QUE LA PALABRA SEA LA ÚNICA ARMA DE LOS COLOMBIANOS
Para alcanzar la firma de este Acuerdo Definitivo, los colombianos vivimos más de siete décadas de violencia, medio siglo de guerra abierta, treinta y tres años en procesos de diálogos, un lustro de debates en La Habana, el desencanto del pasado 2 de octubre y el más histórico esfuerzo por conseguir el mayoritario consenso de la nación.
En esta última etapa enriquecimos y modificamos el Acuerdo anterior, teniendo en cuenta las inquietudes y las propuestas, aclaraciones y definiciones puntuales hechas por los más variados grupos y organizaciones sociales, sectores de opinión y movimientos y partidos políticos. Estudiamos con desprevención y esmero todo lo puesto a consideración de las partes en la Mesa por los interesados, e introdujimos importantes y numerosos cambios y modificaciones sustanciales a los textos antiguos, hasta convertir el Acuerdo Final en Definitivo.
La Mesa de La Habana se vio rodeada nuevamente del apoyo de la comunidad internacional, preocupada hondamente porque los esfuerzos por la paz en Colombia llegaran a buen puerto. Las voces de aliento de la Organización de las Naciones Unidas, la Unión Europea, el gobierno de los Estados Unidos, El Vaticano, la CELAC y los países acompañantes Venezuela y Chile, habrían de sumarse a la permanente diligencia de Cuba y Noruega, países garantes del proceso, que estuvieron noche y día velando por la exitosa culminación de los trabajos de las delegaciones. A todos ellos y ellas nuestro eterno reconocimiento.
Son artífices de este Acuerdo Definitivo las organizaciones de mujeres de Colombia, que se manifestaron en muchas formas para dar a conocer el verdadero sentido de sus aspiraciones. Igual podemos decir del movimiento LGTBI. Nos reunimos en La Habana con delegaciones de diversos credos cristianos, de movimientos sociales y distintos partidos políticos. Varias personalidades de la política colombiana también se hicieron presentes para aportar sus puntadas en el anhelo común de tejer las más sabias fórmulas.
Nuestro sentimiento de solidaridad y admiración a las y a los miles de compatriotas que salieron a las calles y plazas de ciudades y pueblos, a manifestar su condena a la guerra, su respaldo a los fundamentos del Acuerdo Final, y a exigir a las partes sentadas a la Mesa no pararse hasta firmar un Acuerdo Definitivo. A los y a las jóvenes y estudiantes universitarios que consiguieron despertar una auténtica movilización nacional en defensa de la solución política, y que promovieron y conquistaron un Pacto Juvenil por la Paz, entre la mayoría de las representaciones políticas de los distintos partidos y movimientos, incluidos el Partido Conservador y el Centro Democrático.
A las comunidades indígenas, campesinas y afrodescendientes, a los líderes agrarios y comunales con amplia trayectoria en el trabajo por la paz en los territorios, a las decenas de miles de familias que se unieron a las FARC en las vigilias por la paz, a las personalidades de la iglesia católica, la ciencia y el mundo del arte, a los académicos de diferentes universidades, a las plataformas por la paz que brotaron en las ciudades del país, a quienes se unieron a las marchas del silencio, de las flores, de las víctimas de la Unión Patriótica, a quienes fundaron los campamentos por la paz y se sembraron en ellos, a quienes convocaron actos por la paz en distintas ciudades del mundo. Este Acuerdo Final les pertenece porque ayudaron a construirlo con sus esperanzas y acciones.
El pueblo de este país está harto de la violencia, de la intolerancia, de los estigmas y señalamientos. Quiere y exige un cambio profundo en las costumbres políticas, que cesen la corrupción, la mentira, el engaño. La primera demanda nacional es que se ponga fin al uso de las armas en la política, que se garantice el derecho a disentir, a hacer oposición, a protestar contra la mala administración, contra las leyes injustas, contra la arbitrariedad y el abuso de los funcionarios en el poder. Que la vida, la integridad personal, las libertades de movimiento y pensamiento sean reales. Por eso Colombia cierra filas en torno a este Acuerdo Definitivo.
Porque implicó debates profundos con todas las voces del Establecimiento, involucró a prestantes miembros de las fuerzas armadas, tensó las posiciones a los puntos más extremos, requirió singulares esfuerzos de aproximación. Nadie debería quedarse por fuera de él. Con este Acuerdo no se deponen posiciones ideológicas, políticas o de conciencia, sólo ponemos fin de manera definitiva a la guerra. Para confrontar civilizadamente las contradicciones.
Por eso reclamamos su implementación pronta y eficaz, a fin de desatar la edificación de la convivencia democrática, la paz y la justicia social en nuestro país. No más asesinatos de dirigentes sindicales, agrarios o populares, de reclamantes de tierras, de activistas sociales, de opositores políticos de izquierda. No más amenazas ni hostilidades. Es inaudito que a estas alturas sigan cayendo guerrilleros de las FARC con extraños argumentos, que las denuncias por violaciones a los derechos humanos sean pan de cada día, que de todas partes broten quejas de comunidades por los planes de ocupación militar, por operaciones de erradicación forzada de sus cultivos pese a lo pactado. Asombran al país el desalojo violento del campamento por paz de la Plaza de Bolívar, la indolencia del gobierno nacional frente a los asesinatos de dirigentes campesinos y activistas de la Marcha Patriótica. Mientras se felicita al Ejército Nacional por propinar golpes al ELN, es nula la solidaridad hacia las familias de los activistas populares y guerrilleros de las FARC dados de baja.
Confiamos en tomar parte activa, en plena legalidad, en los ya próximos debates y justas políticas. Destacamos la importancia que tendría para el país la conformación de un gobierno de transición, cuyo propósito fundamental sea el cumplimiento cabal de los Acuerdos de La Habana, el cual debería estar integrado por todas las fuerzas y sectores que han trabajado sin tregua por ellos.
Extendemos nuestro saludo a Donald Trump por su elección como nuevo Presidente de los Estados Unidos y aspiramos a que su gobierno pueda jugar un destacado papel en beneficio de la paz mundial y continental. Esperamos que el propósito superior de la paz en Colombia, que contribuirá decisivamente al entendimiento en toda Latinoamérica y el Caribe, siga contando con el respaldo y la aquiescencia del nuevo gobierno de Washington.
Reiteramos nuestra solidaridad con todas las víctimas de esta larga guerra, sea cual sea el bando al que hayan pertenecido, así como nuestra petición de perdón por las consecuencias que para ellos hayan podido provenir de nuestras manos. A nuestros adversarios políticos nuestro respeto, nuestro ramo de olivo, nuestra invitación fraternal a convivir en la diferencia. No habrá más violencia entre colombianos por razones políticas, ese sólo hecho debe llenarnos de ánimo para trabajar por hacer de nuestra patria un país muchísimo mejor. Creemos indispensable que para el bien del país, la palabra sea la única arma que nos permitamos usar los colombianos.