«Empuñamos las armas para hacer por nuestra mano
la justicia que le niegan a los pobres»
(Arturo Gámiz, septiembre de 1965)
A los pueblos del mundo
Al pueblo de México
A las organizaciones que luchan por una verdadera transformación social.
Nuevamente tomamos al vuelo la pluma, la cargamos de tinta, la deslizamos suavemente sobre la hoja de papel como si acariciáramos la epidérmica tersura de los labios de aquél ser a quien queremos besar con nuestra palabras, y vemos claramente cómo nuestro pensamiento se transforma en las señales que contienen los signos de la memoria y los recuerdos.
De nueva cuenta nos damos cuenta (qué curioso) que al contar la historia no queremos contar más cuentos y queremos evitar el desvanecimiento de nuestros orígenes como movimiento, como tendencia –de dirección– que deviene más allá de media centuria, y que nos marca con los sentidos y significados de los hechos que trascienden a los mismos hechos.
Otra vez alzamos la voz para gritar a sus oídos, a través de sus ojos, y recordarles que este 23 de septiembre se cumplen ya cuarenta años –desde aquél otro 23 de septiembre del año de 1965– de que el Prof. Arturo Gámiz García, el Dr. Pablo Gómez Ramírez, Miguel Quiñónez Pedroza, Oscar Sandoval Salinas, Antonio Scobell Gaytán, Salomón Gaytán Aguirre, Emilio Gámiz, Rafael Martínez Valdivia, y un puñado de valientes más, intentaron asaltar el Cuartel Madera, en el estado de Chihuahua.
Antes de este evento, y posterior al mismo, el grupo dirigido por el Prof. Arturo Gámiz, operaba acciones militares, políticas e ideológicas en la sierra de Chihuahua para disponer de un instrumento que permitiera al pueblo organizarse y transformar sus miserables condiciones de vida.
Mucho se ha dicho respecto a tal evento; se ha afirmado, por ejemplo, que el mismo fue un intento por seguir el «ejemplo cubano» del «Asalto al Cuartel Moncada», dirigido por Fidel Castro, en Cuba, el 26 de julio de 1953 y, naturalmente, de organizar «el foco guerrillero» que conduciría la revolución hacia el socialismo, como lo fue en Cuba, con el triunfo de su revolución en el año de 1959.
Se ha afirmado, también en este sentido, que tal suceso marca el comienzo en nuestro país de las organizaciones guerrilleras orientadas hacia la conquista del poder político-económico para la construcción del socialismo; es decir, que este evento da origen a «la guerrilla socialista» en México. Las ideas fundacionales no cesan de martillar algunos cerebros y se yerguen majestuosas como fantasmas que nos hablan sin que podamos evitarlo. Más aún, algunos personajes –tomando en sentido estricto estas dos premisas y acomodándolas a su microhistoria política– se han autoerigido en los «verdaderos y únicos herederos y continuadores» de la línea que deriva de la acción impulsada por el grupo del Prof. Arturo Gámiz y del Dr. Pablo Gómez.
Ahora queremos nosotros –por supuesto–, expresar unas ideas que nos permitan compartir con ustedes otra aproximación conceptual a los hechos que aquí recordamos, evocamos y desenterramos del panteón de las insepultas reminiscencias que niegan a morirse.
Queremos manifestar que si bien es cierto que la Revolución Cubana triunfante vino a demostrar que era posible el éxito de un gran movimiento revolucionario cerca de las fronteras del Imperialismo Estadounidense; que la vía armada –a través de una guerra de guerrillas– tenía posibilidades reales de triunfar; que el socialismo en América Latina era posible, etc.; también es necesario reconocer que ese evento podría tener tal significado si las condiciones internas de México –en el caso particular que valoramos–, permitían reflejar las condiciones externas, internacionales. Es decir, debemos admitir que siendo la voluntad humana necesaria para dirigir las acciones hacia la transformación de nuestra patria, también era imprescindible un conjunto de condiciones objetivas que mostraran la necesidad y la posibilidad de la revolución como un medio para recuperar la dignidad humana y unas verdaderas condiciones materiales de existencia que aseguraran, más que la sobrevivencia, la vida humanizada y no alienada, la vida con calidad y no con miseria, una participación plena de la vida política y no excluida de los beneficios del desarrollo y la cultura; en fin, una patria generosa con todos y cada uno de sus hijos.
Sintetizado en una fórmula clasicista, las condiciones externas sólo pueden actuar a través de las condiciones internas, tanto objetivas como subjetivas; la revolución no sólo debe ser necesaria, también debe ser posible, deseable y éticamente admisible. De otro modo sólo daremos vuelta a la tortilla y mantendremos el mismo modelo de desarrollo.
Como perfectamente se sabe, la historia de México guarda en sus profundidades una línea –que por poco no parece línea— casi ininterrumpida de guerrillas, guerras, luchas armadas, confrontaciones sociales y acontecimientos marcados por la violencia política, militar, paramilitar, policíaca, ideológica y, desde luego, jurídica.
Cuando en nuestra nación se han impulsado transformaciones profundas, esas que desembocaron en el México de hoy y que las efemérides mantienen vivas desde la vida escolar, éstas han sido por medio de enfrentamientos y guerras civiles; vale decir, no han sido tersas. Las grandes revoluciones de Independencia, en 1810; de Reforma en 1857 y la Revolución de 1910-1917, se han caracterizado como períodos de desconcierto y confrontación cuyos desenlaces han sido inevitables, es más, han sido necesarios: rebeliones, luchas fraticidas y el dominio de la violencia política sobre el diálogo y las negociaciones.
Si seguimos el curso de nuestra historia, desde las primeras rebeliones indígenas contra los conquistadores españoles hasta nuestro flamante siglo XXI, pasando por la Guerra de Independencia, la Guerra de Reforma y la Revolución de 1910-1917; reconoceremos el hecho de que la «guerra de guerrillas» ha sido una particular forma de lucha que, entre otras acciones –tácticas y estratégicas– forma parte de un cuadro global y más amplio de organización y transformaciones profundas.
En este mismo sentido, si seguimos el curso de la historia de la guerrilla, observaremos y reconoceremos que ésta ha sufrido un desarrollo en función del cuadro global y más amplio de organización y transformaciones profundas que recién mostramos. Por lo que hemos apenas dicho, consideramos que interpretar el significado histórico del «Asalto al Cuartel Madera», en la sierra de Chihuahua, aquél 23 de septiembre de 1965, tanto para ese momento como también para nuestra contemporánea actualidad, exige que consideremos como premisa de partida que los movimientos en pos de la transformación radical del México posrevolucionario se incuban y gestan al término de la revolución de 1910-1917.
En virtud de que el movimiento armado de 1910-1917 culminó con la subida al poder por parte de la burguesía terrateniente exporfirista y nacionalista y que no permitió la resolución estructural de las contradicciones existentes y que dieron sentido a ésta, la emergencia de diversas expresiones populares en torno a la necesidad y posibilidad de transformar radicalmente la sociedad encontró su fundamento en tal hecho; no fue sólo la voluntad de transformar la sociedad por el sólo hecho de así quererlo, sino que objetivamente la miseria, hambre, analfabetismo, enfermedades de la pobreza, enriquecimiento exorbitante de unos cuantos, la corrupción y descomposición de los órganos de gobierno y la sistemática represión al propio pueblo de México, evidenciaron que el camino no estaba cerrado, que la vía no estaba cancelada, y que la revolución era posible.
Los asesinatos políticos posrevolucionarios –los de Emiliano Zapata, Francisco Villa, Alvaro Obregón, Venustiano Carranza–, los exilios políticos –el de José Vasconcelos–, los enfrentamientos armados –la guerra cristera, de 1926 a 1929–, las negociaciones para terminar, de una vez por todas, las disputas entre los terratenientes y oligarcas criollos –invención del PRI, primero PNR, después PRM y finalmente como hoy se le conoce–, las huelgas petroleras en pos de la nacionalización del petróleo y, posteriormente la nacionalización de la industria eléctrica; el corporativismo sindical, campesino y popular y la lucha por la independencia de estos con respecto al Estado y gobierno –movimiento magisterial de 1958-59, movimiento ferrocarrilero de 1958, movimiento campesino de Rubén Jaramillo, movimientos estudiantiles en las universidades Nicolaíta, de Puebla, Guerrero, Nuevo León, UNAM, Sinaloa, Oaxaca, etc.–, el desarrollo del normalismo rural y el consecuente surgimiento de la FECSUM, etc., mostraban con una nitidez meridiana que el surgimiento de los movimientos revolucionarios que lucharan por la transformación radical –de raíz– era condición ineludible en nuestra patria.
Paralelamente, el asesinato o encarcelamiento de los dirigentes conocidos de los movimientos políticos y sociales que se expresaban – como fueron los casos de Rubén Jaramillo, Othón Salazar, Valentín Campa, Demetrio Vallejo, José Revueltas, etc., etc.–; la represión de los cuerpos de granaderos a todas las manifestaciones populares; las masacres de copreros y campesinos en el estado de Guerrero; la represión militar y paramilitar a las universidades de Michoacán, Sinaloa, Puebla, Guadalajara, Guerrero, la UNAM, el IPN, la UACH, a las Escuela Normales Rurales (hoy casi extintas), a las casas de estudiantes de diferentes entidades federativas en el DF (hoy extintas) fueron la evidencia incontestable de que la puerta de la revolución y las armas no se había cerrado.
Por tal razón, en tales circunstancias, era la única puerta de expresión que se mostraba como efectiva para ser escuchados y para verdaderamente guardar la esperanza de poder transformar radicalmente las condiciones materiales e ideales de existencia que hacían posible tal organización de la sociedad.
Esta conclusión se confirmaba todavía más por la incuestionable inexistencia histórica del Partido Comunista Mexicano, como Partido Revolucionario y comunista en el sentido que referimos y que agudamente denunció José Revueltas; era constatada por la inutilidad de los restantes partidos políticos de la época para transformar verdaderamente nuestro país –PPS, PNR-PRM-PRI, POCM, PAOM, etc.–, anulaban la opción de asumir como alternativa la lucha bajo la dirección los mismos, además de que se debatían en escisiones, pugnas, expulsiones, depuraciones, explicaciones, satanizaciones y juicios sumarios para descalificar a los oponentes y el debate fraterno –cualquier parecido con la realidad contemporánea es puritita coincidencia–.
Este cúmulo de condiciones internas, además de la dinámica del desarrollo de los eventos internacionales tales como el triunfo de la Revolución Cubana, el desarrollo de los movimientos de liberación nacional en Oriente Medio y en África, el consecuente surgimiento de la OLP, la nacionalización del Canal de Suez, la Independencia de la India, el surgimiento de las primeras organizaciones revolucionarias en América Latina (las FARC, en Colombia; el FSLN, en Nicaragua; el ELN, en Bolivia; ALN, en Brasil; el PCP-SL, en Perú, etc.), el exilio europeo de segunda posguerra mundial hacia Argentina y Uruguay, el exilio republicano español hacia nuestro país, el desarrollo de las ideas comunistas en la intelectualidad latinoamericana –César Vallejo, Pablo Neruda, José Carlos Mariátegui, Silvestre y Fermín y José Revueltas, Diego Rivera, David Alfaro Sequeiros, Efraín Huerta, etc.–; favorecieron siempre la difusión y discusión de las ideas marxistas y de izquierda.
Este contexto era el que envolvía los hechos guerrilleros del año de 1965 y, fundamentalmente el asalto al Cuartel Madera, en Chihuahua.
A partir de este evento crepuscular –que por cierto se dio en el crepúsculo del amanecer del 23 de septiembre– y hasta nuestros días, una línea nítida de constitución de movimientos armados y revolucionarios atraviesa el país sin que pueda ser «controlado» o «erradicado» dicho proceso –más que línea parece una quebrada incesante o un círculo perpetuo que nos conduce inexorable al comienzo–. Sea en Chihuahua, Monterrey, Guerrero, Oaxaca, Chiapas, Michoacán, Morelos o Estado de México; sea con una u otra sigla – PDLP, ACNR, FLN, UP, FUZ, MAR, FRAP, VAP, PPUA, LC 23, EZLN, EPR, ERPI, MRLCB, FARP, o cualesquiera otro–; sea con una estrategia u otra –guerrilla urbana, guerrilla campesina, comandos político militares de ajusticiamiento, insurreccionales, foquistas, etc.–; sea por cortos o largos períodos de tiempo, etc.; sea como fuere, en silencio temporal o con sonoros pasos, el movimiento revolucionario ha podido mantenerse como una luz o camino para importantes sectores de la población de nuestro país.
Por lo que hemos expuesto hasta ahora, podemos considerar y reconocer que no ha sido el pensamiento trasnochado de unos cuantos «iluminados» el que ha determinado la existencia del movimiento revolucionario y armado en México, ¡no!, han sido un conjunto de condiciones materiales e ideales de existencia que sobrevivieron a la Revolución Mexicana y que persisten hasta nuestros días las que han mantenido viva la flama y la esperanza de una radical y definitiva transformación de nuestra sociedad. Más que la consecuencia y la capacidad de sobrevivencia (incluso, a costa de la vida y la dignidad de los demás) de quienes se autonombran fundacionales, más que la voluntad de las nuevas generaciones de revolucionarios, más que la conciencia inamovible de unos cuantos iluminados –o además de ello–; es la persistencia de la contradicción fundamental del modelo de desarrollo que nos agobia la que propicia la posibilidad de la revolución como un medio necesario para que ésta deje de ser necesaria a las futuras generaciones de mexicanos para vivir con dignidad, con calidad de vida humana y humanizada. Somos revolucionarios para que nuestros hijos, o los hijos de los nuestros, no tengan que serlo, para vivir digna y humanamente.
Reiteramos, no sólo la voluntad de algunos individuos ha determinado la existencia de los movimientos armados y revolucionarios; las condiciones materiales de existencia de nuestro pueblo y nación hacen que la revolución orientada hacia el socialismo sea una necesidad y una posibilidad objetivas para el desarrollo pleno de la vida humana.
La materialidad histórico-social del México posrevolucionario y el curso de todo un siglo –el siglo XX– evidencian la necesidad de la revolución de carácter transicional al socialismo, donde sea el propio pueblo el que construya su hegemonía y articule un poder –el poder popular– para determinar los derroteros de una nueva república, un nuevo Congreso Constituyente y, consecuentemente, una nueva Constitución Política, que sustente la determinación de un nuevo modelo de desarrollo económico.
Es, evidentemente, una realidad histórica (no determinada transhistóricamente) la que condiciona la necesidad y la posibilidad de la revolución.
Los métodos de constitución del poder popular para la consecución de los fines del propio movimiento revolucionario están determinados por las condiciones políticas y militares que la burguesía nacional proimperialista impone a través de sus recursos e instrumentos jurídicos, políticos y militares; a las condiciones impuestas por los dictados del Imperialismo Neoliberal Fascista y seguida al pie de la letra por sus lacayos de los diferentes gobiernos que han saqueado nuestra patria (incluyendo al gobierno «del cambio»); a los objetivos políticos y militares de las organizaciones revolucionarias; entre otras cuestiones a considerar.
Corresponde al pueblo y a las organizaciones revolucionarias decidir cuándo, dónde, de que manera, contra qué objetivo, coordinado con quién o quiénes, se actuará. Esta serie de decisiones obedece entonces a un análisis de la realidad que realizan las organizaciones en cuestión para sustentar en una materialidad histórica la determinación y no dejarla al voluntarismo, capricho ideológico o demanda de medios o inteligencia militar del Estado.
Estas, y no otras, son las enseñanzas que derivan de un suceso crepuscular en la vida revolucionaria de nuestro México. Este es el legado que ayer y hoy podemos reconocer del Asalto al Cuartel Madera y de la gesta heroica de quienes ayer –un 23 de septiembre de 1965– apuntaron al foco que iluminaba el cuartel y dispararon las balas del ¡Ya basta!, insumiso y rebelde, de los revolucionarios del Madera.
Es esta nuestra responsabilidad histórica, nuestro compromiso y nuestro homenaje.