Una vez decretada –por Andrés Manuel López Obrador y el PRD– la conclusión de la etapa de lucha que amplios sectores de nuestro pueblo dieron en contra de los actos de barbarie que “el gobierno del cambio” –para el no cambio–, representado por “el Gato con Botas” –jefe nato del PAN–, en “Santa Alianza” con los esbirros del PRI, instrumentó con el propósito deliberado de eliminar políticamente a un adversario que al parecer podría ganar las elecciones presidenciales del 2006; se hace necesario presentar un balance que nos permita extraer las enseñanzas y moralejas de esta etapa de lucha popular.
Es admisible el planteamiento de que hasta antes del 24 de abril de este año los “estrategas” del gobierno panista de Vicente Foz –con el respaldo de un PRI históricamente corrupto, oportunista y defensor de los intereses que representan a los saqueadores de nuestra patria–, instrumentaron una serie de acciones políticas, jurídicas, mediáticas e ideológicas orientadas hacia la eliminación política y cívica de Andrés Manuel López Obrador.
Puede ser reconocido como un hecho cierto que hasta antes de la histórica “Marcha del silencio” del 24 de abril de este año, el gobierno de Vicente Foz juridizó la violencia contra un adversario político, politizó el derecho para reprimir la actividad política de un adversario ideológico, ideologizó la función de los mass media con la intención explícita de distorsionar la percepción de la realidad y acomodar ésta con su mundo fantástico que raya en los delirios de los enfermos mentales aquejados de esquizofrenia paranoide y, faltaba más, se erigió –con el respaldo incondicional e ilegal de un poder legislativo subordinado a las tranzas y los intereses fascistoides de la intolerancia política– en el dirigente formal de un golpe de estado contra el gobierno legítimo y legal de la ciudad de México.
Pero no nos engañemos, también es harto necesario reconocer que dicha política instrumentada desde las altas esferas del poder político no solamente se dirigía hacia la figura emblemática de un posible adversario político; sino que, sobre todo, se orientaba contra la posibilidad real de impulsar un nuevo modelo de desarrollo político-económico en nuestra nación.
Se pretendió, por todos los medios posibles al alcance de sus manos –videoescándalos, difamación, ataques en las mass media, denuncias jurídicas, alianzas PRI-PAN para asegurar un desafuero ilegal, golpe de estado contra el gobierno de la ciudad de México, etc.–, ilegalizar y deslegitimar un movimiento social amplio que pugna por la culminación de las políticas neoliberales que el “gobierno del cambio” impulsa con ahínco, dando continuidad a las políticas dictadas por el Imperialismo Neoliberal Fascista desde los períodos gubernamentales de Miguel de la Madrid, Carlos Salina de Gortari, Ernesto Zedillo Ponce de León...
Hasta antes del 24 de abril calcularon una estrategia, con una serie de acciones tácticas que respondían al objetivo claro de devaluar lo que –gracias a su ignorancia supina– definieron como políticas “populistas”; su discurso ideológico se concentró por ello mismo en dos vertientes: Primera, demostrar que las políticas que pudiera impulsar un posible gobierno dirigido por Andrés Manuel López Obrador serían “populistas” y, consecuentemente, serían negativas para el país; Segunda, que Andrés Manuel López Obrador sería garante de la corrupción, el autoritarismo, el irrespeto profundo y por principio de “la ley”.
En síntesis, que Andrés Manuel López Obrador no era el mejor candidato a la presidencia por corrupto, autoritario, prepotente y, faltaba más, populista. Es más, se le llegó a comparar con el Presidente de la República Bolivariana de Venezuela, Hugo Chávez Frías, como si este fuera el paradigma de lo indeseable para “las democracias”, así, sin adjetivos, a secas, como hubiera dicho hace algunos años el insigne intelectual de los palafreneros de nuestro Octavio Paz, Enrique Krauze.
¡¡Vaya!!, ¡¡Vaya!!, Georges Bush (Jr.) y Condi Rice hablando por la boca del “Gato con Botas”, sus voceros y adláteres que lo acompañaron en la aventura sin destino cierto...
Pero a cada santo le llega su día y así llego el 24 de abril.
Poco más de un millón de manifestantes –perredista y no–, jóvenes y viejos, damas y caballeros, niños y adolescentes, capacitados y discapacitados, empleados y desempleados, luchadores y luchadoras sociales salieron a las calles de la ciudad de México a manifestarse en contra de la maniobra y a exigir un ¡¡Ya basta!!
Un ¡¡Ya basta!! de juridizar la lucha política y politizar el derecho.
Un ¡¡Ya basta!! a las alianzas oportunistas y aventureras de los partidos políticos PRI-PAN-PVEM, en contra del gobierno legítimo de la ciudad de México.
Un ¡¡Ya basta!! al golpe de estado contra el gobierno de la ciudad de México.
Un ¡¡Ya basta!! a la impunidad de los “Amigos de Fox”, de “Pro-vida”, de “¡Vamos México!”, del Pemexgate, etc, etc, y miles de etcéteras más.
Un ¡¡Ya basta!! a la justicia tuerta y hemipléjica que sólo ve y se mueve en torno a un único lado, para salvaguardarlo, y al otro lado para aniquilarlo...
Después de ese día 24 de abril, como es conocido, el gobierno reculó y tuvo que cejar –por el momento– en su empeño. Ahora solamente les queda esperar un mejor momento para operar un plan “B” o “C”...
¿Es esta la situación que la coyuntura nos deja?
¿Un triunfo rotundo es lo que podemos reconocer y, entonces, podemos dar por concluida la resistencia popular?
LECCIÓN PRIMERA. El objetivo de la violencia institucional no era, en esencia, una persona; era una posibilidad de cambio.
A pesar de que el blanco de los ataques fue, a los ojos de todos, Andrés Manuel López Obrador, en esencia éste no era el blanco de los ataques. Pese a que así lo difundieron los medios de comunicación masiva, las apariencias engañan; no todo lo que los ojos ven resulta cierto.
Veamos con más calma.
¿Qué significaba el hecho de que Andrés Manuel López Obrador llegara a ganar la Presidencia de la República?
El hecho mismo de su triunfo electoral significaba que la mayoría votante del pueblo de México depositaba en éste la responsabilidad histórica de imprimir un cambio, no sólo deseable sino perceptible en el mediano plazo, en las políticas de gobierno, tanto de carácter económico, político, jurídico, como social.
El pueblo de México está harto de promesas y más promesa de cambio; la sociedad en su conjunto ya no tolera la corrupción de quienes dicen gobernar –desde 1929– el país; ya no cree nuestro pueblo en ninguno de los partidos políticos que hasta ahora se disputan espacios de poder dentro del gobierno y que no han respondido hasta ahora a las aspiraciones de justicia, seguridad económica, laboral, educativa y de salud; la sociedad en su conjunto ha visto que “los políticos” de uno y otro partido solamente se acercan al pueblo en períodos pre y electorales y, una vez obtenidos los cargos de elección popular, se olvidan del mismo y se dedican a vender, cual prostitutas de la política, sus servicios al mejor postor; ya se ha hartado de que los funcionarios de gobierno se sirvan de lo público para traficar influencias y para su enriquecimiento personal y familiar; ya no tolera nuestro pueblo una “justicia” injusta y palaciega, al servicio de quienes utilizan el poder jurídico para alcanzar sus objetivos económicos y políticos; ya no desea seguir siendo presa de la incertidumbre, de la inseguridad y de la violencia criminal de narcotraficantes dentro y fuera del gobierno... En fin, desea, anhela, busca por cualquier medio, quiere que las cosas cambien de verdad para, por fin, encontrarle sentido a la existencia de sus seres más cercanos y queridos.
Nuestro pueblo votó en dicho sentido por Vicente Foz, para botar todos los vicios y los males que aquejan nuestra patria, y en menos de cinco años se dio cuenta que botó su voto en vano al basurero de la historia. Se dio cuenta que si su voto no sirve para botar a quienes han saqueado la patria, a quienes se enriquecieron impunemente gracias a la corrupción, a quienes entregan su riqueza y sus recursos al Imperialismo Neoliberal Fascista, a quienes se subordina a los dictado del extranjero, apátridas todos ellos, no sirve su voto. Si no es para botar al basurero de la historia a los corruptos e instaurar una nueva forma de convivencia social, no sirve el voto...
Harto de no encontrar la luz al fondo del túnel, se abrió la esperanza de que ni el PRI regresara a su histórica existencia ni de que el PAN mantuviera un poder para no cambiar y seguir igual que el PRI.
La esperanza de que una nueva patria se fuese construyendo favoreció el hecho de que nuestro pueblo viera en Andrés Manuel López Obrador, una oportunidad más para dicho cambio.
Se consideró que una nueva política económica, un nuevo pacto social, una búsqueda de prioridad a las necesidades del pueblo y no de los de arriba, de los ricos de siempre, de las políticas neoliberales, fueran ocupando el centro de la vida nacional.
Por ello, por el miedo a un cambio empujado por el propio pueblo a través de un político –que no de un Partido Político–, se decidió atacar con toda la fuerza del Estado a quien abría, tan sólo ello, la esperanza de un cambio.
No era el temor a Andrés Manuel López Obrador, tampoco el miedo a un PRD decadente y nadando en la corrupción, era tan solo que no toleran que se piense, siquiera eso, en que las cosas pueden cambiar.
El blanco de los ataques nunca fue un político ni un partido político; fue tan sólo el deseo de transformar radicalmente –de raíz– nuestra vida social representada por el Modo de Producción de las condiciones materiales de existencia lo que condujo a los señores de la intolerancia a diseñar su estrategia.
La Presidencia de la República, consideran, puede ser un lugar desde el cual pudieran promoverse ciertos cambios en la vida nacional.
Ellos, los de arriba, para preservar sus canonjías, eliminan los “peligros”; nosotros, desde abajo, vemos que se debe comprometer a quien llegue a dicho lugar en un nuevo proyecto de nación...
LECCIÓN SEGUNDA. Ningún político ni partido político puede transformar el país. Sólo el pueblo puede hacerlo.
Tanto Andrés Manuel López Obrador, como el PRD y, desde luego, el gobierno en turno, se percataron de este hecho; por tal razón, uno y otros trataron de que el pueblo apoyara su visión de la realidad.
Haber convocado a un programa de resistencia civil contra la maniobra del gobierno en turno fue un acierto indiscutible que condujo al hecho de un triunfo popular sobre la estrategia gubernamental.
Una vez encaminada la acción política de los diversos sectores populares, de una manera creciente y notoria, tuvieron miedo en el Poder Legislativo, tuvieron pánico en el Poder Judicial y, en el Ejecutivo, temblaban cada vez más con una confusión mental. Quienes asumieron la dirección y conducción política del movimiento quisieron evitar un desborde que rebasara su capacidad de dirección y entonces una parte reculó y la otra cantó cánticos de triunfo. Ni uno era derrotado ni el otro triunfaba plenamente, era el pueblo que con su accionar político derrotaba la estrategia de coyuntura impulsada por el gobierno –torpe y ciego-sordo– y el que lo empujaba, sin que el gobierno en turno lo dijera, a rediseñar su estrategia de contención.
¿Si lo dicho es el resultado más evidente de la reyerta, porqué reculó el gobierno y porqué se decretó el fin de la etapa de resistencia civil y popular?
Reculó uno y contuvo el otro porque ambos tuvieron el temor de que un gran movimiento popular pudiese radicalizar sus demandas y pidiera la renuncia del presidente y su gabinete servil y corrupto; porque el pueblo en movimiento, como tendencia popular revolucionaria, hubiera rebasado las expectativas de un político y un partido político.
Recular y contener fueron dos acciones orientadas hacia un mismo fin: controlar un gran movimiento popular que pudiera devenir en un movimiento de mayores consecuencias en el acto de botar al basurero de la historia la corrupción y a un costo de sangre elevado, suponen.
Por otro lado, desde el principio del movimiento popular en contra de la maniobra se tuvo un cierto temor al “desborde” del mismo y se determinó, por parte de la dirección política del mismo, mantenerlo dentro de los cauces de una “resistencia civil pacífica”.
Y sin embargo, pese a que el movimiento popular fue el que tuvo éxito, también fue un triunfo de Andrés Manuel López Obrador, triunfo que lo colocó en una mejor posición política para acceder a la presidencia y para impulsar las acciones que el pueblo que le mostró su apoyo, le demanda. Una nueva República, un nuevo constituyente y una nueva política económica. En fin, un nuevo pacto social.
Sin el respaldo del pueblo hubiera sido impensable, siquiera ello, derrotar la embestida del gobierno en turno.
El PRD no fue el triunfador y, a pesar de ello, fue directo beneficiario de dicho empuje popular. Su responsabilidad para con el pueblo que derrotó la embestida es grande, no debe traicionar a quienes le dieron su apoyo a un político que ha sabido conquistar el corazón y la voluntad de caminar con él.
LECCIÓN TERCERA. Nadie, por sí mismo, puede conducir el movimiento popular en pos de la transformación radical –de raíz– de nuestra patria, ni su acción política, si no lo hacemos todos bajo un principio de unidad de acción en torno a objetivos comunes.
El PRD pudiera llegar a considerar que mostró una gran capacidad de dirección política y que no necesita de nadie más para ganar la próxima contienda electoral. Andrés Manuel López Obrador, pudiera ser presa del mismo mal. Pero que no les quepa duda, nadie puede con este país sin la concurrencia de todas las organizaciones sociales, del pueblo como sujeto de la actividad política, y sin recurrir a todas las formas posibles de lucha, de modo tal que podamos vencer moral y políticamente al adversario y acceder a la presidencia con un proyecto de nación que unifique a nuestro pueblo en pos de él.
Nadie tiene el “mejor proyecto de nación”, ni nadie podrá representarlo plenamente si no es producto de consensos en el ámbito de los sectores sociales que aspiran a transformar el estado de cosas que hoy padecemos.
Nadie, sin el respaldo popular y sin un consenso en torno a una proyecto alternativo que le dé unidad al pueblo de México, puede autoerigirse en el mejor candidato para conducir este proceso.
Es necesario que todos unifiquemos en torno al programa de acción y en torno a quien hoy posee el respaldo popular para las próximas contiendas nuestros actos políticos.
Ya en 1970 el poeta y Premio Nóbel de Literatura, Candidato Presidencial por el Partido Comunista de Chile, Pablo Neruda, declinó su propia candidatura en favor del Doctor Salvador Allende. Ya en 1970, Pablo Neruda mostró su estatura política al admitir que pese a las diferencias entre el Partido Comunista de Chile –su Partido– y el Partido Socialista Chileno, el que postulaba al Dr. Allende, era más importante asegurar el crecimiento de la Unidad Popular. Ya se demostró por ambos personajes de nuestra historia latinoamericana que pese a las diferencias existentes entre ellos era posible la unidad en torno a un nuevo proyecto de nación, un nuevo Chile. También lo hicieron Andrés Pascal Allende y Miguel Enríquez, altos dirigentes del Movimiento de Izquierda Revolucionaria –MIR–, quienes en representación de dicha organización revolucionaria determinaron respaldar con su propia acción política la candidatura del Dr. Allende.
¿Por qué no sería posible, mutatis mutandis los años, hacerlo ahora?
¿Por qué no sería posible estructurar un gran unidad popular en torno a un nuevo proyecto de nación y en torno a la candidatura de Andrés Manuel López Obrador, quien, desde luego, debiera públicamente asumir el compromiso de representar un ejecutivo capaz de asegurar las condiciones que favorezcan el cambio esperado desde hace casi un siglo por el pueblo que combatió durante el periodo de 1910-1917?
Esta escaramuza mostró nítidamente que nadie, por sí mismo puede derrotar una estrategia de aniquilación si no se sustenta en la participación plena, abierta y democrática de todo nuestro pueblo.
El pueblo hizo escuchar su voz durante la “marcha del silencio” y durante toda la etapa de resistencia civil; el pueblo confió en Andrés Manuel López Obrador...
Ahora le toca el turno a quienes consideran que se debe oponer otra candidatura, dentro del mismo movimiento popular, a la que el pueblo mismo ya determinó.
Quienes crean que ellos son la mejor opción, alternativa a la que el pueblo expresó, están sirviendo a los intereses que dieron origen a la estrategia de eliminación de un adversario y de una esperanza.
Si en verdad creen que quieren servir al pueblo deben declinar a favor de la unidad de acción popular y a favor de una candidatura con posibilidades reales de triunfo.
LECCIÓN CUARTA. Quien diseñó la estrategia de aniquilación y golpe de estado no dejara de actuar en consecuencia, sea antes de las elecciones o sea después de ellas si triunfa el candidato del pueblo.
No se darán por vencidos tan pronto. Apenas es una escaramuza que les ha mostrado que deben mejorar sus estrategias y tácticas para mantener al pueblo sojuzgado y en la miseria.
Estarán diseñando nuevas acciones para asegurar su continuidad en el poder. No vamos a dejar el poder gritan con faldas y con botas. La política que hemos impulsado es la mejor y la que debe seguir impulsándose.
En consecuencia, tratan de evitar que el candidato que respalde el pueblo llegue a la presidencia, y si llega, tratarán de que continúe las políticas que se han impulsado desde los gobiernos priístas y que se han prolongado durante este gobierno de factura panista.
Si para ello le oponen otro candidato, “más mejor”, “más sensato”, “más conveniente” como un tal ingeniero, lo harán.
Si pese a ello el candidato del pueblo gana al “otro” candidato, si pueden accidentarlo lo harán; caso contrario, cuando éste se encuentre en la presidencia de la república buscarán controlarlo o tirarlo, faltaba más.
A los de arriba no les importa el personaje ni el partido; en política sólo hay intereses y lo que defiende es precisamente sus intereses económicos y políticos. Para defenderlos volverán a difamar, volverán a politizar el sistema jurídico, volverán a juridizar la lucha política, volverán a ideologizar la comunicación social, volverán a servirse de las alianzas espurias con los asesinos de siempre, volverán a tratar de dividir al pueblo para debilitar su proyecto de nación, volverán a usurpar, si les es posible, los poderes legislativo y judicial, volverán, en caso de necesidad última a asesinar al pueblo y sus representantes.
Por ello es que resulta imprescindible conformar una gran unidad popular nacional en torno a un proyecto de nación que contemple un nuevo pacto social, una nueva política económica, un nuevo sistema de justicia, una nueva política social y un nuevo México.
No podemos, bajo ninguna circunstancia, pensar o creer que ya se derrotó una política y un estilo de trabajo. No debemos bajar la guardia y decretar el fin de la organización, la resistencia y la lucha organizada del pueblo. No tenemos porque creer que las escaramuzas son las grande batallas.
Faltan, y ya lo veremos, otras luchas que debemos empezar a organizar con un principio de unidad de acción.
Si ellos no se consideran derrotados, no debemos, nosotros, considerarnos vencedores de un gran lucha que va a tener más escaramuzas y que debemos enfrentar con decisión, organización y unidad.