La Habana, Cuba, sede de los diálogos de paz, mayo 4 de 2015
El informe de la Comisión Histórica del Conflicto y sus Víctimas, importante insumo para la discusión de los temas que abordará la Mesa de La Habana en esta etapa en la que se discuten asuntos cruciales para el logro de la paz, no podrá ser ignorado o trivializado por quienes pretenden tapar con tierra el rastro histórico de una tragedia humanitaria que se prolonga por más de medio siglo.
No somos un pueblo sin historia. Lo que ocurre es que hay sectores interesados que la quieren borrar y desaparecer, porque le tienen miedo a la verdad histórica, a su veredicto inapelable. La violencia en Colombia tiene unos responsables, mucho más grandes que la Catedral Primada. Imposible que puedan pasar de agache.
Tenemos una historia de resistencia a la opresión que inflama de orgullo el pecho nacional, que viene desde la Gaitana, Benkos Biohó, José Antonio Galán, Nariño y la Pola, que tiene que ver con la rebeldía de Gaitán, del cura Camilo, de Pardo Leal, de Marulanda Vélez y de todos quienes en el presente levantan las banderas de la Nueva Colombia.
Tal como se planteó en el comunicado conjunto de La Habana, fechado el 5 de agosto de 2014.“El informe de la Comisión deberá ser el insumo fundamental para la comprensión de las complejidades del conflicto y las responsabilidades de quienes hayan participado o tenido incidencia en el mismo y para esclarecimiento de la verdad”, Esta esencia no se ha perdido, sino que la quieren desaparecer.
No es que el informe de la Comisión Histórica sea inane, sino que hay factores de poder empeñados en hacerlo insustancial. Los relatos históricos contenidos en la contribución al entendimiento del conflicto armado en Colombia, apuntan al Estado como máximo responsable, por acción o por omisión -que es lo que pretenden ocultar-, pero al mismo tiempo señalizan una vía libre a la posibilidad de una solución propia, sin interferencias, y con una perspectiva necesaria e imperativa de crear un nuevo paradigma para la reconciliación de la familia colombiana.
Múltiples circunstancias no permitieron que el mundo se diera cuenta de lo ocurrido en Colombia durante décadas. Sólo el narcotráfico nos puso en el mapa, pero para la fecha de su aparición, cientos de miles de compatriotas habían caído muertos, la mayor parte por cuenta del Estado y de la guerra fría. Y desde hace muchos años terceros Estados han prestado ayuda militar a países violadores del DIH como el nuestro.
No podemos aceptar que por fuera de contexto o por concierto mediático, se nos tome como supremos responsables, bajo la incitación de los inspiradores del paramilitarismo de Estado y de los verdaderos determinadores de la vorágine violenta que ha azotado al país. Contra nuestros apoyos y simpatizantes, y contra gente que nada tenía que ver con nosotros, se aplicó la concepción del enemigo interno, y por eso se les destrozó con motosierras, se les calcinó en hornos crematorios, otros fueron arrojados a los ríos, a fosas comunes o despojados violentamente de sus tierras, millones fueron victimizados por la política neoliberal, movimientos alternativos de izquierda fueron exterminados, y en época más reciente miles de jóvenes desempleados cayeron asesinados en la trampa de los “falsos positivos” iniciados por la Seguridad Democrática.
Urge la evaluación inmediata en la Mesa de los resultados del informe de la Comisión Histórica del Conflicto y sus Víctimas, y su publicación masiva, para que el sol de la verdad alumbre y ayude a sanar las heridas de Colombia.
¿Quién firmó la Directiva 029 del Ministerio de Defensa que desató los crímenes de lesa humanidad, denominados “falsos positivos”? ¿Quién era el presidente y quién su ministro de Defensa? Que se abran los archivos.