EL FUEGO Y EL SILENCIO. HISTORIA DE LAS FUERZAS DE LIBERACIÓN NACIONAL MEXICANAS (1969-1974)
(Tesis para obtener el grado de Licenciada en Historia)
Por Adela Cedillo Cedillo
Universidad Nacional Autónoma de México
México D.F., Ciudad Universitaria, 2008
Esta tesis tiene por objeto reconstruir la historia de una organización político-militar mexicana denominada Fuerzas de Liberación Nacional (FLN), la cual dio origen al Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN). El proyecto de investigación sobre este grupo ha sido concebido como una monografía en dos partes: la primera, que presento aquí y he bautizado como “El fuego y el silencio”, va de 1969 a 1974 y abarca del nacimiento de las FLN hasta la desarticulación de sus redes urbanas y su núcleo guerrillero rural. El título elegido parafrasea al del libro oficial sobre la historia del EZLN, “El fuego y la palabra”, escrito por la periodista Gloria Muñoz Ramírez. Consideré adecuado aludir al silencio, no sólo por la clandestinidad y el sigilo con el que desempeñaron su actividad los militantes de las FLN, sino por la negativa de los agentes de la represión y de los sobrevivientes de la lucha armada a revelar a detalle sus versiones de lo acontecido. Uno de éstos, Fernando Yáñez Muñoz, tiene una frase paradigmática al respecto: “la rebelión de los setentas nace en silencio, crece en silencio, vive en silencio”. Silencio que me he atrevido a profanar en aras de la elaboración de una visión esclarecedora sobre uno de los fenómenos más importantes de la historia mexicana reciente.
La segunda parte de la investigación, que dará continuidad al presente esfuerzo, cubrirá el periodo de 1975 a 1983 bajo el título El suspiro del silencio, y tratará de la historia de las FLN desde su reconstrucción hasta la creación de su brazo guerrillero rural (el EZLN). Ese trabajo sólo será posible en la medida en que cese la guerra de baja intensidad en Chiapas, que al destruir el tejido social de las comunidades indígenas imposibilita la recuperación de la historia de los orígenes del neozapatismo.
La elección de las FLN como objeto de estudio responde a varias inquietudes profesionales y políticas. En relación a las primeras, considero que hay un gran vacío cognoscitivo en torno a las décadas de los setenta y principios de los ochenta del siglo XX mexicano, pues el medio académico se ha conducido como si después de 1968 y hasta 1988 no hubiera ocurrido nada relevante. Se han estudiado algunos aspectos de los sexenios de Luis Echeverría y José López Portillo de forma aislada (el desarrollo compartido, la insurgencia sindical, el boom petrolero, la nacionalización de la banca, etc.), mas se comentan casi como accidentes dos de los fenómenos más significativos del periodo: el auge de la guerrilla urbana y rural, por un lado, y el surgimiento del narcotráfico a gran escala, por el otro.
Del caótico panorama que ofrece esta historia semi virgen, escogí a las Fuerzas de Liberación Nacional porque presentan un cuadro verdaderamente peculiar y su estudio entraña grandes dificultades que hacen de él un reto atractivo. Pese a haber sido una de las primeras organizaciones en orden de aparición (1969), las FLN han sido una de las últimas en ser tomadas en cuenta como objeto de estudio, a diferencia del Partido de los Pobres, la Asociación Cívica Nacional Revolucionaria, el Movimiento de Acción Revolucionaria o la Liga Comunista 23 de Septiembre. Durante años, los únicos libros sobre el triple operativo que devastó a las FLN en 1974 fueron las novelas de Fritz Glockner, Veinte de cobre (1997) y de Ignacio Retes, Por supuesto (2000). El primero se basaba en testimonios familiares y personales, mientras que el segundo echó mano de la información hemerográfica disponible.
Paradójicamente, las FLN fueron la organización guerrillera sobre la que más se escuchó en 1995, ya que el origen del EZLN se hizo público ese año como parte dela estrategia mediática contrainsurgente del gobierno de Ernesto Zedillo, quien destacó la vieja estirpe del grupo matriz, la identidad mestiza y regiomontana de sus fundadores, su marxismo trasnochado y hasta un supuesto financiamiento de Cuba (las injerencias extranjeras fueron una vez más el argumento favorito para desviar la atención sobre las causas internas de la guerrilla).
En circunstancias del todo opacas, el escritor Carlos Tello y los periodistas Maité Rico y Bertrand de la Grange fueron los primeros civiles autorizados para utilizar los expedientes de las FLN entonces resguardados por el Centro de Investigaciones en Seguridad Nacional (CISEN) y la Secretaría de la Defensa Nacional (SEDENA). Sus respectivas obras, La rebelión de las cañadas (1995) y Marcos, la genial impostura (1997), carecen por completo de rigor teórico-metodológico y se fijan obsesivamente el propósito de demostrar que el EZLN no tenía nada de novedoso, pues era una guerrilla fósil de los setenta que luchaba por el socialismo y era dirigida por mestizos que utilizaban a los indígenas como carne de cañón para sus oscuros fines. Además, ponían el acento en que uno de sus dirigentes, Fernando Yáñez, era un asesino que había matado a sangre fría a dos de sus excompañeros por presunta delación.
El EZLN hizo poco por defenderse de tales ataques, pues había combates más importantes qué librar que los de la memoria y la reputación. Después del boom mediático, la historia de las FLN quedó flotando en el aire, como un jinete acaballo entre dos silencios. El gobierno gastó todos sus cartuchos al respecto y los zapatistas a la fecha no han querido abundar sobre su pasado, aduciendo razones de seguridad.
El único sobreviviente del núcleo fundador de las FLN, Fernando Yáñez, ha impuesto una especie de veto a la escritura de su historia por considerar que aun no ha llegado el momento de hacerla pública, de tal suerte que los sobrevivientes de las FLN mantienen bajo llave sus secretos con el argumento de la vigencia de su lucha, a diferencia de los excombatientes de otras organizaciones que se han sentado a reflexionar, de forma personal y colectiva, sobre el origen y desarrollo de una guerra que militarmente perdió el movimiento armado socialista en su conjunto.
Los exmilitantes de las FLN son atípicos en su necesidad de callar. Como todo grupo forjado en el hermetismo, se saben poseedores únicos de una información que por secreta se torna más valiosa y convierte a sus portadores en una especie de elegidos. Al haber conquistado un poder mediático, el EZLN atravesó por un proceso de resignificación de su experiencia consistente en la elaboración de una historia de bronce, cuyos signos más notables fueron: la creación de un panteón de héroes propios, el establecimiento de un calendario de fechas conmemorativas y la difusión con tintes míticos de capítulos fundacionales y épicos de su trayectoria. Dicho proceso no tocó a las FLN más que en el terreno de lo estrictamente simbólico.
Por otra parte, los mandos zapatistas admitieron que se escribiera una historia oficial sobre el EZLN y no hicieron otro tanto con la de las FLN, pese a que la mayoría de los protagonistas de la primera etapa de las FLN fueron ejecutados o desaparecidos. A cambio, los mandos los reconocieron como héroes, les abrieron un pequeño museo en el 2002 y les rindieron un homenaje público el 17 de noviembre de 2006 en dicho lugar.
La negativa a descorrer por completo el velo de la historia de las FLN fue la respuesta del grupo insurgente al énfasis de la estrategia mediática gubernamental en torno al papel de los mestizos al interior de las FLN y el EZLN, la cual, en una clara muestra de racismo, menospreciaba la iniciativa de los indígenas. En la década de los noventa, hablar de la historia de las FLN hubiera implicado admitir que quienes concibieron la creación del EZLN en la década de los setenta eran en efecto mestizos en su totalidad. Desde la posición de los neozapatistas, la información que se ventile puede ser manipulada por sus enemigos a fin de dañar la imagen publicitaria del grupo, como lo hicieran Tello, Rico y de la Grange. No comparto en lo absoluto las intenciones de estos individuos y respeto la postura de exmilitantes y neozapatistassobre su pasado remoto, pero estoy convencida de que la sociedad tiene derecho a conocer la historia del grupo que sembró una de las muchas semillas que conformaron al EZLN, entreotras cosas, porque ahora hay más condiciones para ello, pese a que éstas disten mucho de ser óptimas. Parto también de que el pasado no tiene dueño y, para ganar la “guerra contra el olvido”, también hace falta escribir sobre la rebelión silenciosa y silenciada de los setenta. Al respecto, me permito evocar una frase que le escuché alguna vez a uno de los participantes en el frustrado secuestro y ejecución del empresario Eugenio Garza Sada: “esta historia ya no nos pertenece, es del pueblo de México y a él hay que entregarla”.
Evidentemente, el tema del neozapatismo se ha polarizado y su estudio se ha tornado infinitamente más complejo. Por eso, este ensayo no se compromete con una neutralidad imposible, pero sí se sustenta en una legítima aspiración de objetividad que permita ofrecer un panorama esclarecedor sobre la génesis de las Fuerzas de Liberación Nacional.