A orillas de este inmenso río que nace como de las venas de su habitantes, y frente a este pueblo precioso como olvidado, que vierte amor pese a sus penas; por su historia nacida en surcos de dolor desde sus manos mestizas, indias y negras; desde sus manos del arado, la pesca y los tambores...; por sus sueños que como pájaros mágicos anidan en los corazones sencillos de su gente, de sus labriegos, de sus pescadores, de sus bogas y cantores; con nuestras almas contritas, pedimos nos perdonen y nos den la esperanza del alivio espiritual permitiéndonos seguir junto a ustedes haciendo el camino que, reconciliados, nos conduzca hacia la era justa que tanto han anhelado los humildes de todos los rincones de Colombia.
Sabemos que el perdón es un asunto íntimo de la conciencia humana, que solo es dable en su absoluta dimensión salvadora y sanadora, si media la sinceridad y el arrepentimiento verdadero, que son dos poderosas razones que nos impulsan para tender nuestras manos de reconciliación al pueblo de Bojayá y hacia todas las personas de estas tierras de esperanza, a quienes pudiéramos haber ofendido de palabra, obra o pensamiento. Tendemos nuestras manos jurando que jamás tuvimos la intención de causar los terribles daños que tanta aflicción han ocasionado, y lo hacemos con la infinita gratitud que nos da la forma como con tanto desprendimiento de comprensión y sin manchas de rencor y odio, nos han recibido para iniciar la nueva senda de paz que nos hemos trazado.
Al llegar hasta aquí, con la ofrenda del Cristo Negro de Bojayá, construido por el maestro Enrique Angulo, uno de los más grandes escultores de Cuba, con tanto esmero y devoción, lo hacemos para rendir el más sentido homenaje, más que merecido, a un pueblo sufrido y emprendedor; Y lo hacemos con el convecimiento de que es necesario mantener siempre presentes a las personas queridas que nos quitó la guerra. Ellos y ellas deben estar latentes en cada rincón de la memoria; en cada momento y lugar del porvenir deberán estar los recuerdos de sus voces y sonrisas, de sus hazañas y cuentos, del día a día abnegado de su que hacer pacífico, porque aunque ya no estén físicamente deben pervivir como fuerza moral y espiritual para avanzar hacia la conquista de las mas bellas utopías. Enraizados deben permanecer en el amor y el optimismo de un pueblo, que como el de Bojayá ha sabido dar ejemplo máximo de generosidad y perdón, entregando como el que más, fuerza y esperanza para no desfallecer en la búsqueda de la paz.
Nuevamente perdón infinitamente Bojayá, y que tus palabras de fe en la Colombia Nueva que debe nacer de este momento de culminación de una guerra que jamás debió ser, sanen las heridas del alma que son las más profundas, y que entonces parafraseando al poeta Juan Bautista Velasco, podamos repetir nuestro deseo de que tus canoas puedan bajar alegres por el Atrato regresando la vida; con sus remos seguros y el rumbo cierto, habitando las claras mañanas de la infancia, trayendo los ecos de lo aprendido de los ancestros en la horas tempranas del alma...; y entonces también el lucero de vuestras alegrías regrese por los caminos de la noche, y el sol vuelva a beber tranquilo en las aguas limpias de su cause y mitigue su sed en los largos días del verano; y que cada hombre y mujer puedan retornar por sus corrientes al calor del hogar después de cada rudo combate con la enmarañada selva y después de su vuelta a la luz y al aire desde los socavones umbrosos; y que las risas alegres de sus hermosas mujeres, y el abrazo franco de sus hombres broncos nos hermanen, y sus peces de escamas cristalinas sirvan para hacer la comunión del universo, entre abarcos y cativos, entre los frutos jugosos y las flores preciosas de esta selva fértil; y entonces, bajo el cobijo de las alas de sus aves, reinicie la esperanza arrullada hasta siempre por sus aguas bautismales. Basta ya de los ruidos de la muerte, basta ya!
Secretariado del Estado Mayor Central de las FARC-EP