Cuenta la historia que en su primer viaje a América, Cristóbal Colón llevó dos cuentas distintas de los días que cumplía su viaje. En una anotaba la verdad, exclusivamente para él. En la otra restaba los días para engañar a sus marineros. Éstos, no obstante, desesperados por no llegar al destino prometido, se amotinaron el diez de octubre y consiguieron hacerle prometer que si pasados tres días no llegaban a puerto, emprenderían el regreso a España.
Dos días más tarde desembarcaron en la isla de Guanahaní. En diciembre, tras haber encallado la Santa María, Colón ordenó construir con sus restos el Fuerte Navidad, en La Española, contando con el apoyo y la amistad del cacique local Guacanagarí. Cuando partió para España quedaron allí 39 de sus hombres. Al regresar en su segundo viaje a lo que llamaba Las Indias y creía una avanzada del fabuloso Cipango descrito por Marco Polo, se encontró con que por causa de los abusos cometidos contra la población aborigen, ésta se había rebelado, destruido el fuerte y cobrado la vida de sus marineros. La revuelta la había dirigido el cacique Caonabó, a quien después de su muerte lo sucedió su esposa, Anacaona, primera mujer de América que fraguó una sublevación contra España. Por ello fue capturada y ejecutada en la horca.
Así, de modo trágico y violento, nació nuestro continente para Europa. En los siguientes siglos serían exterminados más de 70 millones de indígenas y otros cuantos millones de nativos de África serían incorporados en calidad de esclavos. Una nueva raza producida por la mezcla de la sangre de tres continentes habría de poblar Nuestra América, condenada desde su nacimiento a la mentira de los poderosos, a sus engaños, a sus arbitrariedades y violencias. También a la rebeldía, a la lucha por la justicia, a la búsqueda de la paz perdida. La generosa amistad de Guacanarí y el patíbulo reservado a Anacaona, grafican la suerte de los pueblos americanos en los siguientes cinco siglos. Ninguna aspiración más noble que la de poner fin a ese destino impuesto.
De eso se ocupan millones de mujeres y hombres desde la Patagonia a Norteamérica. Las comunidades afrodescendientes de los Estados Unidos, 150 años después del asesinato de Abraham Lincoln, siguen saliendo furiosas a las calles a reclamar igualdad y justicia, al tiempo que decenas de miles de latinoamericanos y caribeños se someten año a año a los más estremecedores dramas humanos, a fin de emigrar a un país cuyo gobierno predica el libre tráfico de mercancías e inversiones, mientras persigue seres humanos que sólo buscan trabajo.
Territorio de cordilleras, valles y llanuras, de inmensas y paradisíacas playas, de vegetación exuberante, minerales a granel e inagotables fuentes de agua dulce, Nuestra América permanece en la mira de los grandes capitales trasnacionales que se disputan su biodiversidad, sus bienes comunes y su mano de obra barata, sin que les importe el desastre ambiental y climático generado por su actividad predadora, ni la suerte de los inmensos contingentes humanos sentenciados a la desposesión, la explotación y la miseria. En una especie de mundo al revés, cuando las grandes mayorías nacionales se alzan por el poder, lo alcanzan e impulsan formas de vida y convivencia social y políticamente más justas, reciben el estigma de populistas, tiránicas y enfermas.
Pese a los arsenales y el terror con que los amos del mundo pretenden arrollar la marcha de los pueblos, Nuestra América sigue en pie y avanzando, abriendo caminos hacia un futuro mejor para sus hijos. En su esquina noroeste, Colombia, la lucha por la segunda y definitiva independencia se expresa en un sonoro clamor por la paz, y cada día más latinoamericanos y caribeños coinciden en la importancia continental de tal anhelo. Las FARC-EP, a quinientos veintitrés años de resistencia, reiteramos nuestro juramento de vencer, en esta brega por la reconciliación y la reconstrucción de una patria en la que quepamos todos, sin exclusiones ni violencias.
SECRETARIADO DEL ESTADO MAYOR CENTRAL DE LAS FARC-EP