Era la mañana del 10 de junio del 2005 en un pueblo cercano a la capital llamado Machalí. Allí la Casa de la Cultura era utilizada una vez al mes para el pago de las pensiones del INP.
En medio de las colas de quienes esperaban por su pago mensual se encontraba un comando del MIR-EGP, entre ellos nuestros hermanos Leo y Doc: Carlos Aedo y Alfredo Hermosilla.
El camión blindado de valores hace su arribo y con él las bolsas de dinero, objetivo de la misión del comando. Los guardias de seguridad de aquella empresa dejan las bolsas en el lugar y con ellas la custodia de otros guardias armados.
Es el momento de iniciar la operación. Segundos fulminantes que delatan las intenciones del comando, provocando una audaz y suicida reacción de un guardia de la empresa de valores que desata una feroz balacera y la estampida de todo el gentío presente.
Alfredo es el primero en reaccionar, pero cae herido de muerte debido a un certero disparo recibido en su cabeza. Por su altura sobresalía del resto de quienes estaban en esa cola. Su falta de experiencia operativa y sus ganas de hacer le jugaron en contra. Pero sobretodo la decisión apresurada y con ello la falta de rigurosidad en la preparación operativa del comando para aquella misión. Un error fatal.
Carlos repele ese ataque y a dos metros de distancia, frente a frente con aquel guardia, se intercambian tiros. El uniformado privado (ex militar) es herido de muerte y Carlos recibe dos tiros, uno en el cuello y otro en el abdomen.
Simultáneamente en las afueras de aquella Casa de la Cultura se produce un fuerte forcejeo entre un civil y un combatiente nuestro, resultando herido mortalmente el primero, quien actuó irracionalmente y sin medir las consecuencias. Una lamentable tragedia.
En la retirada del comando y producto del tiro en la cabeza se asume que Alfredo está muerto. No sabemos si murió instantáneamente o pasaron algunos minutos de vida como dice el informe pericial de los ratis. Cómo saberlo en ese momento. Una pérdida gigante y una tristeza infinita. Dejó dos hijos y todo su compromiso y voluntad combativa en esa decisión de acudir a ojos cerrados al llamado de última hora. Ese llamado de nuestro voluntarismo, desgraciado aliado en el combate la mayoría de las veces.
El auto operativo inicia su marcha rauda y en él nuestro hermano herido. La retirada y los aseguramientos se comienzan a complicar en medio de un gran cerco policial. Se toma la decisión de salir de aquella zona para trasladarse con Carlos hasta la capital en busca de la atención médica necesaria en un plan ahora improvisado.
En el trayecto Carlos pide y ordena -como jefe operativo del comando- que no lo lleven a ningún hospital porque no estaba dispuesto a volver a la cárcel. Ese fue su último deseo. Si estuvo bien o mal aceptar y asumir esa petición, depende de dónde se mire y desde qué trinchera.
Ya sin vida y en brazos de los nuestros, de sus iguales, se deja su cuerpo en la puerta de una iglesia de un pueblo de la periferia de Santiago.
Ahí quedó el cuerpo de uno de los grandes de nuestra organización, un guerrillero de tomo y lomo. Su alma y la de Alfredo nos acompañan día a día en nuestra marcha libertaria. Hoy les rendimos nuestro humilde, familiar y comprometido homenaje.
Han pasado 10 largos y duros años desde aquella tormentosa mañana en medio de otros golpes, repliegues y algunas victorias.
Asumimos como un error propio la decisión de ejecutar esa misión en las condiciones en que se realizó. Demasiada voluntad y sobrevaloración de las capacidades propias frente a una misión compleja y en un terreno casi desconocido por el comando nuestro.
El voluntarismo fue una característica que nos acompañó y marcó desde antes de nuestra primera operación pública como MIR-EGP aquel 4 de octubre de 1991, hace ya 24 años.
Quizás esas sanas y combativas ganas de salir rápido de la crisis estructural de un MIR derrotado y cansado hacia fines de la dictadura militar, conspiró a favor de ese voluntarismo. Tal vez la juventud nuestra, despojada por la brutal represión del acompañamiento de los mejores y más experimentados combatientes miristas, conspiró también.
Voluntarismo alimentado más de una vez por la soberbia natural de una izquierda revolucionaria que en su cosmovisión vanguardista no alcanzó a ver la real dimensión del combate anticapitalista, sobre todo del largo y complejo camino de la construcción y preparación de las fuerzas populares para la resistencia en todas sus formas, más aún de la lucha armada.
La hazaña revolucionaria de Fidel y el Che sin duda fue, se podría decir, una excepción a la regla o un proceso único e irrepetible dadas sus particulares condiciones.
Han pasado 50 años de historia mirista, con todas sus vertientes consecuentemente revolucionarias y también aquellas tristemente claudicantes.
Cincuenta años de lucha de miles de combatientes populares de estas filas rojinegras, cerca de mil de ellos caídos en combate o asesinados y desaparecidos por orden de la oligarquía prusiana chilena y ejecutada por sus fuerzas militares y policiales fascistas.
Una historia en que la miseria de la traición en todas sus formas también ha sido parte de nuestra realidad militante, aún en nuestros días.
Como miristas nos formamos y crecimos en una cosmovisión eurocéntrica, aquella de la izquierda marxista, anarquista y revolucionaria propia del periodo. Las derrotas sufridas desde el golpe militar, en medio de una aguda e intensa lucha de clases, no dieron espacio suficiente a un reordenamiento y rearticulación de las fuerzas propias y la construcción de un nuevo pensamiento político-militar. La guerra total contra el pueblo tampoco dio espacio para el debate interno y la reflexión profunda sobre el camino emprendido y la estrategia desarrollada.
El mejor ejemplo para nosotros lo constituyen el heroico intento guerrillero de Neltume y la fulminante experiencia operativa de la Fuerza Central, ambas rapidamente cercadas y aniquiladas por la enorme y brutal maquinaria represiva del Estado contrainsurgente chileno.
Así, mientras el ascenso de las luchas populares se fortalecía, las fuerzas insurgentes de nuestro MIR enfrentaban su segunda gran derrota pos golpe militar. Emergía una minoría interna: la corriente reformista y claudicante. Con ello la crisis político-ideológica de la organización que terminó por dar el golpe de gracia a nuestro MIR histórico y el comienzo de una nueva fase signada por la división, el caudillismo y la tarea de reiniciar la marcha rojinegra desde variadas y diezmadas trincheras.
En tanto, la crisis mirista le hacía un flaco favor a las luchas de los trabajadores del campo y la ciudad, nuestros hermanos del FPMR asestaban sus mejores y más grandes golpes al régimen pinochetista y junto a nuestros también hermanos del Mapu-Lautaro tomaron las riendas de la lucha insurgente y subversiva de aquel periodo de la lucha de clases.
Nuestro saludo y abrazo fraterno a todos ellos y también nuestro homenaje a todos(as) los rodriguistas y lautarinos que han caído en combate o han sido asesinados y desaparecidos en la lucha popular anticapitalista.
Especial mención a la marcha conjunta emprendida esta última década con nuestros hermanos(as) del FPMR-Autónomo, que nos pone en un nuevo y gran esfuerzo colectivo para enfrentar con renovadas fuerzas espirituales y materiales los desafíos de una marcha de resistencia que viene pariendo una nueva era.
Quienes desde esta trinchera continuamos creyendo y contruyendo fuerzas para la resistencia armada al capitalismo y la lucha por la revolución libertaria, creemos que aquella cosmovisión forjada al calor de las luchas del siglo XX asiste a su fin para dar paso a un parto refundacional de una nueva forma de ver y vivir el compromiso con la revolución libertaria.
Necesario y vital es el parto cosmogónico que enfrentamos como principal reto refundacional. La crisis civilizatoria, la de la modernidad y el progreso, la de la racionalidad y del socialismo científico, la de la cultura antropocéntrica y del marxismo nos obligan a ello y mucho más.
Nuestra lucha es esencialmente valórica, por lo que no nos atormenta ni nos impacienta la construcción de la nueva cosmovisión, asumiendo eso sí como esencial el reconocimiento y aporte cosmogónico de todo el acumulado histórico de nuestros pueblos originarios.
Sólo en la alianza de los pueblos pobres con los pueblos originarios en la lucha por territorio, autonomía y poder popular se podrá fundir una verdadera revolución libertaria capaz de enfrentar estratégicamente al capital salvaje y depredador. La resistencia al capitalismo debe ser a la vez la construcción de una nueva forma de ser y vivir.
No hay Dios omnipotente ni omnipresente, somos Naturaleza pura, sin mandatos divinos ni perdones prometidos. La lucha de siglos retoma siempre nuevos bríos en cada combate, lejos de las religiones y del poder. Sólo así podemos ser invencibles, porque cuando somos vencidos nacemos una y otra vez. Ahí está el sentido de las semillas y de sembrarlas una y otra vez.
¡¡Carlos Aedo y Alfredo Hermosilla, semillas de combate!!