SALUDO DEL COMANDANTE DE LAS FARC, TIMOLEÓN JIMÉNEZ, AL FESTIVAL NACIONAL DE LA JUVENTUD
Al saludar a la juventud colombiana presente en este escenario, las FARC-Ejército del Pueblo, más que exaltar la suma de cualidades que encierra el alma humana en esta etapa de la vida, quisiéramos poner de presente la especial situación espiritual en que se halla la generación ascendente, caracterizada por la formación de los valores éticos que habrán de guiar su futuro comportamiento. La natural inquietud y rebeldía de los años juveniles busca con ansiedad un motivo o razón que justifique su paso por la vida, poniendo en cuestión la suma de verdades establecidas e intentando construir su propia versión de la realidad.
Muchachas y muchachos sueñan con jugar en rol determinante en la sociedad, que al tiempo satisfaga sus inclinaciones personales y les permita sumarse con éxito al torrente de los acontecimientos. No resulta tan sencillo determinar ese camino, entre otras cosas porque poderosas fuerzas económicas y sociales se enfrentan en su entorno, jugando con sus sueños como si fueran leves briznas al viento. Se vive en un momento histórico preciso, en un país concreto, y en medio de tal cúmulo de contradicciones, que antes de poder ser obviadas terminan por definir la naturaleza del reto de los años.
Hay sin embargo ideas y posiciones éticas que cada joven puede definir para siempre, como especies de faros que iluminen sus posteriores pasos por la vida. Cada uno puede determinar si en su actuación personal va a pesar más el interés colectivo que el individual, si el espíritu de solidaridad tiene más peso en su ánimo que el egoísmo ciego. Cada quien puede definir lo que considera justo e injusto sobre la base del respeto a los demás y a su trabajo. Siempre habrá quienes piensen distinto, quienes pretenden inducir nuestro destino por sendas fangosas, y por eso es necesario que los jóvenes aprendan a estar alerta.
Ponerlo en duda todo, investigar con profundidad y seriedad cuánto de verdad hay en lo que nos dicen, no tragar entero las versiones de la realidad nacional y mundial que facilita el poder, auscultar los intereses ocultos que mueven los discursos oficiales, indagar con atención las razones de los contradictores, aprender a escuchar la voz de los débiles y humildes, descubrir la causa real que mueve la lucha de los pueblos, resultan cualidades imprescindibles para la comprensión del mundo y los conflictivos movimientos sociales, que de otro modo resultarán fuerzas ciegas que terminan arrollándonos. Sólo quienes logran asumir la búsqueda de la verdad por sí mismos, se convierten en hacedores de la historia y se libran de la esclavitud de la ignorancia.
Sabemos que en este Festival Nacional de la Juventud va a examinarse con detenimiento especial el tema de la paz, con miras a definir líneas de acción de las y los jóvenes de la patria. Asunto de singular importancia en un país como Colombia, que lleva más de cincuenta años sumergido en un conflicto fratricida que suele ser descrito de manera simplista desde las alturas del poder. La versión oficial habla de unos ciudadanos apátridas, obsesionados de manera fanática en contra de las instituciones democráticas que rigen en un país que de no ser por el conflicto armado, habría alcanzado los primeros niveles de desarrollo económico y social. De ese modo, alcanzar la paz significa tan solo que los alzados depongan su actitud y sus armas.
Semejante descripción nace sin duda de la necesidad de obviar cualquier examen acerca de las condiciones del país. La oligarquía dominante en Colombia esquiva su condición de clase poseedora de las mayores y mejores riquezas, que ha hecho suyas tras un largo proceso histórico de desposesión y violencia. Prefiere echar a rodar la versión infundada de que los colombianos poseemos un carácter violento que debemos domeñar, a objeto de desdibujar la realidad de persecución que impera en el país por cuenta de ella sola. Desde los propios albores de la independencia, la casta que se apoderó del poder tras desprestigiar y expulsar al Libertador Simón Bolívar, se ha valido del atropello, la arbitrariedad, la corrupción y el crimen para acrecentar sin límites el caudal de sus tesoros. La nación desde entonces ha soportado muchas violencias.
Mediando el siglo XX, la conjunción de los intereses norteamericanos empeñados en hacer la guerra por todos los medios a la alternativa socialista, al tiempo de asegurarse las principales fuentes de recursos naturales ubicadas al sur del río Bravo, y la voracidad latifundista local por las mejores tierras, produjo la horrorosa arremetida contra campesinos y colonos, que con la cobertura de una lucha violenta entre los partidos liberal y conservador, consiguió desterrar hacia las ciudades la mayor parte de la población rural. La obsesión por aniquilar un supuesto fantasma comunista patrocinado desde la Unión Soviética, dio origen a la aniquilación física de más de cuatrocientos mil compatriotas humildes atraídos por el pensamiento independiente y patriótico de Jorge Eliécer Gaitán por un lado y el Partido Comunista por el otro.
La resistencia popular daría origen a las primeras guerrillas liberales y comunistas, conformadas por colombianos del montón, obligados a tomar las armas para defender sus vidas y familias. Desde entonces, la oligarquía gobernante, tras agotar todas sus posibilidades de aplastamiento militar, ha apelado a la propuesta de soluciones políticas, siempre con la intención de equipararlas a la simple desmovilización y entrega de la insurgencia, haciendo caso omiso de las espantosas condiciones económicas, sociales y políticas que han generado la rebeldía armada. Siempre ha llamado también en los peores términos a los alzados, lanzado campañas de difamación en las que participan los aparatos de inteligencia militar y los grandes medios de su propiedad. Y más grave aún, siempre, repitiendo la criminal estrategia de la Corona española con los Comuneros de Galán, ha terminado por asesinar y desaparecer los guerrilleros inermes después de desmovilizarse.
El espacio es muy breve para resumir la larga y digna lucha de las guerrillas colombianas, pero hombres como Manuel Marulanda Vélez y Jacobo Arenas, tras ser bombardeada y asaltada la colonia agrícola de Marquetalia en mayo de 1964, tuvieron el genio de diseñar una estrategia hacia la toma del poder, en la que conjuntamente el pueblo organizado y movilizado, con un alto grado de conciencia política de clase, y un pequeño ejército insurgente, terminan dando al traste con el poder oligárquico y pro imperialista que explota y reprime a los colombianos. Desde entonces ningún poder político o militar ha podido, pese a experimentar todos los tipos concebibles del crimen y la violencia, apagar la llama encendida de las FARC, que contando con el apoyo de enormes masas campesinas y populares del país, levantan orgullosas hoy sus banderas.
Porque nacimos de una agresión guerrerista e infame del Estado colombiano apoyado por los Estados Unidos, hemos exigido siempre el fin de la guerra, tocado todas las puertas y emitido múltiples voces para que por vías civilizadas se ponga fin a la confrontación que trae tanto luto y dolor a nuestro pueblo. Primero con el gobierno de Belisario Betancur en 1984, luego con el de César Gaviria en 1991, después con el de Andrés Pastrana en 1998, y ahora con el de Juan Manuel Santos hemos acudido a Mesas de Diálogo con la idea fija de que pueda iniciarse desde allí, con la participación mayoritaria de la población colombiana, la construcción de un país democrático, sin las escandalosas diferencias sociales, en el que se respete la auténtica oposición política y no se la asesine como ocurrió con la Unión Patriótica nacida de los Acuerdos firmados en La Uribe con el Estado colombiano.
Hemos visto crecer de manera despiadada el monstruo del paramilitarismo, que reiteradamente se lanza contra los campos del país a sembrar en sangre y terror el despojo y el destierro de millones de compatriotas. La oligarquía colombiana, con un cinismo monumental, niega, por encima de todas las evidencias, su participación en el diseño y ejecución de semejante estrategia, en la que la clase política tradicional y las fuerzas armadas desempeñan un papel de singular importancia. La idea que vende el gobierno nacional es la de que las FARC somos las responsables únicas de la confrontación, las culpables de todo, y que por tanto no hay otra vía que la de nuestra desmovilización y entrega a cambio de un tratamiento carcelario moderado. Para que todo siga igual, para que pueda extenderse hasta sus últimas consecuencias el saqueo neoliberal del país y la expropiación total de los bienes y trabajo de los colombianos.
La juventud colombiana no puede permanecer indiferente ante la encrucijada por la que atraviesa el proceso de La Habana. Las amenazas cada vez más sonoras del Estado, de poner fin a la Mesa si las FARC nos seguimos negando a aceptar sus imposiciones, significan el fin de la actual posibilidad de hallar una salida concertada a la conflagración. Por encima de que millones de colombianos se han movilizado en más de una ocasión para defender las conversaciones de paz, el gobierno nacional se apresta una vez más a romperlas, con el ridículo argumento de que los diálogos no tienen por qué versar sobre la situación económica y social del país, ni sobre el carácter represivo y brutal de las fuerzas armadas, ni sobre reformas institucionales de ninguna naturaleza. Otra cosa firmó en el Acuerdo General de Agosto de 2012, quizás convencido de se trataba de simple retórica sin mayor contenido.
Estamos convencidos de que la presión popular que movió a la oligarquía colombiana a sentarse en una mesa de conversaciones tras una década de bombardeos, ametrallamientos, desembarcos, arrasamiento, capturas masivas de la población ycrímenes a granel, está llamada a jugar un papel determinante en el inmediato curso de los acontecimientos. Los estudiantes colombianos, la juventud combativa que logró frenar el proyecto neoliberal de educación de Santos, pueden conseguir que la oligarquía colombiana cese para siempre la represión y la guerra que la caracterizan. Ya sabemos que cuando el Presidente habla de diálogo y concertación, las tropas y el ESMAD disparan y apalean, que cuando habla de educación gratuita está pensando en privatizar, que cuando habla de pacto nacional agrario está imponiendo sus locomotoras a la brava, que cuando habla de prosperidad piensa en los bancos. Basta ya de tanta manipulación y mentira.
Las jóvenes y los jóvenes del país, con todas sus diversidades y esperanzas, tienen una vez más la palabra. Desde aquí, eternamente jóvenes, las guerrilleras y los guerrilleros de las FARC-EP estamos enviándoles nuestro abrazo. Éxitos en su Festival y sabias conclusiones.