Ya se ha difundido y comentado de manera amplia, la desafortunada presencia de los aviones Kafir el día de la firma del Acuerdo Final de La Habana. Son muchos los que se preguntan a qué obedeció el paso amenazante de los aviones de guerra sobre el escenario en el que estaba terminando su discurso el comandante de las FARC-EP.
En general podríamos concluir que se presentó un consenso en torno al rechazo al hecho. Inoportuno, impertinente, e incluso altamente peligroso. Estaban presentes, entre otras personalidades, el Secretario General de la ONU, el Secretario de Estado de los Estados Unidos de Norteamérica, quince Presidentes en ejercicio y sigan añadiendo ex Presidentes y demás.
Se comenta incluso de posibles reclamos diplomáticos contra el gobierno de Colombia. Eventos de esa naturaleza son supremamente serios, solemnes de tal altura, que una broma de tan pésimo gusto no admite ni siquiera ser pensada. Hubo periodistas extranjeros que alcanzaron a exclamar atónitos golpe de Estado. Y muchas mentes por las que cruzó la idea de una sucia traición.
¿Por qué el Presidente Santos dio el visto bueno a semejante esperpento, en medio del acto oficial que sellaba tras cincuenta y dos años de guerra el fin del conflicto armado? ¿A pocos minutos de que el coro de niños y adultos diera rienda suelta a la portentosa interpretación del Himno de la Alegría, y de que él mismo clamara por no más guerra en Colombia?
No esperamos una explicación pública al respecto, quizás ni privada. Como la muerte de nuestro Comandante Alfonso Cano, en medio de los primeros intercambios que condujeron al final exitoso de este proceso, se trata de una más de las tantas provocaciones que tuvimos que enfrentar, con la mayor serenidad y sindéresis, a lo largo de estos años y hasta el último momento.
En cambio sí quisiéramos referirnos al tratamiento que algunos comentaristas de la prensa confirieron al hecho. En particular a la nota elaborada al respecto en el diario EL TIEMPO y la que difunde el portal de las 2 orillas por la web. Las dos coinciden en que se trató de una demostración de fuerza de último momento, con la cual el Estado quiso mostrarnos su victoria final.
El tiempo no alcanza para leer todas las columnas de la gran prensa, pero basta con conocer el contenido de las reseñadas, para imaginar cuántas más se habrán elaborado y publicado en el mismo sentido. De hecho, la decisión editorial unánime de los grandes medios fue la de presentar en primer plano el rostro sorprendido de Timoshenko, para hablar de su miedo.
De su miedo al poder aéreo del Ejército de Colombia, de su miedo al ruido de los motores y de las bombas, del pánico a una muerte inesperada e instantánea. Para desde luego, abrir las puertas a la especulación consecuente. Las FARC fueron llevadas vencidas a la Mesa de Conversaciones, derrotadas a punta de bombas. ¿Hay muestra más palpable que la fotografía exhibida?
No parece fácil hallar un adjetivo más apropiado que diabólico, para calificar el modo como el asunto es abordado por los medios en mención. Estamos completamente seguros de que ninguno de los que escriben tales notas ha escuchado nunca un combate, a no ser que haya sido en una película, un documental o un video noticioso elaborado a prudente distancia.
Quien conozca el clásico video que los periodistas franceses elaboraron sobre los tiempos de Marquetalia y Riochiquito, sabe que desde entonces la aviación ha sido usada para bombardear y ametrallar campamentos, unidades guerrilleras y hasta población civil. Si ese hubiera sido el procedimiento adecuado para derrotarnos, la guerra no se hubiera prolongado por medio siglo.
Algo desprende fetidez en ese tipo de notas. Mientras EL TIEMPO resalta que gracias a las bombas perecieron Raúl Reyes, Jorge Briseño y Alfonso Cano, la nota que publica las 2 orillas se explaya en unas FARC acobardadas y temblorosas, firmando el Acuerdo Final impuesto por el gobierno nacional a manera de emplazamiento. La misma matriz de los largos años de la guerra.
No cabe responder a los autores de tales despropósitos. Al fin y al cabo se trata de simples amanuenses que expresan el resentimiento de ciertos círculos de poder absolutamente ofendidos con lo conseguido por las FARC. Sentimos que las grandes mayorías del país nos acompañan en esta victoria del pueblo colombiano, hemos ganado la paz y cómo le duele a algunos.
Debieran recordar al barón von Clausewitz, y a su fundamental texto sobre política y guerra. Esta no es otra cosa que la continuación de la primera por otros medios. Y más que la aniquilación del contendiente, la victoria consiste en imponer la voluntad propia al contrario. Si algo está perfectamente claro en los Acuerdos de La Habana, es que no hubo vencedores ni vencidos.
Las FARC vamos a continuar haciendo política, de manera abierta y legal, sin armas, llevando nuestro mensaje de renovación y cambio por todo el país. Con garantías plenas por parte del Estado. Sentimos salir de la guerra por la puerta grande, con reconocimiento oficial de la ONU, la Unión Europea, los Estados Unidos y prácticamente todos los países del mundo.
Eso no pueden negarlo ni siquiera nuestros más acérrimos detractores, más bien indignados y llorosos con las manifestaciones de felicitación y los augurios de éxito que nos brindan en bloque la comunidad internacional, el gobierno de Colombia, y sobre todo la mar de personalidades y organizaciones sociales, políticas, artísticas y culturales que aplauden el Acuerdo Final.
Alguna alteración mental de grave alcance deben padecer los inspiradores de los articulistas en mención. Eso que aplauden, el supuesto susto que los Kfir dieron a Timoshenko y los suyos el 26 en Cartagena, revela más bien lo fuera de lugar que se hallan hoy en día en Colombia y en el continente, las manifestaciones militares de la fuerza bruta y el terror.
Podríamos escribir un tratado acerca del carácter desproporcionado e inmoral de la guerra aérea contra las guerrillas. Algo que todos los presentes en el acto del 26 percibieron de inmediato. Pero no vale la pena alborotar ahora con eso. Firmamos el fin del conflicto y vamos por la reconciliación, por el perdón, por una Colombia sin odios, en paz y con justicia social. Así sea.
La Habana, 30 de septiembre de 2016.
Timoleón Jiménez, jefe del Estado Mayor Central de las FARC-EP