Manuel Marulanda Vélez era un niño de brazos cuando gracias al triunfo electoral de Enrique Olaya Herrera llegó a su fin la hegemonía conservadora. Desde su misma llegada al mundo fue testigo de los acontecimientos más importantes del último siglo en Colombia.
Cuando apenas alcanzaba la mayoría de edad y comenzaba su fugaz carrera como novel comerciante del norte del Valle, sus aspiraciones personales se vinieron al piso con el sacudón del país y la transformación total de su entorno a causa del asesinato de Jorge Eliécer Gaitán.
Su familia, como miles y miles en Colombia, terminaría alzada en defensa de su vida, ante la locura desatada desde el régimen conservador contra liberales y comunistas. La primera etapa de la vida guerrillera de Manuel cesaría con la amnistía decretada por el general Rojas Pinilla.
Una dictadura a la que Manuel siempre consideraría ambigua. Porque amnistiaba y traicionaba a la vez, hablaba de reconciliación y perseguía, emprendía obras y proyectos de beneficio popular pero lanzaba al tiempo operaciones de exterminio contra regiones agrarias.
Por ello la desconfianza en sus promesas de perdón y olvido. Jacobo Prías Alape y él, decidieron con su gente hacerse labriegos, colonos de las montañas más abruptas del centro del país. Una vez en Marquetalia su guerrilla se transformó en movimiento de autodefensa campesina.
Otra amnistía, en los comienzos del Frente Nacional, reconocería en los colonos su carácter de gente trabajadora y honesta. Manuel sería nombrado oficialmente y ejercería como inspector de obras públicas. Se suponía que una nueva etapa comenzaría para Colombia.
Pero ya desde la Novena Conferencia Panamericana el poder dominante en Colombia asumió como propia la estrategia continental anticomunista concebida en Washington. La presencia en Corea del Batallón Colombia importaría al país la nefasta práctica de la contrainsurgencia.
Después, el triunfo de la gloriosa revolución cubana sería utilizado por el imperio como pretexto para profundizar pactos militares interamericanos y exacerbar el odio anticomunista. Pronto comenzó a hablarse de las colonias agrícolas como de Repúblicas Independientes.
Y se desplegó desde el Estado una ofensiva múltiple contra ellas. Asedio paramilitar, crímenes como el de Jacobo Prías Alape, amagos de guerra abierta. Manuel y los suyos acudirían sin éxito a todas las instancias posibles para evitar la finalmente declarada cruzada de exterminio.
Colombia comenzaría a conocer las cartas de Manuel Marulanda Vélez al Congreso de la República, a los partidos políticos, a los Presidentes de la República, a distintas personalidades. En todas siempre habló de paz, de soluciones dialogadas, de evitar la guerra y la violencia.
La clase dirigente colombiana se negó a escucharlo y con la Operación Marquetalia habría de iniciar el conflicto armado interno más largo del continente y quizás del mundo. Entonces todos llegarían a conocer del Manuel guerrero, inteligente, audaz, persistente e invencible.
Dos décadas después de innumerables embestidas militares contra él y el ejército revolucionario que decidió conformar para hacer realidad su sueño de una Colombia democrática y soberana, sin miserias ni desigualdades, se lo vio firmando con el gobierno nacional los Acuerdos de La Uribe.
Se trataba del triunfo de su vieja aspiración de paz y reconciliación, de salida civilizada y pacífica. Reincorporación de las FARC a la vida civil por medio de un nuevo movimiento político a cambio de unas reformas fundamentales para el país y garantías plenas.
Manuel, como 30 años antes, optó por la prudencia. No quería que les sucediera a las FARC lo que a los movimientos y jefes desmovilizados de las guerrillas de entonces, incumplimientos oficiales a la palabra empeñada y muerte a mansalva por mano de sicarios.
Los hechos le darían la razón. Las grandes reformas prometidas quedaron en el papel, al tiempo que la Unión Patriótica y todo el movimiento democrático y popular fueron víctimas de implacables operaciones de exterminio que bañaron en sangre a Colombia.
La onda neoliberal llegaría de lleno al país con el futuro ofrecido por el Presidente César Gaviria. Privatizaciones, desregulación laboral y financiera, apertura económica y guerra declarada contra la insurgencia y la inconformidad social y política. Manuel la afrontaría con su aplomo.
La operación Casa Verde y luego la Guerra Integral que aspiraba, de acuerdo con Rafael Pardo, ministro de defensa del Presidente Gaviria en ese entonces, en dieciocho meses a aniquilar la insurgencia, no sólo se transformarían en la más heroica resistencia guerrillera, sino que harían de las FARC de Manuel Marulanda una formidable fuerza militar y política.
Nunca se cansaba de hablar de paz y solución política. Hasta el punto de alcanzar una tercera oportunidad para los diálogos. Entonces volvieron a ver a Manuel, septuagenario, sereno, abierto a la reconciliación, abrazado en el Caguán por un Presidente de la República.
Sin que por ello cediera en sus principios y aspiraciones. La paz debía significar para Colombia el término definitivo de la violencia como instrumento político, en todas sus manifestaciones, la instauración de una democracia profunda y la reivindicación social de los invisibles.
Las mismas banderas que hoy, 26 de marzo, a ocho años de la partida física de Manuel Marulanda Vélez, seguimos levantando y defendiendo las FARC-EP tanto en La Habana como en Colombia. Los poderes dominantes siempre han sido refractarios a ellas. Y preferido la guerra.
Casi octogenario, en el ojo del huracán del conflicto, Manuel Marulanda Vélez falleció por causas naturales, heredando al pueblo de Colombia el arsenal político y militar de su lucha. La calumnia no alcanza a roer un gramo de su grandeza histórica, de su ejemplo, de sus ideas.
Rendimos hoy homenaje solemne a su memoria. El 26 de marzo, Día Universal del Derecho de los Pueblos a la Rebelión, ratificamos nuestra fidelidad al ideario y la obra de Manuel. Y reiteramos la consigna nacida ante su tumba: ¡Hemos jurado vencer… Y venceremos!
SECRETARIADO DEL ESTADO MAYOR CENTRAL DE LAS FARC-EP