La Habana, Cuba, sede de los diálogos de paz, marzo 21 de 2014
Las FARC-EP reafirma su posición de urgir el incio de las reformas estructurales del campo y hace un llamado al gobierno nacional a atender la voz de los pobladores rurales y sus exigencias decantadas en el pliego de la Cumbre Agraria: Campesina, Étnica y Popular realizada entre el 15 y el 17 de marzo en Bogotá.
Vulnera la confianza en un proceso de paz por parte del país que sufre las consecuencias de la guerra, si el gobierno no muestra de manera práctica su disposición de cambio, si lo que brinda como promesa no se concreta en hechos prácticos de ejercicio de la democracia y de reivindicación de los desposeídos, cumpliendo con sus compromisos y avanzando por otra senda que no sea la de la arbitrariedad y la represión.
Desde la Habana, la Delegación de Paz de las FARC-EP, expresa su solidaridad incondicional con la “rebelión de las ruanas, los ponchos y bastones”, porque son estas voces las que obligadamente debe escuchar la Mesa para construir un verdadero pacto de reconciliación, y no pensar que son las cumbres neoliberales de los encorbatados, o los “Pactos Agrarios” a espaldadas de los de abajo, con las élites agroindustriales y gremiales del campo, lo que va a arrojar las políticas agrarias que requiere el país.
Para llegar a la paz se necesita la determinación inquebrantable de brindarle, sin más demoras a nuestro pueblo, los cambios que le permitan no solamente tener el pan sobre la mesa, sino las condiciones de vida digna, en libertad y soberanía que fue la manera como lo soñaron quienes lucharon por la independencia de esta tierra que tenemos como nación. Para llegar a la paz hay que escuchas el clamor de las mayorías, sobre todo el de las pobrerías sometidas a la miseria y la desigualdad que impone el régimen con sus políticas que solamente benefician a las oligarquías y a las trasnacionales.
Uno de estos clamores es el de la Reforma Rural Integral porque el problema de la tierra y del territorio, que implican soberanía y sentido de patria, subyace como una de las causas fundamentales de la confrontación en un país como el nuestro, en el que la concentración en la tenencia de la tierra se evidencia en un coeficiente de Gini para el sector rural que se va aproximando a 0.9; es decir, casi al reino de la desigualdad absoluta.
Al respecto, aunque se ha avanzado modestamente en encontrar, mediante los diálogos de la Habana, soluciones al problema rural y al de la participación ciudadana, este último referido sobre todo al problema de la carencia de democracia en nuestro país, existen sustanciales salvedades que deberemos tratar insoslayablemente, contando con la participación de las comunidades, pero hablando con su propia voz.
Dentro de esta perspectiva se inscribe ahora más que nunca el importante protagonismo que vienen jugando las organizaciones sociales y populares, levantando sus reivindicaciones con energía y hablándole al gobierno con transparencia desde sus propias experiencias y necesidades, para indicarle que existen reformas que no se pueden ni se deben eludir o postergar, porque, además, respecto a ellas concurren también muchos compromisos suscritos por el gobierno, que generalmente no se han cumplido, colocando en mayor precariedad las ya lamentables condiciones de existencia de las gentes del campo.
La Agenda de la Habana indudablemente cobra vida en la medida en que esté ligada a los anhelos y expectativas de la población. En tal sentido creemos que es hora de que los debates electorales y el ejercicio de la política, dejen de exhibir el expectáculo grotesco y nauseabundo del clientelismo, la mermelada, el fraude y la corrupción que les caracteriza, y se tome el rumbo de ejercer la acción política como servicio a los intereses ciudadanos, debatiendo sobre los problemas de la guerra y de la paz, y sobre todo aquello que ha generado la ruina institucional y moral que hoy expresa la realidad del Estado y del régimen que gobierna.
Sinceramente queremos expresar como parte de esta reflexión, que los compatriotas del campo: indígenas, afrodescendientes, campesinos, comunidades interétnicas y en fin, estas gentes humildes, por tantas décadas abandonadas y maltratadas por un sistema que les excluye y margina, con su lucha altiva y persistente, con sus movilizaciones y paros, derramando su sangre y entregando sus vidas, le han mostrado al país y al mundo ya suficientemente la terrible realidad de injusticias que vive de manera acentuada la Colombia bucólica, profunda y olvidada que, dicho sea de paso, es la que alimenta al país. ¿Hasta cuando desoírlos? Esa Colombia debe ser escuchada sin más dilaciones ni excusas si es cierto que el camino de la paz se desea construir con la participación de todos y todas.
La paz solo será, si se escucha la voz del pueblo.