El 10 de agosto de 1990 se produjo sorpresivamente, en el campamento de Casa Verde, en medio de una reunión del Secretariado Nacional, el fallecimiento por causa natural de nuestro inolvidable Camarada y Comandante Jacobo Arenas.
Jacobo arribó a Marquetalia en abril de 1964, a objeto de apoyar con su visión revolucionaria y sus inagotables energías al movimiento agrario dirigido por Manuel Marulanda Vélez, que se hallaba a punto de ser agredido por la operación militar de exterminio decretada por el gobierno de Guillermo León Valencia. Hasta su muerte, fueron 26 los años dedicados a iluminar con su pensamiento y actividad el camino de la lucha política y militar de las FARC-EP.
Comunista íntegro y por tanto enamorado de las causas de la revolución y el socialismo, Jacobo Arenas solía contar que su atracción por el Partido había nacido en la ciudad de Bucaramanga, cuando contempló la gran manifestación convocada para celebrar la derrota de Adolfo Hitler y sus tropas fascistas en los finales de la Segunda Guerra Mundial.
En su calidad de dirigente juvenil y sindical se sumó a la lucha de los trabajadores petroleros de Barrancabermeja, tras el asesinato de Jorge Eliécer Gaitán el 9 de abril de 1948, en donde conoció el esplendor de los días del poder popular revolucionario, llegados a su fin con la arremetida terrorista del gobierno de Mariano Ospina Pérez. Asimismo, pocos años después acompañaría los movimientos de resistencia campesina contra la dictadura de Rojas Pinilla.
A partir de 1983, cuando se inician los contactos entre las FARC-EP y el gobierno del Presidente Belisario Betancur que habrían de culminar con la firma de los llamados Acuerdos de La Uribe, el país tendría oportunidad de conocer de manera abierta la figura y el verbo de Jacobo Arenas, reconocido justamente como el ideólogo de nuestra organización. La bandera de la salida política surgió entonces como mensaje de esperanza, de paz y de progreso para toda Colombia.
Meses antes, tras la expedición de la ley de amnistía, Jacobo había expresado que a las FARC les parecía de tal valor en ese instante de la vida del país, que la convertirían en un instrumento de movilización de opinión y de movilización de amplias masas para la lucha por la conquista de una verdadera paz democrática, paz sin hambre, paz sin desocupación, paz sin miseria, paz con tierra y techo, paz con libertades públicas, paz sin violencia, ni terror, vale decir paz sin militarismo.
Gracias a sus planteamientos las FARC-EP tuvimos certeza de que la guerra no podía ser el destino de nuestra nación. Son las clases dominantes en Colombia, que él calificó como empeñadas en una economía de traganíquel, las únicas interesadas en el mantenimiento de un conflicto que les permite garantizar sus privilegios y acumular mayores riquezas a costa del sufrimiento de las mayorías. Para nuestro pueblo la paz es una conquista cargada de esperanzas.
Jacobo Arenas aterrizó de manera genial el planteamiento de la revolución colombiana. Ésta no consistía en una cuestión de voluntades individuales, sino en un proceso histórico, prolongado y difícil, que solo podía culminar en una insurrección popular cuando quiera que existieran materialmente las condiciones exigidas por una situación revolucionaria. Las FARC trabajamos por convertirnos en el factor subjetivo de ella, pero no podemos crearla.
En donde no se haya dado una situación revolucionaria no podrá desarrollarse un movimiento guerrillero de masas que influya decisivamente en el pueblo y en la movilización popular por el cambio de sistema social. No se puede decir que la revolución va a triunfar en un plazo determinado, pero se puede y debe trabajar por crear los factores subjetivos para ese desarrollo. Y nuestro deber es hacerlo del modo menos doloroso para nuestro pueblo.
La conquista de unos acuerdos de paz que abran las puertas a la democratización de la vida nacional, que colmen de garantías a los partidos y movimientos políticos y sociales de carácter popular y oposición, que impongan un cerrojo al despliegue de la actividad terrorista del Estado, a la represión de la inconformidad y la lucha por los cambios, significa la liberación de poderosas fuerzas sociales represadas por cuenta de la violencia, capaces de transformar el país y el régimen.
Han trascurrido más de treinta años desde cuando las FARC-EP asumimos el compromiso de alcanzar una solución política dialogada al conflicto colombiano. Para la historia nacional quedan los denodados esfuerzos del propio Jacobo, quien llegó incluso a pensar en ser candidato a la Presidencia de la República, y de los demás fundadores de nuestra organización por culminar con éxito diferentes procesos encaminados a lograr un acuerdo definitivo de fin del conflicto.
Hoy podemos decir que no han sido en vano los sacrificios de tantos colombianos y colombianas, que incluso al precio de su vida combatieron durante décadas al Estado colombiano y su inspirador imperial. Se acercan los días de la firma de una Acuerdo Final y desde diversas trincheras arrecian los ataques cargados de odio, contra la posibilidad de que Colombia supere la noche oscura de la violencia política. Hoy más que nunca recordamos a Jacobo Arenas.
Estamos convencidos de que Colombia se merece una suerte distinta. No estamos diciendo que firmado un Acuerdo Final en La Habana alcanzaremos el paraíso. Sabemos que quedarán trazadas grandes tareas para el movimiento popular, democrático y revolucionario, y confiamos en la sabiduría del pueblo colombiano para emprender la senda de la reconciliación, del debate civilizado, de la organización, la movilización y la lucha por una Nueva Colombia.