De lo referido a nuestro proyecto político, lo central tiene que ver con la continentalidad de la lucha revolucionaria, más aún en tiempos en que el imperio ha globalizado la dominación capitalista y ha terminado de consolidar sus estados policiales como garantes del poder económico y político de las transnacionales imperiales y sus oligarquías locales.
La resistencia de los pueblos del continente, aunque golpeada fuertemente por la derrota y caída del socialismo, se ha mantenido en pie y se vislumbran nuevas luchas con fuerzas renovadas, las generaciones que emergen de la historia, la continuidad de la lucha que se inició hace siglos y que en el último siglo ha visto cómo las banderas y luchas proletarias se jugaron la vida en el intento por cambiar el mundo.
En medio de esas luchas a nivel mundial, nuestro continente hizo lo suyo, siendo la revolución cubana el mayor símbolo de la voluntad y disposición combativa de un pueblo victorioso que logró romper las cadenas oligarcas e imperiales vestidas de uniforme militar.
Vendrían nuevos combates populares pero no lograron su objetivo estratégico, la represión renovada y reajustada por el imperio y sus lacayos fue brutal y desarmó con variadas estrategias todos los focos insurgentes desplegados por nuestro continente, siendo también muy simbólico el bombardeo en contra del compañero presidente Allende.
Sólo algunos lograron sobrevivir a esta criminal embestida imperial-oligarca. Ya sabemos algo de toda esa historia y la sangre derramada por nuestros hermanos latinoamericanos en este combate desigual, en donde cabe resaltar no sólo la resistencia y lucha heroica de nuestros pueblos pobres y originarios, sino y por sobretodo la capacidad de continuar la marcha a pesar de las derrotas y los grandes sacrificios generacionales.
Hoy esa marcha está nutriéndose de nuevas herramientas y contingentes sociales preparándose para las batallas que vienen. Batallas que emergen con nuevos horizontes y propuestas, en donde las cosmovisiones se empiezan a fundir y la tierra y sus especies comienzan a ser un solo objetivo.
En esto, la cosmovisión y la historia de nuestros pueblos originarios se transforman en un gran aporte ideológico a las luchas populares. La influencia del pensamiento occidental o europeísta en los sectores revolucionarios, contribuyó a generar visiones ideológicas esquemáticas, economicistas o bien estrategias de lucha e ideas de organización con una concepción vanguardista, que fue reproducida en las luchas de nuestros diferentes territorios.
La subsecuente concepción del partido y de la organización político-militar fue insuficiente para abordar todas las aristas de la lucha y la envergadura de la tarea de construir el socialismo, relegando el poder popular a una cuestión más política-formal que protagónica. La sustitución del sujeto social por el sujeto político se transformó finalmente en el sepulturero de los procesos revolucionarios en construcción. El mejor ejemplo de ello es la revolución bolchevique y su principal sepulturero el régimen estalinista.
En nuestro continente esta cosmovisión también tuvo sus expresiones y derivado de ella el vanguardismo recorrió más de un proceso que también tuvo su razón de ser en la derrota del movimiento popular. Las décadas del 60 y 70 fueron verdaderos semilleros de voluntad y disposición combativa en la lucha por el socialismo. Masas desbordantes de ganas de luchar contra el capitalismo y todo lo que él representa. Organizaciones revolucionarias que nacían por doquier y que empuñaban las armas en contra de los estados y sus fuerzas armadas por todo el continente.
La mística revolución sandinista emergía como la expresión más viva de esta voluntad armada de un pueblo latinoamericano.
Sin embargo, las fuerzas revolucionarias no dimensionaron la contraofensiva que el imperio y las oligarquías locales diseñarían para desarmar a las masas organizadas, generándose un vacío en las filas de la revolución, sobredimensionando las fuerzas propias y desarrollando por tanto estrategias que no daban cuenta de la real envergadura de la guerra popular y de los tiempos para su implementación en todos los campos de batalla. La mejor expresión de todo esto fue definir la toma del poder como un objetivo de corto alcance, planes de 5 a 10 años máximo para mega objetivo.
Hoy nuestro deber como luchadores del pueblo y por tanto continuadores de esta lucha centenaria es reflexionar y revisar en profundidad toda esta historia de muchos, de generaciones. Estamos en una nueva etapa histórica que resurge de las entrañas de la derrota de fines del siglo pasado.
Sobre esto nosotros hemos hecho algunas reflexiones públicas a través de nuestros comunicados, que más allá de cualquier cosa son un esfuerzo por intentar rearmarnos de proyecto y nuevas estrategias que respondan a esta larga historia y fundamentalmente a enfrentar de la mejor manera posible las luchas que se vienen de manera meteórica como pueblos y especie.
Estamos en una fase del capitalismo que ha puesto en estado agónico a nuestro planeta y a todas las especies que lo habitamos, en donde la expresión más salvaje se dará en torno a la crisis global de los recursos naturales y particularmente la del agua.
El imperio y su guerra de rapiña por los recursos energéticos del planeta está desplegada en todos los rincones de nuestro planeta. Los Balcanes, Irak, Libia son solo algunos ejemplos. Así como el genocidio de Israel en contra del pueblo palestino también esconde intereses de esa rapiña imperial.
El complejo militar industrial transnacional, encabezado por los gringos e Israel, realiza sus ganancias a punta de súper bombas y todo el arsenal de última generación en donde las victimas más grandes son los pueblos desarmados, su campo de experimentación.
Este complejo transnacional de la guerra imperial ha engendrado su pequeña bestia en nuestro continente, específicamente en Colombia, en donde sectores oligarcas junto al alto mando de las fuerzas armadas han hecho del conflicto interno con las fuerzas revolucionarias un negocio de alto calibre. Las bases militares instaladas y el pie de fuerza construido en estas décadas (500 mil hombres) son la punta de lanza para los objetivos de la guerra de saqueo del imperio norteamericano en nuestro continente, cuyo principal objetivo lo constituye Venezuela por sus sabidas y enormes reservas energéticas, así como por su camino emprendido de la mano del comandante Chávez y su proceso bolivariano.
De igual modo el surgimiento de otros procesos democráticos populares en el continente, por ejemplo en Bolivia, Ecuador o Nicaragua, con sus políticas progresistas y de construcción de bloque con ciertos niveles de autonomía de los gringos, ponen en la mira del imperio a estos gobiernos, más allá del verdadero peligro que representan para sus intereses geopolíticos. Más bien la preocupación más profunda del imperio se da en el marco del acercamiento progresivo de estos gobiernos con China y Rusia.
En medio de este panorama global la lucha de clases en el continente se agudiza y los conflictos sociales se hacen más cotidianos. Colombia viene viviendo un proceso importante de reactivación de las luchas sociales, a pesar del fuerte estado represivo y de los factores paramilitares que continúan su política de exterminio en contra de los dirigentes y luchadores populares. Los trabajadores y el pueblo vienen ganando en niveles de organización que se ha expresado en sendos paros nacionales en estos últimos dos años.
Y es en este contexto de ascenso de las luchas populares en que se desarrollan los diálogos de paz con las FARC y el ELN. Proceso que sin duda es muy complejo y de difícil desenlace satisfactorio para las partes, ya que éste se da fundamentalmente con el gobierno de Santos, que no es lo mismo que el Estado colombiano y sus poderes fácticos, en donde el paramilitarismo Uribista ha penetrado fuertemente sus instituciones y fundamentalmente en donde las FF.AA están encabezadas por un mando ideológicamente pro imperialista y guerrerista, así como la doctrina militar está guiada por una concepción más bien fascista y contrainsurgente.
El sector oligarca representado por Santos necesita la paz para el despliegue de sus negocios con el capital transnacional, cuyo principal interés de inversión lo tiene puesto en las reservas energéticas variadas existente justamente en los territorios controlados por la guerrilla.
Por otra parte, el largo desangre popular en una guerra abierta que ya lleva 50 años, así como el renovado poder militar contrainsurgente de la mano del plan Colombia y los estratégicos golpes asestados a la guerrilla ha puesto el conflicto en un punto muy complejo, en donde el cerco, la readecuación de la estrategia de combate de grandes unidades a la guerra de guerrillas y la escasa ayuda y solidaridad internacional obliga a buscar salidas políticas que oxigenen la lucha y permitan reconstruir las fuerzas sobre un proyecto revolucionario acorde al nuevo momento histórico que vivimos, cuidando por sobre todo no perder la legitimidad de la resistencia en todas sus formas del pueblo organizado, por lo que sin duda el tema más complejo a tratar y resolver de manera satisfactoria para las partes será justamente el de lo armado.
Mientras que en Chile el regreso de la Concertación en su versión actualizada como Nueva Mayoría y sus promesas estratégicas de campaña se comienza a desplomar una vez más frente a los verdaderos poderes del país, esos que controlan la economía y las instituciones neurálgicas del estado. La gran bandera de Bachelet, la reforma educacional y la tributaria, se desdibuja y pierde parte importante del apoyo de los sectores sociales. Los tijerazos de la derecha y sus aliados de siempre han puesto en una difícil encrucijada al gobierno y ya las movilizaciones de los estudiantes y trabajadores comienzan a instalarse nuevamente en las calles del país, a pesar del papel que ha asumido el PC con su incorporación al nuevo gobierno. Una vez más apoyando políticas neoliberales y postergando los verdaderos interés del pueblo por los intereses propios como partido ahora en el poder.
Sin duda es un elemento que distorsiona las luchas de los trabajadores, ya que el PC es parte de su conducción organizada, así también es un elemento preocupante el rol que podría jugar en la desarticulación de los sectores más radicales, así como lo hicieron los socialistas al inicio de los gobiernos concertacionistas, siendo la principal expresión la Oficina de Seguridad Pública y el ministerio de interior. Y tal como a comienzos de los 90’s lo hizo la Concertación hoy día el gobierno de la “Nueva Mayoría” impulsa un perfeccionamiento legal, jurídico y material de sus aparatos de inteligencia, mediante la “modernización” de la Ley Antiterrorista y la Agencia Nacional de Inteligencia. El nuevo proyecto de ley considera como terrorista todo intento por “socavar o destruir el orden institucional democrático, imponer exigencias a la autoridad política, arrancar decisiones de ésta, alterar gravemente el orden público o infundir temor generalizado en la población de pérdida o privación de derechos fundamentales”, es decir una tipificación tan amplia que legaliza la persecución de los movimientos sociales y las organizaciones políticas anticapitalistas.
Esto en momentos en que el conflicto mapuche sigue siendo la principal piedra en el zapato para las administraciones de turno. Las acciones insurgentes por territorio y autonomía continúan a un ritmo impensado por muchos, ya que los niveles de organización de los Peñis han logrado construir una red de muchos contingentes, superando el esquema que en su momento significó la CAM.
La legitimidad de su lucha logró instalarse en el pueblo pobre chileno y con ello se han podido desarrollar importantes movilizaciones de solidaridad y algunas redes de apoyo internas como internacionales. El gobierno de Bachelet busca un acuerdo desesperado con estos sectores de manera de pacificar la zona y así continuar con los planes económicos del modelo chileno, en donde por ejemplo el sector forestal y de las papeleras representa una importante inversión de las grandes empresas. Como dato específico, el gobierno de Bachelet impulsa un proyecto de prórroga del Decreto Ley 701 (impuesto por la dictadura militar en 1974) para fortalecer la forestación a nivel país, y solapadamente duplicar los monocultivos de plantaciones exóticas de pino y eucaliptus, lo que intensificaría los graves impactos que viene causando esta industria y que pretenden expandirlo en terrenos de comunidades y sectores campesinos, que obviamente se encuentran en medio del territorio ancestral mapuche, el Wallmapu. En esta nueva propuesta los “pequeños y medianos propietarios”, por ejemplo comunidades mapuche, recibirían porcentajes mayores de bonificaciones por hectáreas plantadas.
Esta nueva estrategia, beneficia a las grandes compañías, ya que no necesitan adquirir más predios que signifique correr los riegos de conflictos y disputas territoriales con vecinos, como el caso de las comunidades mapuche, sino que anexan de manera encubierta los predios de comunidades y campesinos, incentivados por la oferta que hace el Estado, siendo las propias empresas las que tendrán luego el poder adquisitivo de las cosechas de estas plantaciones.
La apuesta de este gobierno es continuar con la entrega simbólica de tierras en zonas de conflicto, conceder el trato como conflicto social y no terrorista y apoyar con todo el proceso que lleva adelante un sector mapuche para la creación y legalización de un partido político.
De nuestra parte el objetivo central es avanzar en la alianza estratégica pueblo pobre-pueblo mapuche, en la perspectiva de la construcción de la alianza de los pueblos pobres y pueblos originarios del continente, en donde el cordón andino es un eje estratégico fundamental desde el punto de vista de la guerra de los pueblos latinoamericanos contra el imperio.
Es aquí entonces en donde toma sentido nuestra política actual de construcción de fuerzas sociales y político-militares, redes de apoyo con diverso carácter y la logística material para las resistencias que emergen y se vienen con fuerza por el planeta y nuestro continente.
La lucha en contra del saqueo transnacional de todos los recursos que nos pertenecen como humanidad cobra un sentido profundamente revolucionario, que se expresa fundamentalmente en la lucha por el territorio. Desde el territorio organizamos la lucha por la autonomía, la soberanía, la autogestión, expresada en el poder popular libertario, el mismo que de una u otra forma se viene construyendo en diferentes rincones del continente pero que sin duda aún es marginal, ya que también los gobiernos democráticos populares han logrado cooptar a importantes sectores sociales a la construcción de un poder popular institucional, el que obviamente tiene límites muy marcados a la hora de su autonomía y autogestión.
Sin embargo, entendemos que en estos procesos democráticos populares se gestan también mayores posibilidades de construcción revolucionaria que en otro tipo de regímenes autoritarios, por lo que siendo críticos a estos gobiernos, particularmente al proceso que se vive actualmente en Venezuela, no nos ponemos al lado de la oposición ni nada parecido, sino simplemente somos críticos de la institucionalidad democrático burguesa que no es capaz ni tiene la voluntad política de romper con los poderes fácticos del poder económico, político y militar transnacional y oligarca.
Esta situación de hecho genera las condiciones para que el negocio de la conciliación y corrupción se instale en el seno de estos procesos, siendo quizás este elemento el propio sepulturero de estos gobiernos en el transcurso de esta década.
En cuanto a nuestras tareas inmediatas, sin duda la más importante continúa siendo la refundación y reconstrucción de nuestro proyecto estratégico y las fuerzas sociales que lo componen, en donde el tema de la cosmovisión en el sentido ya expresado es el eje rector de nuestras definiciones político-militares.
Este proceso refundacional y de reconstrucción de fuerzas populares tiene como tarea central hoy el tema de la legitimidad de la lucha y la resistencia en todas sus formas. La crisis y derrota del movimiento popular y revolucionario nos dejó en un mal pie en este sentido. La legitimidad de la lucha armada se desdibujó en medio de la claudicación y traición que recorrió los procesos insurgentes en los 80 y 90 particularmente. Los llamados a la guerra popular con un desangre del pueblo grandísimo y la desmovilización de los mismos sin resultados concretos para los trabajadores y el pueblo, generaron un gran desánimo en las masas combatientes. La tesis del fin de la lucha armada y la construcción de la revolución socialista por la vía de las urnas se impuso en el ideario de la izquierda tradicional y los movimientos sociales emergentes en los 90.
Hoy esa tesis está en cuestión y la realidad nos dice que estos procesos democráticos populares no han logrado vencer los intereses del imperio y las oligarquías locales. Comienzan a desbordarse las demandas populares y los gobiernos no encuentran salidas a las barricadas del sistema capitalista, lo que los ha obligado cada vez más a ceder en sus objetivos estratégicos y conceder intereses económicos y espacios a los sectores más reaccionarios de estos procesos.
En este sentido el papel que están jugando las FARC y el ELN en nuestro continente es muy importante. Ellos tienen más que nadie hoy la posibilidad de hacer esta tarea política ideológica. Su consecuencia y compromiso plasmados en 50 años de lucha frontal contra el estado y el imperio son su principal aval para ser escuchados en sus reflexiones y a la vez apoyados en su lucha. Ellos, y para nosotros fundamentalmente el ELN, tienen que ser la voz de muchos, de los sin voz.
Por eso activar la solidaridad con el conflicto en Colombia y sus luchas es una de las tareas inmediatas y estratégicas. En esto estamos trabajando y la idea de rearticular una serie de relaciones internacionales junto a ellos en esta coyuntura de diálogos que va más allá del gobierno de Santos
La lucha de clases sigue su marcha y las contradicciones estructurales del modelo se agudizan cada día más. El populismo es una alternativa que se maneja pero que sin duda es de doble filo, ya en él gravita también la salida autoritaria y militarista de las nuevas clases en el poder.
Es en este marco en que los revolucionarios estamos obligados a rediseñar nuestras estrategias y buscar las nuevas alianzas de nuestros pueblos que nos permitan reconstruirnos desde nuestros territorios e intereses sociales, articulados en redes diversas, más que en organizaciones centralizadas tal cual las conocimos en las décadas anteriores, que nos permita rearmarnos buscando la relegitimación de la resistencia en todas sus formas. Esto es sin duda una tarea gigante y de largo plazo.
CONSTRUYENDO FUERZA Y UNIDAD CONTINENTAL
HASTA VENCER O MORIR