distintos sectores de la sociedad colombiana por abrirse camino en busca del reconocimiento de sus seculares reivindicaciones y siempre sin falta, la carrera termina estrellándose o contra la muerte impune y otras formas de coacción e inmovilismo o, contra el infranqueable muro de la politiquería criolla, que sus inefables usufructuarios, con cierto cinismo quieren presentarnos como la “democracia más antigua del continente”.
Digámoslo de una vez, el sistema político y electoral colombiano está podrido, infestado de corrupción, trampas, fraude, clientelismo, mañas leguleyas, compra de votos, reparto de la torta burocrática y de los pocos bienes y servicios que presta el Estado, que son derechos ciudadanos, pero que en la actual pantomima se han convertido por arte de birlibirloque en migajas disfrazadas de “subsidios y ayudas’’ que obligatoriamente deben ser agradecidas con el voto en las urnas.
Todo esto no es nuevo, desde el intento de asesinato a nuestro Libertador en la infausta noche septembrina, el distintivo del régimen político colombiano ha sido el uso de la violencia sistemática para sostenerse en el poder.
Así lo atestigua el asesinato del Mariscal Sucre; las más de 35 guerras civiles que asolaron nuestra patria en el siglo XIX, cada cual más oscura en su origen y aún más oscura en su desenlace. El siglo XX no deparó mejores destinos a la patria, y arrancó con una carnicería de 1.000 días, continuó con los magnicidios de Rafael Uribe Uribe y de Jorge Eliecer Gaitán -seguramente el costo que pagaron por haber osado mencionar la palabra socialismo desde las toldas partidarias tradicionales-; la violencia contra las bases liberales y contra los comunistas de los años 50, la tenebrosa aplicación de la anti nacional “Teoría de la Seguridad Nacional’’ a inicios de los años 60 y el desangre de los años 80 y 90, décadas enteras de guerra sucia, cuando Colombia vio con horror la intransigente mezquindad de las elites estatales y paraestatales, que asesinaron 4 candidatos presidenciales y a más de 5.000 militantes de la Unión Patriótica, también del Frente Popular y A Luchar.
El atentado personal, la desaparición forzada, las masacres, las torturas y las detenciones arbitrarias, la entronización de escuadrones de la muerte, al lado de elecciones periódicas sin ninguna garantía para las fuerzas de oposición, han sido en esencia la perversa combinación de formas de dominación que el establecimiento hegemónico despliega desde siempre.
Siempre hemos creído que la guerra civil no puede ser el futuro de la patria, y en el espíritu de nuestro programa agrario del año 64 -con total convicción lo decimos- nuestra lucha ha sido por tratar de garantizar que los cambios políticos, económicos, sociales y culturales que se han represado por más de 2 siglos de vida republicana, se puedan realizar por la vía menos dolorosa para nuestro pueblo, vía que siempre se nos ha negado.
¿Es la anterior situación un destino inexorable para nuestro país? Nosotros estamos seguros que no es así.
La convivencia democrática que permita desarrollar propuestas programáticas, sin los azares de la permanente amenaza sobre las vidas y la integridad física y moral de todos los asociados es posible, siempre y cuando se realicen una serie de reformas que desmonten el entramado de leyes represivas, coartadoras y antidemocráticas y aparatos creados ex-profeso, para contener la rebeldía de todo un país, y que se convierten en la actualidad en una barrera para el avance hacia una Colombia Nueva, en paz y desarrollo, que nos abrace a todos.
Los millones de colombianos que marcharon el pasado 9 de abril a lo largo y ancho de la geografía patria, expresaron el inmenso y ensordecedor llamado, en el que coinciden con relevantes dirigentes políticos, sociales, intelectuales y académicos para ‘’desoligarquisar’’ la dirección de la política y el Estado. El constituyente primario - verdadero soberano-, hizo sentir su fuerza volcánica en esta, que parece ser la hora de la paz, y sus voces deben ser escuchadas porque representan la voluntad nacional; esta manifestación, como las innumerables expresiones sociales y populares que a diario se dan en nuestra patria, son formas de participación política, como política también es nuestra lucha rebelde.
La participación política por la que luchamos la entendemos como participación ciudadana con carácter DECISORIO para la construcción de una democracia plena, y no como legitimadora de procesos amañados y de políticas que ya han sido delineadas de antemano por las élites.
De lo que se trata es de generar un ambiente jurídico y político que posibilite que los sindicalistas, las organizaciones agrarias, los indígenas, las negritudes, las mujeres, los jóvenes y estudiantes, los partidos minoritarios, los defensores de DD.HH, los millones de colombianos que tienen derecho a expresar libremente sus opiniones, su sexualidad y orientación de género, los artistas, los ecologistas, la insurgencia y en últimas, las grandes mayorías nacionales, puedan ejercer su sagrado derecho y deber de construir una patria grande y justa donde quepamos todos. Todos ellos en sus distintas manifestaciones, movilizaciones y formas organizativas tienen mucho que decir y mucho que aportar en este empeño por construir democracia.
Y porque son tantos y tan profundos los cambios por hacer es que creemos que una Asamblea Nacional Constituyente es el mecanismo más idóneo para refrendar los acuerdos y para reconciliar a la familia colombiana y avanzar en la reconstrucción de la patria; una Constituyente por la Paz, donde por primera vez en toda nuestra historia estemos todos y todas, incluyendo a los que luchamos con la bandera Bolivariana por construir un nuevo país que nos garantice el pleno ejercicio de nuestros derechos y la mayor suma de felicidad posible.