Entrevista al comandante Roberto Roca (Proceso)

EL FMLN, DISPUESTO A NEGOCIAR; SU PROVEEDOR DE ARMAS: EL EJÉRCITO

Por Anne Marie Mergier

Un cuarto lleno de libros. Un silencio extraño. Un cigarro que se consume entre los dedos. Una voz sin edad, joven y madura al mismo tiempo: Roberto Roca, uno de los cinco comandantes en jefe del Frente Farabundo Martí de Liberación Nacional, de El Salvador.

Las probabilidades de una invasión a El Salvador se han acrecentado en las últimas semanas y el dirigente salvadoreño, de 34 años de edad y 12 de militancia, no la descarta:

“La intervención puede llegar a asumir características más dramáticas y amplias que las que tiene actualmente —dice con gravedad—. No descartamos la posibilidad de una intervención masiva de tropas norteamericanas o `interamericanas.’ Pero no es fácil instrumentar esa intervención, que para ser efectiva, hasta cierto punto, tendría que ser fulminante y breve, porque de lo contrario provocaría violentas reacciones, tanto de nuestro pueblo como de los pueblos de los países involucrados en la intervención. Y hoy en día, en El Salvador, no hay posibilidad alguna de realizar, exitosamente, una intervención fulminante. La fuerza adquirida por las organizaciones revolucionarias es evidente y basta recordar las acciones militares de los dos últimos meses para comprobarlo. Ninguna fuerza extranjera que intervenga en la problemática salvadoreña tiene garantía de conseguir su objetivo y retirarse en corto tiempo; por el contrario, sabemos que se empantanaría. Eso tienen que tomarlo en cuenta los gobiernos de Estados Unidos, Argentina, Chile, Uruguay, o cualquier otro dispuesto a lanzarse a esa aventura”.

—El secretario de Estado norteamericano, general Alexander Haig, dijo hace poco que en caso de vietnamización del conflicto, los Estados Unidos ganarían de todas maneras y no “tropezarían” como en el sudeste asiático.
—Eso indica claramente que la decisión de una intervención directa y masiva en El Salvador existe ya en la cabeza de Haig. Es evidente que desde el punto de vista militar, que es el que prefieren los guerreristas de la administración Reagan, la intervención masiva es un peligro real. Pero la guerra popular que se libra en El Salvador no es solamente un problema militar, también es un problema político en el que inciden el estado de las fuerzas políticas en El Salvador, la opinión pública norteamericana y las indudables reacciones que tendrán la mayoría de los gobiernos y pueblos del mundo ante una invasión. En ese sentido, el conflicto salvadoreño no está aislado del resto del Planeta; se inscribe en un plano internacional que no pueden subestimar los que pugnan por una intervención masiva. El Salvador no es, por supuesto, Vietnam; es El Salvador con sus características y fuerzas políticas distintas. Pero tenemos un punto en común con los vietnamitas; como ellos, somos capaces de generar, estamos generando ya, las condiciones para empantanar a cualquier ejército invasor. Que lo crea o no Haig. Para cualquier observador medianamente perspicaz resulta ya evidente que una invasión a El Salvador generará una regionalización del conflicto. Eso se ha dicho y repetido en los últimos meses en la prensa internacional con justa razón: el nivel de desarrollo de las fuerzas revolucionarias en América Central es muy grande, lo crea o no Haig.

—Entre las hipótesis del tipo de intervención que podría darse en El Salvador hay una que cada día parece perfilarse más: la entrada de tropas interamericanas, que aparecerían como garantía para que las elecciones del 28 de marzo se realicen en un “clima de paz” ¿Podría suceder?
—Hemos pensado también en esa posibilidad. A estas alturas, sin embargo, nos parece un tanto improbable. No creemos que existan, en el conjunto de los gobiernos de América Latina, las condiciones que permitan llevar a cabo una operación de esa naturaleza, aunque no nos hacemos ilusiones: en última instancia las conocidas y desprestigiadas dictaduras latinoamericanas, valiéndose de acuerdos bilaterales como los que se plantearon la semana pasada entre el ejército argentino y el salvadoreño, en Buenos Aires, podrían prestarse a ese juego. Es un riesgo y estamos conscientes de él. De hecho, sabemos que existe ya una estrecha colaboración entre el ejército salvadoreño y el hondureño, en la zona fronteriza entre ambos países. Hay, además, oficiales hondureños y guatemaltecos que están en proceso de coordinar operaciones militares. Sabemos que no solamente asesores norteamericanos y argentinos ayudan al ejército salvadoreño, sino también oficiales chilenos. Todo esto no es nuevo, es lo que llamamos la primera fase de la intervención. El hecho de que a pesar de la coordinación de esfuerzos de varios ejércitos no hayan podido impedirnos aumentar nuestra fuerza, demuestra que hemos derrotado esa primera fase de la intervención oculta, no masiva, pero sí directa.

—El FMLN ha realizado con éxito espectaculares acciones en los últimos meses, como la destrucción del Puente del Oro y el ataque a la base aérea de Ilopango, en la cual quedó inutilizada la mayor parte de la fuerza aérea de la Junta, aunque Estados Unidos envió ya otros aviones de guerra de recambio ¿Cuál es la situación del ejército regular?

—Está desmoralizado. Desde el punto de vista logístico está ya saturado; no puede, inclusive, dar a las armas con las que cuenta una utilización óptica. La cantidad de desperdicio de armamento que hace denota su ineficiencia. La mejor prueba de lo que estamos derrotando es que a pesar de tener armas ultramodernas y asesores extranjeros no nos ha podido vencer, aunque ha cambiado, modificado y reajustado sus tácticas.

—Razón de más para una invasión masiva.
—Desde luego. Es un peligro real. Lo tenemos en cuenta dentro de nuestra resistencia a la intervención sorda, callada, que ya se está dando en nuestro país.

—Hace un momento usted me decía que el FMLN está en capacidad de empantanar cualquier invasión extranjera en El Salvador ¿No es un exceso de seguridad?
—Tenemos la capacidad de volver realmente locos a los soldados extranjeros que pisen suelo salvadoreño. La guerra que libramos en El Salvador es, en términos generales, una guerra de movimientos, una guerra que todavía tiene un carácter irregular, en la cual hemos adquirido gran experiencia. Es precisamente ella la que nos permitirá hacer frente con éxito a un desembarco masivo de fuerzas extranjeras que no saben nada de la realidad de nuestro país. Nosotros sí la conocemos, y perfectamente, además podemos definir a discreción la duración de los combates, los momentos de retiradas estratégicas. Es lo que hemos venido haciendo desde enero de este año, particularmente. En diciembre del año pasado la comandancia general del FMLN consideró que estaban reunidas las condiciones para que nuestra lucha diera un nuevo salto. Lanzamos, desde entonces, lo que podríamos llamar una ofensiva continua: hemos realizado acciones militares lejos de nuestras zonas de control, hemos ocupado ciudades durante cinco días, como la de Usulutlán. Hubiéramos podido tomarla, pero no nos interesa vencer solamente una posición del enemigo. Queremos adquirir la capacidad de vencer simultáneamente varias de sus posiciones, para que el golpe sea realmente contundente. Si tomamos sólo una posición corremos el riesgo de que los empantanados seamos nosotros. La movilidad es la mejor garantía contra una invasión masiva.

—La otra estrategia del gobierno de Estados Unidos en El Salvador parece ser la de las elecciones. La administración Reagan espera mucho, por lo que ha declarado hasta ahora, de los comicios del 28 de marzo.
—La administración Reagan y la junta militar demócrata-cristiana insisten, efectivamente, en imponer un cierto proceso electoral. Pero ¿a quién van a engañar?: unas elecciones celebradas en medio de la guerra no son mecanismo democrático. La junta ni siquiera puede garantizar que esas elecciones se lleven a cabo en todo el país. Lo reconoce, inclusive, abiertamente, porque no puede hacer otra cosa. No hay, de hecho, campaña electoral, ni un padrón electoral. Se va a votar simplemente con la cédula, pero en nuestro país esto es historia vieja; cualquier persona puede tener varias cédulas. Todo está tan corrompido. Nosotros mismos tenemos varias cédulas para evitar la persecución ¿Qué significa eso?: que habrá gente que votará varias veces. Por otra parte, ni siquiera hay candidatos para estas particulares elecciones: faltan tres semanas para las elecciones y la mayoría de los candidatos no se ha atrevido a revelar sus nombres. El pueblo salvadoreño se va a enterar dos días antes de las elecciones de la identidad de los candidatos.

“¡Es parte de la larga historia de farsa electoral en nuestro país, aunque esto alcanza niveles jamás alcanzados!”

—En los últimos días han surgido noticias contradictorias sobre la política de la oposición salvadoreña frente a las elecciones. Por un lado, se dice que el FMLN no piensa realizar acciones de boicot contra los comicios y, por el otro, que sí ¿Existen desacuerdos sobre el tema?

—No hay desacuerdos en el seno del FMLN y del Frente Democrático Revolucionario en cuanto a la línea por seguir frente a las elecciones, lo puedo afirmar categóricamente. No dispararemos ninguna bala contra las urnas, ni tampoco contra los votantes. No es necesario, en realidad, entrar en ese tipo de contradicciones con las elecciones, que se frustran por sí solas por la insistencia en realizarlas en medio de la guerra. Son las mismas condiciones de la guerra las que van a definir lo que el pueblo va a hacer. La dirección conjunta del FMLN no ha llamado al pueblo a no votar o a votar en blanco, lo llama a incorporarse al proceso insurreccional.

—¿Podría darse una gran insurrección popular el 28 de marzo?
—Puede ser. Nosotros, sin embargo, no estamos supeditados a la fecha de las elecciones. Puede ser ese día, puede ser antes, puede ser después. El proceso de guerra popular tiene su propio ritmo de desarrollo. Lo que es un hecho es que desde enero de este año estamos en posibilidad de realizar acciones cada vez mayores, como lo hemos demostrado. Creemos que se pueden dar alzamientos populares de gran envergadura en las ciudades en marzo, abril, agosto. Repito que no dependemos de la fecha de las elecciones, que a lo mejor se suspenden. Si se dan, de todos modos no serán sino un puro ejercicio de ficción política. Nosotros consideramos que es urgente buscar una solución pacífica, de carácter negociado, al conflicto de nuestro país.

—Hasta ahora la administración Reagan y la junta salvadoreña han rechazado rotundamente esa propuesta,
—Sí, porque pensaban que podían derrotarnos militarmente. Hoy en día creo que entendieron que no lo pueden hacer y eso les crea un verdadero conflicto: están en la disyuntiva de negociaciones o intervención masiva.

—Se dice que otra explicación del rechazo a las negociaciones por la administración Reagan es que El Salvador no es el único problema para Estados Unidos, sino que se inscribe en el problema más grande de la pérdida de control de Centroamérica. Una solución negociada podría, tal vez, resolver el problema salvadoreño, pero no el que representan también para Estados Unidos, Nicaragua y Guatemala.
—Es uno de los elementos analíticos más tomados en cuenta por la administración Reagan, pero ese análisis es simplista. Trata de reducir las problemáticas de todos los países del mundo, particularmente del llamado Tercer Mundo, de América central, al enfrentamiento Este-Oeste. Significa ignorar las verdaderas causas que generan el desarrollo de los movimientos revolucionarios, e ignorar la necesidad de esos movimientos de encontrar una vía propia, adecuada a su realidad. El gobierno de Estados Unidos no entiende, o no quiere entender, que nuestra política y nuestra convicción son de firme no alineamiento. Queremos la democracia para El Salvador, una democracia que tenga una profunda raigambre en nuestro pueblo y que quede expresada a través de varios partidos políticos. Reivindicamos, con toda razón, el derecho de elaborar nuestras propias tesis para nuestra realidad.

—Regresemos al tema de las negociaciones ¿Es posible sentar en la misma mesa a los representantes de los 200 empresarios que se reparten la riqueza del país y a los del Frente Democrático Revolucionario? ¿Qué podrían hablar los representantes del FMLN con el mayor D’Aubuisson, quien quiere “exterminar en tres meses la plaga subversiva”?
—Indudablemente que quien tenga una posición de esa naturaleza no está en disposición de negociar. Existen en El Salvador fuerzas como ARENA, el partido de D’Aubuisson, que están totalmente opuestas a las negociaciones. Pero se les puede aislar, se podría neutralizar el afán de quienes atenten contra cualquier planteamiento democrático en el país. Esos sectores fascistas del ejército, de algunas fuerzas políticas, empresariales, no minoritarios. La decisión firme del resto de las fuerzas políticas sobre la base de un planteamiento democrático puede anular los efectos de esos sectores.

—¿Es factible, hoy en día, movilizar en ese sentido a sectores políticos que no se han comprometido con el FMLN-FDR?
—Desde su origen, el FDR se planteó como la estructura política unitaria en la que deberían confluir los más variados sectores con una postura democrática. Eso no quiere decir que fuera del FDR no existan otros sectores que tengan una postura democrática, declarada o no. No es fácil mantener posiciones democráticas en las condiciones en las que vive El Salvador. Tomemos por ejemplo el caso de Acción Democrática: su discurso inicial era favorable a un diálogo y un entendimiento político democrático con las fuerzas de la izquierda revolucionaria. Fue objeto de amenazas, hubo asesinatos. La situación del país no permitió que se expresara. Es eso lo que pueden cambiar las negociaciones. Tomemos otro ejemplo, las bases de la democracia cristiana. No están conformes con que la dirección de su partido se haya incorporado a un proyecto de hegemonía fascista. Si algunos líderes deciden retomar los planteamientos democráticos del partido, de hace 15 ó 20 años, podrían participar en las negociaciones. Pasa con sectores de la Iglesia, con sectores profesionales, comerciales e industriales que no pertenecen orgánicamente a agrupación política alguna y pueden jugar un papel importante a la hora de las negociaciones.

—El FMLN propone negociaciones, pero al mismo tiempo se ve obligado a desarrollar su capacidad militar.
—Eso puede parecer contradictorio, pero no lo es. Todos los esfuerzos que estamos haciendo para impedir una intervención militar masiva en El Salvador tienen dos variantes. En primer lugar, ampliamos nuestra capacidad militar para demostrar a los gobiernos intervencionistas que les podemos crear una situación muy conflictiva en caso de que se atrevan a entrar en El Salvador. Pero insistimos en la urgencia de las negociaciones, al mismo tiempo, porque no somos nosotros los que hemos optado por la guerra: nos ha sido impuesta. El pueblo salvadoreño intentó realizar sus actividades políticas en el marco de la legalidad, pero se le fue cerrando. Tuvo, entonces, que recurrir a la vía armada.

—¿Dónde compra el FMLN las armas?
—Ni en Cuba ni en Nicaragua, ni en ningún país socialista. A esos países les pedimos apoyo moral, no militar. Sería absurdo dar argumentos a los enemigos de esos procesos revolucionarios ¿Dónde conseguimos las armas entonces? Conseguir armas es la cosa más sencilla del mundo: allí donde surge un conflicto bélico surge inmediatamente un enorme mercado negro de armamento. Nosotros mismos nos hemos quedado impresionados. Son armas que estamos utilizando, y muy bien ¿Con qué dinero las compramos? En impuestos de guerra logramos acumular 100 millones de dólares y la mayoría de esa suma fue dedicada a comprar armas, pagando precios leoninos ¿Qué podíamos hacer?: necesitábamos armas para enfrentarnos a un ejército y tuvimos que comprarlas. Elementos vinculados con el mismo ejército inclusive, nos han vendido algunas, y con el dinero que sacan están comprando propiedades en Estados Unidos. También recuperamos armas en los combates. Hay fusiles M-16 enviados por el gobierno de Reagan al ejército salvadoreño, que hemos comprado. Nos salen más baratos que los fusiles israelíes Galil. Nosotros tenemos, además, talleres de fabricación de minas, explosivos que son de gran importancia. La misma tradición artesanal del pueblo salvadoreño le ha servido para aprender rápidamente a fabricar este tipo de armas. Me parece que todo esto responde a la pregunta sobre las armas del FMLN. Lo que no podría decir, porque sería un hombre irresponsable (ríe), es con quién hacemos los tratos y por dónde metemos las armas. Usamos todas las vías: aéreas, marítimas, terrestres, en forma tan variada y a través de medios tan distintos que por mucho control que haya no nos pueden aguantar. Y esto ha sido posible gracias a un solo factor: el pueblo mismo participa en el transporte, para llevar el armamento a los frentes de batalla.
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Fuente: Proceso (México, 6 de marzo de 1982).