La Habana, Cuba, sede de los diálogos de paz, septiembre 14 de 2013
El paro agrario y sus ecos de indignación y de interpelación al régimen que no cesan, ha tenido la respuesta gubernamental de siempre: prometer, engañar, reprimir y continuar con la miserabilización del campo y la entrega de la soberanía patria a las trasnacionales, más recientemente mediante los Tratados de Libre Comercio. Su despliegue con más sectores se inició el 19 de agosto, y ha sido impresionante el flujo de compatriotas que con sus propias reivindicaciones o con las banderas de la solidaridad se han sumado, convergiendo finalmente en consignas reivindicativas y con objetivos políticos, que exigen cambios urgentes en las políticas económicas, sobre todo agrarias, que han tomado el rumbo de la reprimarización y la financiarización de la economía en detrimento de las mayorías.
Todas las exigencias de los manifestantes son viejas aspiraciones postergadas que ha conducido al país al fondo de la miseria y de una confrontación entre compatriotas que ya cumple más de medio siglo sin soluciones. En La Habana, coetáneamente, se buscan los caminos para alcanzar la paz estable y duradera, con la particularidad que, aunque el discurso de paz esté en boca de los gobernantes, sus acciones son de hostilidad económica y bélica contra los desposeídos.
No cesan los proyectos neoliberales y la represión, pero no cesa tampoco el alzamiento de las pobrerías: los mineros se levantan, los campesinos lanzan su producción a las carreteras porque pierden menos así que vendiendo el fruto de su trabajo; los educadores paralizan sus labores y se movilizan, los estudiantes elevan sus voces de rebeldía peleando por una educación de calidad, por su gratuidad y la ampliación de su cobertura; en fin, el escenario político se agita, pero la protesta social se desborda y el régimen en el desespero de su avaricia, mancha de sangre la contienda; es la sangre de los de abajo, que como héroes descamisados reciben los balazos, las bombas aturdidoras, los gases y la brutalidad de las fuerzas de represión, especialmente del Escuadrón Móvil Anti-Disturbios, ESMAD.
En medio de la dramática situación Santos anuncia un "Pacto Nacional por el Agro y el Desarrollo Rural" para hacer la "refundación del campo colombiano" y lanzar luego de una reunión de encorbatados, con la ausencia de los de ruana, decretos limosneros con los que dice que se "satisface parcialmente las demandas" del campesinado. Y se manifiesta que las decisiones están en coincidencia con lo que se ha acordado en la Mesa de Diálogos de la Habana. Algo muy fácil de afirmar cuando el país no conoce la totalidad de unos convenios en los que existen salvedades sobre temas vitales para la sobrevivencia de la población rural y sus economías. Ya es hora de levantar el manto de secretismo que sin razón se ha tendido sobre estos asuntos de interés nacional.
Los indignados, los verdaderos protagonistas del paro, han tenido que hacer su propia mesa alternativa, mientras se aumenta la burocracia del viceministro del desarrollo rural, mientras se dice que habrá control para fertilizantes y plaguicidas, que se eliminan aranceles para algunas partidas de insumos para el agro, que se elimina el contingente para los lacto-sueros, etc, etc, pero nada se dice de ponerle punto final a los apátridas Tratados de Libre Comercio que son lo que más ruina traen al campo, y nada tampoco se dice de parar la extranjerización de la tierra, o de su redistribución a partir de la culminación del latifundismo, que son problemas de fondo en esta larga noche de abandono al campo, que jamás gobierno alguno ha querido tocar para no incomodar a las clases pudientes de nuestro país, que ya están devorando la Altillanura colombiana, pero que ahora, aprovechando el paro, logran acomodarse con más gabelas que el gobierno entrega a partir de un supuesto equilibrio razonable, que según sus cuentas también debe beneficiar a los empresarios.
El problema no se resuelve con oportunismo y paños de agua tibia que han podido colocarse sin que para ello hubiese que esperar a que la gente se rebote. Las migajas no valen los muertos, los heridos y los judicializados que han dejado por centenares las recientes movilizaciones, ni es por las miserias del tal Pacto por lo que la guerrilla se ha alzado en armas. A nadie se debe engañar diciendo que estas medidas intrascendentes, que no se corresponden con los anhelos de la población rural, son la concreción de lo que la insurgencia ha planteado en La Habana.
Unos 2500 representantes de las comunidades rurales y populares en paro se reunieron el jueves en una cumbre que ratifica las medidas de lucha y exige una verdadera reforma agraria, repudiando el pacto nacional de los empresarios, que precisamente han sido cuestionados por los manifestantes en la medida en que nadie quiere que se reedite el viejo pacto de Chicoral que impida la reforma agraria necesaria; nadie quiere que con el cuento de la asociatividad entre estos empresarios y los campesinos, se le abra paso a una forma legal de despojo. Nadie quiere, el pacto del zorro con la gallina.
Las FARC están con las mayorías campesinas y rurales, y si en la Habana se avanza en la discusión del punto de Participación Política, son las organizaciones sociales y populares las que deben llevar la voz cantante.