Para muchos compatriotas, así como para hombres y mujeres que miran a Colombia con renovada esperanza para sus países aun marcados por guerras y conflictos, el año 2016 que llega a su término, será recordado como el de la firma de la paz en nuestro país.
El Estado colombiano, representado por el Gobierno del Presidente Juan Manuel Santos, y las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia Ejército del Pueblo, lograron un pacto tras cinco años de delicadas y complejas negociaciones.
El Proceso de Diálogos de La Habana estuvo rodeado por la comprensión y valiosa colaboración de la República de Cuba, el Reino de Noruega, la República Bolivariana de Venezuela y la República de Chile, como países garantes y acompañantes, concitando además la solidaridad del mundo entero.
Pueblos, gobiernos, organismos regionales de América Latina y el Caribe, la Unión Europea, la ONU, Iglesias, personalidades encabezados por el Papa Francisco, parlamentos, Ongs, movimientos sociales, culturales, de artistas, escritores, periodistas, deportistas y el propio gobierno de los Estados Unidos, entre otros, participaron con sus buenos oficios para que las partes lograran llegar, no sin altibajos, a la firma del Acuerdo Final. A todos nuestro reconocimiento y gratitud.
Ahora entramos en la etapa de la Implementación de lo acordado, quizás la parte más delicada puesto que si bien que los enemigos de la paz son pocos, cuentan con un inmenso poder de desestabilización, se lucran de la guerra y no van a renunciar fácilmente a sus privilegios.
En su desespero recurren a la guerra psicológica, expandiendo falsos rumores y apelando a la mentira y la calumnia, a fin de ganar adeptos dentro de los sectores que ellos mismos mantienen en la ignorancia. Por otro lado se articulan planes nacionales y regionales para asesinar líderes y lideresas de izquierda y defensores de DDHH, sin que el gobierno exhiba resultados palpables en la desarticulación de los grupos paramilitares que aún subsisten, ni llegue con acción social a garantizar la vida y honra de los ciudadanos de las áreas sumidas históricamente en el conflicto.
Es por ello que la denuncia, colaboración y solidaridad internacional, cobran en este momento renovada importancia. Ellas serán imprescindibles para que en Colombia, por fin, sean desarticuladas y desmontadas las organizaciones paramilitares, para que se otorguen plenas garantías a los ex guerrilleros en el ejercicio de la acción política, para que las partes se sientan obligadas a respetar el espíritu y la letra de los acuerdos firmados. De la correcta y justa implementación del Acuerdo Final de La Habana y Bogotá depende que Colombia realmente emprenda la senda de la renovación pacífica y la democratización efectiva, que las comunidades abandonadas por décadas comiencen a recibir los frutos de la anhelada paz.