¡Emilio!, ¡Emilio!, llamaba incesantemente el comandante Isaías Trujillo por el pequeño radio de mano. La aviación bombardeaba implacablemente en Ratones, en la vereda Vallesi, cañón de la Llorona, municipio de Dabeiba, departamento de Antioquia. Los aviones de combate apoyaban a unidades del ejército gubernamental que habían desembarcado a las ocho horas, con el objetivo de cercar a la guerrilla. Inmediatamente se inició el combate y en poco tiempo la maniobra de la insurgencia fariana envolvía al enemigo, cercándolo y poniéndolo en grandes dificultades. Era septiembre de 1996.
Transcurría el día y el comandante Trujillo insistía en el llamado, ¡Hola, hola!, ¡Emilio!, ¡Emilio!, con la preocupación de no escuchar la contestación de su mando inmediatamente superior. Éste se encontraba ubicado en una garganta, cerca de donde hacía blanco la aviación, acompañado solamente por un guerrillero. Cuando el combate amainó, pasadas las 22 horas, Trujillo escuchó por fin una respuesta, que lo sorprendió por la tranquilidad y buen humor con que se oyó: ¡Aquí estoy, aún con vida!
Emilio, era el indicativo del comandante Efraín Guzmán, el mismo Nariño, ese histórico revolucionario que desde la fundación de las FARC-EP, siendo muy joven, entregó por completo su existencia a los sueños de redención de los oprimidos.
El camarada Efraín Guzmán se sintió incómodo, debido a que al comienzo del despliegue aéreo, el personal corrió a pegarse al enemigo de tierra, reforzando a las unidades que buscaban cercarlo, y buscando a la vez protegerse del bombardeo inminente. Él se negó a moverse, argumentando que esperaría hasta ver cuál era el punto que iban a bombardear. Desde su ubicación era posible observar la carretera que de Urabá conduce a Medellín y la maniobra de los aparatos. Pensó que los demás se habían retirado por miedo a los aviones. Con calma proverbial, permaneció atento al vuelo de estos y de los helicópteros, al mismo tiempo que, con la ayuda de su acompañante, intercalaba su vigilancia con la construcción de una trinchera.
Ese estado de ánimo se reflejó siempre en el semblante del comandante Nariño, el mismo Efraín Guzmán que abrigó el corazón y los recuerdos más sublimes del pueblo de Urabá. Él siempre porfiaba hasta encontrar el quiebre que le diera ventajas en cualquier situación operativa, organizativa, financiera o logística, para lograr el éxito en el desarrollo de los planes. Era la más nítida expresión de la constancia y creatividad rebeldes, de la iniciativa acertada sin aspavientos.
Efraín Guzmán fue un revolucionario sencillo, sin poses ni grandilocuencias, de lenguaje sincero, que pugnó siempre por estampar en la práctica cotidiana el pensamiento teórico revolucionario; para él, sin praxis no podía haber transformación social. El revolucionario tenía que estar dotado de la capacidad de corroborar en cada acto concreto de la vida los compromisos expuestos en la palabra. Las palabras, para él, tenían un inmenso peso moral, que debía alcanzar cuerpo en la vida práctica; quizás por eso medía cada una de ellas, las economizaba para expresar lo estrictamente necesario para que su interlocutor quedara claro de la acción a desarrollar. Pese a ello, no era un personaje taciturno, era un conversador agradable, un excelente interlocutor. La sinceridad y la lealtad borboteaban sin protocolos en su personalidad.
Efraín Guzmán fue la identidad que asumió el comandante Nariño cuando llegó a Urabá, en abril de 1978, enviado por el Secretariado Nacional de las FARC-EP, después de la Sexta Conferencia Nacional. Por eso los guerrilleros de otras regiones del país le conocían como el camarada Nariño, pero para los habitantes de Urabá, Chocó, Córdoba, el suroeste y bajo Cauca antioqueños fue el camarada Efraín Guzmán, o sencillamente Guzmán, o el Cucho, como se referían a él con confianza y afecto.
Este 7 de septiembre se cumplieron 11 años de su despedida, de su tránsito a la inmortalidad. Desde niño fue arrastrado por los efectos de la violencia estatal, fue víctima de los desafueros de la barbarie oligárquica y bipartidista, que lo obligaron a tomar el camino de la resistencia guerrillera. Se hizo conductor de guerrillas al lado del héroe insurgente de los Andes, el Comandante Manuel Marulanda Vélez.
Efraín Guzmán fue un persistente organizador de la rebeldía y resistencia del pueblo en armas, se hizo maestro de la guerra de guerrillas y tuvo el mérito de posicionar a la rebeldía fariana en el noroccidente colombiano, defendiendo a obreros y campesinos de la violencia de latifundistas y multinacionales del banano, así como del terror estatal y paraestatal.
Todos los combatientes de las FARC-EP y la militancia comunista insurreccional, recordamos siempre al camarada Efraín Guzmán, como el conductor que acompaña e inspira cada acto de rebeldía del pueblo en la lucha por un buen vivir con dignidad y justicia. Que la memoria nunca nos falle, para que el fuego de la praxis que nos inculcó Nariño, nos ilumine por siempre. Luz eterna a su memoria.
SECRETARIADO DEL ESTADO MAYOR CENTRAL DE LAS FARC-EP