La Habana, Cuba, sede de los diálogos de paz, Marzo 5 de 2015
SALUDO DE LA DELEGACIÓN DE PAZ DE LAS FARC-EP, A LOS INTEGRANTES DE LA SUBCOMISIÓN TÉCNICA
(Oficiales de las FF AA de Colombia)
Iván Márquez presento a nombre de la insurgencia, las siguientes palabras de saludo y bienvenida al equipo de oficiales que el gobierno colombiano designo para tratar en la Habana, los temas de Cese al Fuego y dejación de armas.
Señor General Javier Alberto Flórez
Brigadier General Martín Fernando Nieto
Brigadier General Carlos Alfonso Rojas
Brigadier General del Aire Oswaldo Rivera
Contralmirante Orlando Romero
Brigadier General Álvaro Pico
Teniente de Navío Juanita Millán
Coronel Saúl Rojas
Coronel Edwin Chavarro
Capitán de Fragata Omár Cortés
Mayor Rodrigo Mezú
Coronel Vicente Sarmiento
Coronel ® Carlos Ignacio González
Señores asesores
General Julio Arnoldo Balconi Turcios (Guatemala)
Señor Sandino Asturias (Guatemala)
Señores plenipotenciarios del gobierno
Señores países garantes Cuba y Noruega
“…sin duda la espada de los libertadores no debe emplearse
si no en hacer resaltar los derechos del pueblo”.
Simón Bolívar: Carta al general San Martín. Quito, 22 de junio de 1822.
Señores oficiales de las distintas armas presentes hoy en esta isla de Martí, donde se escenificará muy pronto al restablecimiento de relaciones diplomáticas entre Cuba y los Estados Unidos -a cuyos pueblos deseamos una larga era de entendimiento, sin bloqueos ni guerra fría-, permítannos extenderles, rememorando al padre Libertador, el saludo de una fuerza guerrillera que hoy aspira a construir con ustedes la Colombia del futuro.
Para Bolívar, la unidad era, y sigue siendo, la base de nuestra existencia política. Con ese propósito había convocado el Congreso de Panamá, buscando la creación en este hemisferio de una gran nación de repúblicas hermanas que con sus fuerzas congregadas afianzara nuestra independencia, rechazara a las potencias coloniales, y sobre todo, arropara el continente con la reforma social bajo los auspicios de la libertad y la paz.
Los enemigos de Colombia sabían muy bien que la fortaleza de Bolívar residía en esos ideales que tremolaban altivos en los pendones de su ejército, ese ejército que era pueblo en armas defendiendo la patria y las garantías sociales y al mismo tiempo creador de la República. Su mismo comandante, el Presidente Libertador, lo denominó “defensor de la libertad”, agregando que “sus glorias deben confundirse con las de la República, y su ambición debe quedar satisfecha al hacer la felicidad de su país”. Desde los campamentos y cuarteles del ejército en el Orinoco, en el pueblo rivereño de Angostura, fue naciendo la nueva institucionalidad republicana, sus instancias de poder, hasta tomar cuerpo en los mismos campos de combate, como quedó reseñado en el parte militar del Libertador Simón Bolívar, luego de la crucial batalla de Carabobo, cuando dijo: “hoy se ha confirmado en una espléndida victoria el nacimiento político de la República de Colombia”.
En 1823 el Secretario de Estado John Quincy Adams le escribía al ministro norteamericano en Bogotá, Richard C. Anderson: “… Si la República de Colombia se organiza permanentemente para encerrar todo el territorio a que hoy aspira, y si goza del beneficio de un gobierno que realmente proteja los derechos del pueblo, es indudable que estará llamada a ser en lo adelante una de las naciones más poderosas de la tierra”. Precisamente, lo que no querían que ocurriera, porque lo veían como obstáculo a la concreción de su fantasioso Destino Manifiesto, según el cual, supuestamente, la providencia les habría entregado Nuestra América para edificar a partir de ella su avasallante imperio.
Por eso detestaban al transformador social, al alfarero de repúblicas y creador de Estados sobre la base de la soberanía popular, al organizador de la hacienda pública y administrador pulquérrimo, al estratega de las relaciones internacionales y adalid de la unidad, al apóstol de la igualdad y de la ruptura de las barreras étnicas, al forjador de conciencia de patria y de soberanía, al fundador de periódicos y hospitales, al ingeniero de caminos y visionario de canales interoceánicos, al que invitaba a despedazar en los papeles públicos a los corruptos y ladrones del Estado, a quien había declarado la educación como la primera necesidad de la República y decretado que esta debía ser gratuita, laica y generalizada; y para lo cual no se cansó de fundar escuelas, colegios y universidades en toda la extensión del teatro de sus dilatadas campañas.
Nuestro arquetipo y nuestro ejemplo debe ser ese poliedro de espejos que destellaba luces en todas las direcciones de la rosa de los vientos, que nos mostrara el señor General, Álvaro Valencia Tovar, en su obra EL SER GUERRERO DEL LIBERTADOR y que hace parte,no solo de la colección de oro de las Fuerzas Militares, sino que fue mimeografiado en las montañas de Colombia, con la orden expresa de nuestro comandante Jacobo Arenas, de que se convirtiera texto de obligado estudio por parte de los guerrilleros
De alguna manera, señores oficiales de las Fuerzas Armadas, hay algo que nos une y nos susurra desde lo profundo de nuestra historia, que nos dice, que el destino de Colombia no puede ser de contienda y pólvora, de desangre fratricida y víctimas, sobre las que se sostienen privilegios insoportables.
Podemos convenir que se nos ha impuesto desde las alturas una guerra que ni ustedes ni nosotros, como hijos del pueblo llano buscamos. Por eso esta guerra entre pobres debe terminar. Pero no hay manera de concluirla sin la determinación enfática de los guerreros y los contendientes que son en últimas los que arriesgan sus vidas en los campos de batalla, para mayor sufrimiento de quienes nos aman.
Señores generales, señores oficiales: desde hace años hemos esperado el cumplimiento de esta cita, sin duda pendiente. Cita que nuestro comandante, Manual Marulanda Vélez, preveía como necesaria. Recuerden ustedes, cómo el 31 de marzo de 2003, mediante carta pública, los invitó a que conversáramos sin intermediarios. Repasemos algunos de los términos de aquella misiva: "Ustedes y nosotros estamos retardados en dirimir nuestras diferencias mediante diálogos hacia la solución de la problemática nacional, para bien de las futuras generaciones de compatriotas. (…) conozco que entre ustedes hay militares con sensibilidad social, dispuestos a defender la dignidad y la soberanía de nuestra patria”.
Reiteremos que ni ustedes ni nosotros iniciamos esta guerra. Basta ver nuestras caras, nuestra piel, conocer nuestro origen y nuestra condición, para concluir que hemos librado luchas cruentas sin que en el campo de batalla se haya derramado una sola gota de sangre de quienes hoy no ven otra manera de plantear una salida al conflicto armado interno que no sea lavándose las manos; buscando dizque máximos responsable entre los actores armados, pretendiendo con ello soslayar su responsabilidad por las causas remotas y presentes de la lucha fratricida, de su dañino patrocinio, de sus intereses en la contienda y su responsabilidad política. Como si todo hubiese sido culpa de quienes portan el uniforme, así sean de distinto bando, cuando en realidad eso no resuelve la desigualdad, la miseria y la carencia de democracia que subyacen como causa de la confrontación y de la cual ellos son supremos responsables.
Hasta cuándo Colombia debe seguir siendo el escenario de una guerra eterna, originada por causas aún vigentes. Dieciocho presidentes de la República, si su inicio de confunde con la fecha del asesinato de Jorge Eliecer Gaitán; doce Jefes de Estado desde el bombardeo a Marquetalia.
27 comandantes del ejército y 27 Ministros de Defensa (antes ministerio de Guerra) desde el ataque a Marquetalia en 1964. Siempre manifestando por boca propia la proximidad de la terminación del conflicto a partir de la ilusión de la segura liquidación de los “bandoleros”.
No es del caso ahora recordar el número de comandantes de las otras fuerzas ni de las fuerzas de Policía. Lo dicho hasta acá indica que las cifras son similares para cada arma. A todos los recordamos. A todos los comandantes los saludamos de manera respetuosa, estén vivos o muertos, en este momento que aspiramos, ayude a la reconciliación.
Pero este soñado momento debe dejar atrás cualquier hecho del pasado que pueda empañarlo. Acá estamos para ver cómo, en pie de igualdad, le damos impulso constructivo a aquella parte de la agenda que toca con la guerra y la manera de concluirla definitivamente sin que queden en la arena ni vencedores ni vencidos. Ustedes y nosotros buscamos lo mismo. Anhelamos una Colombia justa, democrática, igualitaria, soberana, para cuyo propósito, jamás en La Habana se ha propuesto negociar la suerte del ejército. Por el contrario, nuestra preocupación ha sido por dignificarlo, apartarlo de la Doctrina de la Seguridad Nacional para que vuelva a su rol constitucional de defensa de las fronteras y de los intereses ciudadanos, que es la doctrina que nos legó el padre Libertador al manifestar en elCongreso Constituyente de Bolivia que “El destino del ejército es guarnecer la frontera. Dios nos preserve de que vuelva sus armas contra los ciudadanos”.Claro debe quedar que las FARC-EP no admiten la desatinada pretensión de hacer de los integrantes de la Fuerza Pública las manzanas podridas o los chivos expiatorios de las culpas de los determinadores de esta confrontación atrincherados en el bloque de poder dominante disfrutando las mieles de la expoliación de la patria.
Arrancando juntos la maleza jurídica que calculadamente han sembrado en el campo de la paz sus enemigos, abramos la trocha que conduzca a la reconciliación de Colombia.