ROLANDO MORÁN: NO SOMOS TERRORISTAS; REPRESENTAMOS A FUERZAS SOCIALES
Depondrán las armas si cesan las causas por las que las tomaron.
Sergio Aguayo
La Jornada
2 de diciembre de 1987
Treinta y tres años de clandestinidad dejan huella: excesivamente cuidadoso con las palabras, bajo el tono, su voz, sin embargo, revela autoridad cuando aclara: No somos terroristas. Representamos fuerzas sociales y tenemos un proyecto de nación; o más aún, cuando advierte: No depondremos las armas en tanto no se corrijan las causas que nos llevaron a tomarlas.
El que así habla es Rolando Morán, comandante en jefe del Ejército Guerrillero de los pobres (EGP), uno de los tres dirigentes máximos de la guerrilla guatemalteca; la oposición armada del país vecino del sur, que por primera vez en sus 27 años de existencia, ha debido ser reconocida como el interlocutor válido en las negociaciones realizadas para alcanzar la paz en Guatemala.
Es a nombre de la organización política-militar Unidad Revolucionaria Nacional Guatemalteca (URNG), que desde 1982 agrupa a las tres fuerzas insurgentes de Guatemala, que el comandante guerrillero acepta hablar con La Jornada, en una de las pocas entrevistas que ha concedido en su ya larga vida en la clandestinidad, y que se efectúa en medio de las más rigurosas medidas de seguridad.
Eran previsibles: el comandante Rolando (como popularmente se le conoce) es, al igual que Pablo Monsanto, comandante en jefe de las Fuerzas Armadas Rebeldes (FAR), y Gaspar Ilom, comandante en jefe de la Organización Revolucionaria del Pueblo en armas (ORPA), uno de los hombres más buscados y perseguidos de su país en las últimas décadas.
De los sobrevivientes, además, de aquel grupo de jóvenes estudiantes a los que la intervención estadounidense en Guatemala (que culminó con el derrocamiento del presidente Jacobo Arbenz) lleva la sublevación, Rolando Morán, fue, asimismo de los primeros en advertir que con ese golpe se cerraban al pueblo todos los espacios de expresión política, obligándolo a plantearse desde aquel fatídico 1954, la necesidad de emprender la lucha por la vía armada:
Fue él quien “tuvo la visión temprana y perspicaz de la crisis de los partidos en Guatemala y de que se abra una etapa muy diferente de lucha”, dice el legendario guerrillero, el escritor guatemalteco Don Luis Cardoza y Aragón, en sus memorias.
“Pude haber sido un profesor de filosofía o de arte, que me gusta mucho comenta por su parte Rolando -, pero aquel gigantesco y brutal golpe de Estado, que canceló las esperanzas de todo un pueblo, cambió totalmente mi personalidad y mi vida”.
Pausada y serenamente, Rolando explica a lo largo de la entrevista las razones que, como a miles de guatemaltecos, lo orillaron a tomar las armas; así como el porqué de que ahora la fuerza guerrillera se niegue a deponerlas, como pretende el gobierno de Vinicio Cerezo.
Antes, precisa, han de producirse los cambios sustanciales en la sociedad guatemalteca de hoy; los cambios por los que el pueblo viene luchando desde hace años y por los que han ofrendado su vida casi 200 mil hombres y mujeres, entre asesinados y desaparecidos a manos del ejército, los escuadrones de la muerte y demás genocidas.
Las causas de la guerra están aquí, subraya: “están diariamente en la vida política, económica y social del país, y mientras no se produzcan cambios, la guerra, objetivamente, no podrá terminar...”.
De manera pormenorizada habla de ese periodo ignominioso que desde hace más de 30 años han protagonizado los regímenes militares de su país; se refiere al “caudal aterrador” que en costos humanos y sociales ha dejado la represión, como son: la “miseria, el atraso, la dependencia y la militarización de la vida toda” de la Guatemala de hoy; y, también, y sobre todas las cosas, habla de su pueblo, de ese pueblo que “ha soportado incalculables proporciones de injusticia y dolor , en una resistencia que ha asombrado al mundo”.
A ese pueblo (y cubierto por él), ha dedicado más de la mitad de su vida, treinta y tres años: junto a los otros dos dirigentes guerrilleros, lo que ha organizado y conducido desde la clandestinidad. Quizá por eso hoy, a sus 56 años, es considerado la representación viva de esa resistencia, y su liderazgo es absolutamente indiscutible.
Tena apenas 23 años cuando ya destacaba en aquellos mítines donde los sectores organizados demandaron del gobierno de Arbenz infructuosamente- la entrega de armas al pueblo para defender la democracia.
Entre los que lo escuchaban se encontraba otro joven, un médico argentino, al que los guates apodaron de inmediato Ché y con quien Rolando llegó a tener una entrañable amistad: “Por aquellos años Ernesto Guevara se encontraba en Guatemala. No era el Ché de después acota, sino un muchacho que sostenía que en este país había libertad hasta para los enemigos del pueblo, en tanto que ese pueblo no tena los instrumentos con qué enfrentarlos y así defender la democracia”.
Tenía razón el Ché, admite Rolando. “Pero los guatemaltecos creíamos en el llamado Ejército de la Revolución de Arbenz. Por eso es que cuando su gobierno fue derrocado, el pueblo se quedó en el vacío”. Es entonces, indica, que “se inicia nuestra lucha”. Una lucha que ya lleva 27 años y que -insiste- “no cesará hasta en tanto no se produzcan los cambios que demanda el pueblo...”.
Y por lo que toca a las armas, aclara el comandante guerrillero, “no las depondremos, hasta que no se corrijan las causas que nos llevaron a tomarlas”.
No es, dice, que los revolucionarios seamos guerreristas, pero “las armas son una garantía de que esta vez no se va a manipular un proceso político, y porque a pesar del terror y la represión nuestro pueblo tiene, de manera latente e instintiva, la convicción de que la única y última esperanza que le queda es el movimiento revolucionario”.
Ya una vez se equivocaron y el costo que el movimiento revolucionario guatemalteco debió pagar en los últimos 20 años fue muy alto: “En 1966, relata, con Julio César Méndez Montenegro, un presidente civil surgido de elecciones populares (y actual embajador de Guatemala en México), sufrimos experiencias muy duras. Nos confiamos en las promesas y aceptamos un cese de hostilidades que aprovechó el ejército para masacrar a los sectores populares que simpatizaban con nosotros, y que no obstante- habían votado por Méndez Montenegro”, admite el dirigente.
Sobre este episodio de la historia guatemalteca, del que fue protagonista, Rolando nos ilustra mejor en La crítica de las armas, el libro cuyo capítulo relativo a Guatemala, escribió al alimón con el francés Regis Debray: “Méndez Montenegro se comprometió con el ejército a dejarlo en libertad de acción y de elección de medios para acabar con la guerrilla...”. Blandía en sus discursos la consigna de ‘pacificación del país’, llamando a la reconciliación nacional y a una suerte de ‘paz de los valientes’; en resumidas cuentas como ahora- llamaba a los guerrilleros a deponer las armas que un gobierno popular se disponía a aplicar más o menos su mismo programa político”.
La guerrilla guatemalteca no sólo confió demasiado en las promesas gubernamentales de entonces, sino que equivocó su interpretación de una supuesta derrota del ejército que ante sus ofensivas, se replegaba. De ahí el relajamiento de la disciplina entre los combatientes y el olvido de las medidas de seguridad elementales.
“Los guerrilleros se instalaron en campamentos fijos y casi públicos; bajaban al poblado vecino sin ocultarse; menudeaban las idas y venidas a la capital y la región nororiental...”. “Los reporteros de todas partes, sobre todo de Estados Unidos, recorrían la sierra...”. “La guerrilla guatemalteca fue la atracción turística del momento (1966). Se hablaba demasiado de ella, se fotografiaba demasiado, y no siempre se protegía la identidad de sus colaboradores campesinos...”.
Emplea el ejército guatemalteco 25 batallones contra la guerrilla.
-En público se nos subestima y alardean diciendo que solo somos un grupito. Pero ante nuestros frentes guerrilleros ha concentrado a unos 25 batallones -dos terceras partes de sus efectivos-, y nos ha lanzado la mayor ofensiva contrainsurgente de los últimos tiempos, como la de Huehuetenango y el Quiché, donde hasta fósforo vivo está tirando.
“Aún así -dice Rolando Morán- le estamos haciendo muchas bajas”.
Se refiere a la respuesta guerrillera al reciente accionar -más de 30 combates en una semana-, del ejército de su país. “Un ejército manchado por la traición a Arbenz y por una historia de ignominia e infamia”, recalca, conteniendo la indignación el comandante en jefe del EGP y miembro de la Comandancia general de la URNG, en entrevista con La Jornada.
No obstante, la insurgencia guatemalteca no pretende la destrucción de ese ejército, aclara tranquilo: “Consideramos que como parte de un proceso democratizador debe tener el papel que institucionalmente tiene en todas partes del mundo. Pero debe limpiarse... Limpiarse repite- de todas las barbaridades que ha cometido en las más de tres décadas que ha detentado el poder en Guatemala”: Sí , treinta y tres años, dos generaciones bajo dictaduras castrenses -casi 200 mil muertos entre asesinados y desaparecidos , otros 200 mil refugiados en el exterior y un millón de desplazados de sus lugares de origen en el interior-; y la generalización del terror a cargo de las organizaciones paramilitares (más de una veintena), que ese mismo ejército ha creado, como La mano blanca, cuya divisa ha sido: Por una Guatemala próspera y libre del comunismo; o la NOA (Nueva Organización Anticomunista), con su lema: Comunista visto, comunista muerto; o la llamada Ojo por ojo que como las demás de su tipo han acostumbrado publicar en todas las regiones del país largas listas de personas que deben morir; o han enviado miles de cartas y mensajes, o han hecho otras tantas llamadas telefónicas anónimas, o han pintado con una cruz negra la casa de aquellos sospechosos de ser de izquierda , anunciándoles de esta forma, su próxima, segura y horripilante muerte. Arrancar la lengua y cortar la mano izquierda de sus víctimas antes de rematarlas, son algunos de los signos distintivos de estos grupos que aparecieron en Guatemala antes que en ningún otro país de Centroamérica.
Se explican, pues, una vez más, las extremas medidas de seguridad que enmarcan la entrevista: Rolando Morán, como muchos de sus compañeros de lucha, han debido “sumirse”, desaparecer del mundo visible por más de la mitad de su vida. Sólo así habría de ser posible reorganizar las fuerzas insurgentes, seriamente golpeadas en aquellas ofensivas del ejército guatemalteco en 1967. Se sabía entonces, “que si se destruía -como ocurrió-, el Frente de la Sierra de las Minas, el principal foco guerrillero de este tiempo, se acababa el mito revolucionario”. De ahí el empeño militar por liquidarlo.
A veinte años de aquella derrota, la guerrilla guatemalteca reaparece, mostrando que no sólo resistió, sino que se encuentra notablemente robustecida: estimaciones del propio ejército revelan que en 1986 la guerrilla de las tres organizaciones -EGP-FAR-ORPA, representada en el URNG-, tenía entre dos mil 500 y tres mil efectivos. Extraoficialmente se dice que cuenta con alrededor de 4 mil hombres en armas, además de las decenas de miles que forman las redes clandestinas de la resistencia.
Aunque como antes de aquella derrota, la lucha armada nunca fue una amenaza militar directa que pusiera en peligro los puntales represivos del poder estatal, el movimiento guerrillero es otra vez, como entonces, un peligro político que pudiera convertirlo en la alternativa en Guatemala. De ahí que el gobierno de Vinicio Cerezo haya debido sentarse a la mesa de negociaciones con los representantes guerrilleros.
El 2 de octubre pasado, un comunicado del gobierno guatemalteco daba cuenta de su disposición a iniciar el diálogo con los representantes de las fuerzas insurgentes.
“Desde 1986, habíamos planteado públicamente la importancia de dialogar con el gobierno civil de Vinicio Cerezo”, señala el comandante Rolando. “Lo hicimos porque cuando tomó posesión (enero de 1986), vimos que se presentaba una oportunidad extraordinaria para nuestro pueblo de concretar una verdadera democracia”, explica. “Cerezo llegó con un respaldo popular que se había manifestado en las elecciones y -admite- había muchas expectativas que, a casi dos años de gestión, se han convertido en desaliento y frustración”.
“El presidente -dice el comandante guerrillero- tuvo en los primeros meses la posibilidad de transformar esos votos en apoyo político real y organizado. Era algo difícil de lograr, porque requería claridad y la decisión de jugársela con el pueblo. Pero no era una opción imposible y no la obstaculizamos, sino que pese a todo lo que significaba, estuvimos dispuestos a contribuir a ella. Por eso insistimos desde el primer momento -y también como respuesta a sus declaraciones de que estaba dispuesto a hablar con nosotros en abrir un diálogo. Ahí están los documentos públicos que lo prueban”, señala.
“Nunca nos negamos tampoco a dialogar con todas las fuerzas: patrióticas, democráticas, populares, políticas y sociales del país. Por el contrario -remarca el dirigente- es nuestro propósito buscar conjuntamente una salida a la crisis y darle una solución política al conflicto armado interno. Por eso fuimos a las negociaciones de Madrid y las continuaremos hasta lograr el Diálogo Nacional que tanto anhela el pueblo guatemalteco”.
La Carta Política por la Salvación Nacional, suscrita por él y otros dos miembros de la Comandancia General de la URNG, y que en estos días circula por toda Guatemala, señala que ha sido anhelo específico de esa organización establecer vínculos firmes y sólidos con todos esos grupos y personalidades.
En ese documento, los revolucionarios aclaran que no son “guerreristas”: “Luchamos por la paz y hemos planteado, oportunamente nuestra firme voluntad de buscar y encontrar soluciones políticas al conflicto. Por eso la URNG estuvo presente en la iniciación del diálogo con el gobierno guatemalteco, celebrado en Madrid, España”.
Se refiere a la reunión que se dio durante cinco d as entre la insurgencia y el gobierno de Guatemala, para explorar posibles salidas al conflicto armado en ese país. Reunión calificada de histórica por ser la primera que en 27 años de existencia de la guerrilla, el gobierno accede a tener con ella.
“Por nuestra parte, asegura el comandante Rolando, hubo flexibilidad: no se trataba, y siempre lo entendimos así, de confrontar programas de gobierno, sino de crear una conjunción de fuerzas para llevar a cabo un proyecto político evolutivo que nos llevará a construir la democracia…”. “A nuestras propuestas de 1986 y 1987, se dieron respuestas ambiguas y contradictorias. A veces era el ejército el que tomaba la delantera y respondía y otras veces era el Presidente. Pero nunca hubo una respuesta presidencial oficial definitiva, clara, precisa, acerca del diálogo”.
Pese a todo, se dieron los contactos que llevaron a las conversaciones de Madrid. “Para nosotros eran positivas porque formaban parte del ambiente regional conformado por la labor de Contadora y los acuerdos firmados por los presidentes centroamericanos y porque abrían la posibilidad de construir esa democracia. Nosotros hicimos planteamientos serios y teníamos, además, un programa claro de negociaciones”.