Las FARC-EP cumplimos este 27 de mayo el 52 aniversario de existencia como fuerza político militar revolucionaria. Y lo hacemos en un momento trascendental para la vida de nuestra nación, cuando nos hallamos a las puertas de alcanzar un acuerdo definitivo de paz con el gobierno nacional. Al cumplirse cinco décadas y un par de años de iniciada la guerra, la cordura parece por fin imponerse sobre los belicosos ánimos que desencadenaron la tragedia.
Los colonos que integraban el movimiento agrario de Marquetalia, al sur del departamento del Tolima, enterados de antemano de la gigantesca operación militar que se avecinaba contra ellos, escribieron decenas de cartas al Congreso de la República, las Iglesias, los partidos políticos, los gremios, personalidades nacionales y extranjeras, clamando porque se detuviera la decisión que los condenaría a la pérdida de su tranquilidad, sus familias, sus bienes, sus trabajos y sus vidas.
Pedían que en vez de balas y bombas, en lugar de tropas y aviones, el gobierno de Colombia les suministrara apoyo, carreteras, créditos, escuelas, puestos de salud, garantías para hacer política. No se trataba de sumas escandalosas de dinero, ni de derechos que no estuvieran reconocidos en la Constitución y las leyes. Pero primó la voz de quienes los llamaban bandidos y exigían su exterminio, acusándolos de haber construido una República Independiente.
Tras la asamblea general de la comunidad en la que se definió que las familias asentadas en la región la abandonarían con lo poco que pudieran llevarse, en un éxodo doloroso que volvía a repetirse tras largos años de violencia, cuarenta y ocho colonos, hombres y mujeres, decidieron permanecer allí, mal armados y solos contra el mundo, para esperar a los agresores y enfrentarlos en una desigual resistencia que juraron terminaría por cambiar el rostro de Colombia.
El Ejército Nacional ocupó e izó la bandera en el lugar donde existió, antes de ser destruido por las bombas, el pequeño caserío de Marquetalia. Pero aquel puñado de hombres y mujeres sobrevivió y se transformó en una guerrilla invencible que fue extendiendo su influencia por toda la geografía de Colombia. La justicia de la causa que representaban sus armas halló eco en miles y miles de colombianos que día tras día fueron sumándose en su apoyo y a sus filas.
Las fuerzas armadas colombianas, asesoradas permanentemente por el Pentágono, habrían de poner en práctica todas las tácticas de guerra en un desesperado esfuerzo por aniquilar la lucha creciente. Animadas por la doctrina de seguridad nacional que inspiraba su accionar, y aleccionadas por Escuela de las Américas, optaron por considerar enemigos internos a todos los inconformes que reclamaban sus derechos en los escenarios de la lucha política y social.
El conflicto se convirtió en el mejor pretexto del régimen para la persecución contra los movimientos sindical, agrario, indígena, de negritudes, obrero, popular, social, democrático y de oposición, hundiendo al país en una guerra sucia masiva, que comprendió el crimen selectivo y la masacre, las desapariciones, las torturas, los desplazamientos forzados, el paramilitarismo, el destierro, las amenazas, los montajes judiciales, la cárcel y el terror.
La muerte, el dolor, el llanto y el miedo se apoderaron del país durante décadas, contrariando el clamor guerrillero por una salida política que pusiera fin a la confrontación por vías civilizadas. Miles de hijos de la patria y el pueblo vieron truncadas sus vidas o cercenados sus miembros, fueron devorados por la enfermedad o el hambre en las selvas, o perecieron a manos de agentes oficiales o grupos paramilitares en una tragedia incesante.
Millonarias recompensas se ofrecieron por las cabezas de los jefes rebeldes y se mató a muchos de ellos de modo salvaje, siempre con el aplauso de los grandes medios y las voces que invocaban el terror como única salida. Pese a ello cada día jóvenes de ambos sexos, sonrientes y dispuestos, llegaban a las filas guerrilleras en reemplazo de los caídos, a templar sus espíritus al calor de la lucha. Se agigantó inútilmente al Ejército, la Policía y sus presupuestos en una loca carrera.
Hubiera sido más humano y barato conversar para poner fin al doloroso drama de la nación. Pero siempre se atravesaron intereses y ánimos para impedirlo o sabotearlo. Pese a que tras medio siglo de horrores, el Estado colombiano y las FARC-EP porfían en La Habana por una Acuerdo Final de Paz, aún persisten en el país liderazgos y prosélitos que apuestan a la muerte, que llaman a los bombardeos e incitan a la población a persistir en una guerra sin futuro.
Las FARC-EP, con la autoridad que deriva de nuestra larga resistencia y del hecho de sobrevivir para defender nuestras verdades, creemos firmemente que a estas alturas Colombia entera debe sumarse al hermoso sueño de la paz y la reconciliación. Nunca antes hemos estado gobierno y guerrilla tan cerca de firmar un cese al fuego y de hostilidades bilateral y definitivo como ahora. Eso significa que la sonrisa feliz de las próximas generaciones se halla en nuestras manos.
Tenemos el reto y el compromiso de construir entre todos un país distinto, en el que el bienestar de los seres humanos se halle por encima del afán de lucro, en el que la naturaleza y los recursos comunes sean puestos al servicio del desarrollo general, cuidando de no hacerle daño a la vida. En el que las oportunidades para los más desfavorecidos sean ciertas. En el que la gente vuelva a morirse por obra de la vejez y no de la violencia. En el que imperen la ley y la justicia.
Los acuerdos alcanzados hasta hoy en la Mesa de Conversaciones son las llaves de un porvenir mejor para Colombia. El campo debe ser transformado en motor económico importante que asegure soberanamente la alimentación de la nación. Los cultivos de uso ilícito y la necesidad de acudir a ellos deben pasar a la historia. Las víctimas tendrán satisfacción y habrá verdad y justicia tras la oscura noche de la guerra. La democracia plena debe ser un hecho en el suelo patrio.
Con esos propósitos hemos discutido durante cinco años de diálogos y están listas las fórmulas para asegurarlos. Es cierto que restan algunos aspectos importantes por pactar, pero soñamos optimistas en que con cada día más compatriotas sumados al esfuerzo por la paz, ambas partes terminaremos prontamente por conciliar posiciones. La definición final se halla en el cercano horizonte de unas cuantas semanas o meses. Ningún poder humano puede impedirlo.
Tras cincuenta y dos años de confrontación, las FARC pasaremos a convertirnos en un movimiento político legal y desarmado, en un país en el que la tolerancia y las garantías para el adversario político deben ser plenas. La siniestra figura de la discriminación política será cuestión del pasado. Uniremos nuestras voces y esfuerzos a todos los que sueñan con una patria justa y soberana, a fin de conformar el torrente imparable que haga de Colombia un ejemplo para América y el mundo.
¡Hemos jurado vencer… Y venceremos!
SECRETARIADO DEL ESTADO MAYOR CENTRAL DE LAS FARC-EP