No queremos hoy darle espacio a las voces agoreras del fracaso de los diálogos, ni a la desmesura de las palabras de quienes teniendo en sus manos la sagrada responsabilidad de construirla paz, flaquean frente a las adversidades, usan tonos de ultimátum y amenazan con abandonar la búsqueda de la reconciliación.
Preferimos que hable el optimismo y que resuenen los mensajes de quienes respaldan y alientan la salida política a esta larga confrontación que desangra la patria, y no la desesperación motivada por encuestas y afanes electorales.
Tenemos que cuidar este proceso como la niña de los ojos, que comparado con otros puede convertirse en el más corto de todos los ocurridos en el mundo. Deseamos firmar la paz con este Gobierno, pero es preciso retirar la enredadera jurídica atravesada en el camino y sobre todo esa veleidad de sometimiento que no permite ver que son dos partes las que están sentadas en la Mesa, y que este conflicto tiene una profunda base política. La paz de Colombia está reclamando a gritos, sentido común.
Ha dicho Horacio Serpa con razón que “si acabamos el proceso de paz, tendremos 20 mil muertos más en una década”. Por ello es sensato el llamado de diferentes líderes de confesiones religiosas a no levantarnos de la mesa y a persistir hasta lograr los acuerdos. En el mismo sentido se habían pronunciado ya varias organizaciones sociales del país, para las cuales, “de no avanzar hacia un cese bilateral, cada muerte evitable seguirá hiriendo la conciencia moral y seguirá sumando a la responsabilidad de quienes pudiendo desescalar la confrontación, no tienen voluntad de hacerlo”.
Aquellos que no supieron valorar el cese unilateral del fuego y desaprovecharon la situación propicia para convertirlo en bilateral y definitivo porque solo querían obtener ventajas militares vanas, le deben una explicación a Colombia que hoy desea escuchar el timbre de su palabra autocrítica.
En manos del Gobierno y de las FARC está la posibilidad de poner punto final, desde ya, a los choques armados y a las hostilidades. Se trata de un asunto de voluntad política que no se puede condicionar a exigencias de sometimiento penal, ni a exigencias prematuras de concentración de la guerrilla, ni de dejación de armas. Más bien debiera iniciarse sin más pérdida de tiempo el desmonte del paramilitarismo que, como acertadamente lo dijo Caterina Heyck Puyana, Directora de articulación de Fiscalías Nacionales Especializadas, configuró “un periodo de demencial violencia, un capítulo vergonzoso de crueldad, violencia sexual, torturas, desplazamiento, desapariciones y masacres. La mayor degradación humana”.
A esto hay que ponerle perseverancia y mucho sosiego; despotricar de la contraparte, como se ha hecho en estos días es una forma de debilitar la esperanza y la credibilidad en el proceso. Hay que decirlo claramente: nadie puede ocultar que tenemos 3 acuerdos parciales, que avanzamos en la redacción de un nuevo acuerdo sobre víctimas, que la descontaminación del territorio de artefactos explosivos está en marcha, y que las discusiones en la subcomisión técnica, van por buen camino.
Agradecemos el llamamiento a las partes que en el día de hoy han hecho los países garantes del proceso paz, Cuba y Noruega, y los países acompañantes del mismo, Venezuela y Chile, al desescalamiento urgente del conflicto armado.