La semana que termina, de paso por Madrid, el Presidente Santos sacó provecho del destacado papel de James Rodríguez y Carlos Bacca, que juegan respectivamente en el Real Madrid y el Sevilla de España, hablando de ellos como la expresión de una Colombia alegre, próspera y con fe en su futuro. Los colombianos hoy entran a las elites de la excelencia como proyección de un país moderno que pisa fuerte en los escenarios globales, afirmó categóricamente.
El país del Presidente no coincide con el que habitamos millones de sus compatriotas. Si nos atenemos al drama de las víctimas del conflicto que pasan de los seis millones, o a las manipuladas cifras de quienes sobreviven en condición de miseria absoluta y pobreza, eso solo bastaría para demostrarlo. Según las mediciones establecidas, aquellos que ganan el salario mínimo son potentados, pues sus ingresos están cinco veces por encima de los indicadores de pobreza.
Son las artes del pensamiento neoliberal, conseguir que todas las apreciaciones se funden en parámetros absurdos. Como el índice de crecimiento de la economía, que debe hacernos felices, sin que se repare en que la distribución de semejante riqueza colectiva se destina a unas cuantas manos. Por ser más alto que en los Estados Unidos y Europa, nos quieren hacer creer que somos más ricos que ellos, aun cuando son sus transnacionales las que se llevan la mejor tajada.
Igual pasa con el desempleo. Y con la violencia. Siempre hay a mano estadísticas para comprobar que la pesadilla es cuestión del pasado. Hasta se crean conceptos para distorsionar lo evidente, no se trata de dramáticas realidades sino de percepciones, de impresiones erradas. Así meten goles de antología, como ese de descubrir una placa en homenaje a los ingleses que murieron en el intento de invadir Cartagena de Indias en el siglo XVIII. Había que congraciar al Príncipe de Gales.
Y convencer a todos esos indios y negros ignorantes de la enorme significación que entraña morir en su suelo patrio por obra de las tropas de un imperio poderoso. Así de paso se van preparando para cuando les llegue el honor de caer bajo las botas de los marines. Que James y Bacca, como los llaman sus compatriotas de acá, brillen en la Copa del Rey, no es una muestra de nuestra prosperidad y fe en el futuro, sino una prueba más de nuestra condición de país expoliado.
Que una o dos docenas de jugadores nacionales se desempeñen con éxito en clubes de renombre mundial, mientras centenares de miles o millones de jóvenes de Tumaco, Buenaventura, Apartadó, Cúcuta, Quibdó, Cartagena o cualquier otra población carecen, ya no de la oportunidad de ingresar a un club deportivo, sino de comer, estudiar o dormir en un lecho decente, no nos hace distintos a los países del África negra con grandes estrellas futboleras en Europa.
Son los cuentos de hadas con los que la oligarquía dominante procura idiotizar la población víctima de las más grandes carencias. Nos dicen, con exaltado orgullo, que los colombianos no van a requerir de visa para ingresar a la Unión Europea, lo cual se supone debe llenar de alegría a la inmensa mayoría de compatriotas, que no tienen una sola oportunidad en la vida de pasar con sus familias una vacación aquí no más, en nuestras playas del Caribe.
Así pasa también con la historieta que difunde el Presidente en torno a la paz. Su periplo por el viejo continente apunta a convencer a los grandes inversionistas de esas economías en franca crisis, de que habrá un destino en el que contarán con excelentes posibilidades de negocios. La más rica biodiversidad del planeta, yacimientos petroleros y gasíferos, de carbón y minerales de nuevo tipo, explanadas maravillosas para los agrocombustibles. Todo presto al mejor postor.
Con una mano de obra dispuesta a emplearse en condiciones deplorables, con pequeños propietarios o simples poseedores de tierras que no serán obstáculo alguno para la instalación de los enclaves. Aquí los desplazamientos forzosos de la población son cuestión de rutina. Siempre se podrá tranzar con ellos beneficiosas alianzas estratégicas, o presionarlos para que abandonen sus predios en aras de la prosperidad. Ejemplos hay, como Buenaventura y sus casas de pique.
Que garantizan la expansión de los puertos privados estratégicos. El cuento de la paz sirve a la oligarquía para vender de todo. Imagínense que las FARC dejarán de producir drogas, asegura Santos, y que contribuirán a la erradicación total de los cultivos ilícitos. Eso representará el fin de la deforestación además. Falseando con descaro el sentido de lo acordado en La Habana, que apunta a golpear a las poderosas mafias enquistadas en el Estado.
Y que mantienen un correaje evidente con el sector financiero, que crece en gran medida gracias a sus operaciones de blanqueo de dineros sucios. Lo acordado sobre el Cuarto punto de la Agenda, es que los campesinos cultivadores y los adictos a las drogas deben contar con un tratamiento penal benéfico, que se adoptarán programas de salud para estos últimos, y se redimirá con programas estatales de ayuda integral agropecuaria y de infraestructura a los primeros.
En todo eso las FARC podremos contribuir en lo que esté a nuestro alcance. Así que lo que el Presidente Santos y sus voceros andan repitiendo en cuanto escenario visitan es una mentira del tamaño de un rascacielos. De ese modo no se trabaja por la paz. Ni siquiera reparan en que mientras mienten, brotan a la luz pública escándalos como el del coronel Mestre, ícono de la lucha contra las drogas, comprometido hasta el fondo en el próspero negocio ilícito.
Hombre de toda confianza y larga trayectoria heroica, simboliza la real situación del fenómeno criminal del narcotráfico, infiltrado hasta el fondo en las instituciones colombianas. Al tiempo que Santos, auto proclamado como el más grande enemigo de las FARC en su historia, reclamaba el triunfo en la guerra contra ese delito en el que ya no existían capos, las propias autoridades revelaban el nombre de Kike Jaramillo como el nuevo gran patrón a capturar.
El narcotráfico es un fenómeno consustancial a la economía globalizada de Colombia y muchos países. Las victoriosas relaciones del uribismo con las mafias narcotraficantes y paramilitares ponen de presente las grandes dificultades que tiene erradicar esa práctica criminal del país. El hecho de que Santos, que llegó al poder en un intento de la oligarquía tradicional por recuperar su prestancia, no condene ni aísle a Uribe, siembra muchas dudas sobre su real independencia.
Y sobre su sincera voluntad de paz. Uno diría que la idea es desaparecer la guerrilla para garantizar todo el mercado posible a las transnacionales. Y hacer necesarias a las fuerzas militares y demás tenebrosos aparatos de seguridad estatal, reforzados además con un fuero militar que los premie con la impunidad plena, para aplastar las manifestaciones de la inconformidad social y política. Para que las élites de la excelencia puedan pisotear con libertad el país de James y Bacca.