La Fuerza Alternativa Revolucionaria del Común, el Partido de la rosa, saluda, con verdadero entusiasmo y alegría, a los habitantes de Ciudad Bolívar.
Esta gigantesca localidad bogotana, que agrupa a más de 700 mil personas, en más de cuatrocientos barrios, libra en su interior una angustiosa lucha colectiva por la sobrevivencia, la vida digna y la superación de enormes dificultades.
Al hacerlo, extendemos también nuestro abrazo a todo el pueblo colombiano. Somos ese caudal inmenso de hombres y mujeres que soñamos con un futuro mejor.
Sabemos que la esperanza en los partidos o movimientos políticos está por el piso. Es comprensible; son demasiadas las décadas que llevan siendo burlados por los mismos con las mismas.
Por eso la FARC se presenta a elecciones. Para romper con esa lógica en la cual se hace política para enriquecerse uno con el dinero del pueblo.
La FARC llega para inaugurar una nueva forma de hacer política. Una política que pone la gente del común en el centro del Estado.
Somos un puñado de mujeres y de hombres que, tras haber librado una larga lucha armada contra los poderes dominantes en nuestro país, firmamos un Acuerdo de Paz con el Estado colombiano.
Al iniciar nuestro proceso de reincorporación a la vida civil y dejar las armas, obtuvimos el derecho de hacer política con plenas garantías de nuestra vida y libertad. Aun así, la persecusión no cesa, llevamos 37 muertos y más de 500 compañeros y compañeras siguen en la cárcel.
Pero nosotros no bajamos los brazos. Las dificultades no detendrán esa fuerza arrolladora del común.
En un país en el que la propaganda sucia se encarga de enlodar a quienes se ocupan de defender a los más pobres y olvidados, nosotros no vacilamos en presentar nuestros nombres, nuestras candidaturas y programas a un debate electoral.
Y es por eso, por esa identidad que sentimos con la gente del común, que elegimos esta localidad para lanzar nuestra lucha política.
Conocemos la historia de violencias y despojos que dio origen al surgimiento de este sector de la ciudad, que por cierto también comprende una amplia zona rural. Sabemos cuánto han luchado por obtener el agua, la luz, las vías, la salud, el transporte.
Nada aquí les ha sido regalado, ni siquiera las escuelas y colegios construidos por distintas administraciones. Cada metro de tubo o asfalto, cada ladrillo pegado con cemento o cada inundación derrotada, ha sido el producto del esfuerzo y el trabajo comunes, de una angustiosa lucha por la superación. Aun así es mucho lo que falta, y conseguirlo impone un nuevo reto.
De Ciudad Bolívar se escriben y dicen muchas cosas. Que es una localidad llena de peligros, donde además de la pobreza y la miseria, existen todos los males. Pandillas, drogadicción, microtráfico, paramilitarismo, desplazamiento forzado y todo tipo de violencia. Una comunidad amenazada por el desempleo, la informalidad y las explotaciones mineras que atentan contra el ambiente. Una total ausencia del Estado.
Quizás, como el gran poeta que fue y será, a eso le cantaba Samurai. Le cantaba con fe cierta en el futuro: “Tiempos de guerra, vienen y van, reír por no llorar, sufrir, andar, pecar, soñar…”.
Su dolorosa partida y su extraña muerte, que como otras tantas llora la luna de Ciudad Bolívar, también ponen de presente las grandes cosas que anidan aquí, y la esperanza en un mejor mañana.
En Ciudad Bolívar, madura la semilla de la organización popular, la comunidad de vecinos, la unión de las madres cabezas de hogar, la juventud que se mueve. Desde los cerros que la conforman, sus habitantes contemplan todas las noches, como si fuera una laguna de estrellas, la otra Bogotá. La Bogotá del progreso pujante que a ellos siempre les ha sido negado. Todos tienen derecho a disfrutarla y trabajan por conseguirlo.
Por eso la gran importancia de sus proyectos de recuperación de la memoria histórica, sus organizaciones sociales de mujeres, los esfuerzos de profesores y colectivos de jóvenes con movimientos artísticos, culturales y ambientalistas. Todos ellos se encargan de mostrar que aquí no todo es violencia y zozobra, como lo presentan los grandes medios.
Es mucha más la gente buena y creativa. Y es, ante todos ellos y ellas, que nos presentamos ahora.
Sería demasiado extenso intentar aquí una exposición completa de las causas generadoras de tanta injusticia. Pero hablemos de lo esencial. No en vano nuestro país alcanza el segundo lugar en desigualdad entre ricos y pobres en nuestro continente, en lo que sólo Haití nos supera.
Y ello obedece en lo fundamental, a que el aparato del Estado fue diseñado y funciona para servir de manera principal al enriquecimiento de esa élite privilegiada. La economía del país se encuentra organizada de manera tal que los grandes capitales, los bancos, las aseguradoras, las firmas constructoras, los grandes propietarios de tierras y las mafias aumentan diariamente su fortuna.
Sin importar que millones de colombianos y colombianas carezcan de las mínimas posibilidades de salir adelante. Que los campesinos emigren a las ciudades a engrosar los cinturones de miseria. Lo que cuenta es que los grandes proyectos agroindustriales de exportación se multipliquen y lucren. Allá los pobres que se las arreglen como puedan, la culpa la tiene su pereza. Así piensan.
Y ese Estado, al servicio de los poderosos, ha sido posible gracias al control que sobre él mantienen políticos profesionales del engaño y la mentira. En nuestro país se construyó durante décadas una maquinaria clientelista y corrupta. Un mercado de favores para sus propios bolsillos.
A viejos y corruptos partidos, como el liberal o el conservador, sucedieron otros partidos y movimientos. Siempre encabezados por reconocidos caudillos de esas mismas colectividades, con nombres, colores y símbolos nuevos. Apenas en apariencia renovaron la política colombiana, porque en realidad la hundieron aún más en el fango de la pudrición.
Las nuevas figuras, los auténticos partidos y dirigentes que trabajaron por las clases más desfavorecidas, sin pensar en el interés de los capitales, siempre encontraron una muerte violenta. Jorge Eliécer Gaitán, Jaime Pardo Leal, Luis Carlos Galán, Carlos Pizarro, Bernardo Jaramillo, entre tantos hombres y mujeres. El exterminio impune de la Unión Patriótica es una prueba fehaciente de esta práctica.
De ahí, nuestra convicción de que solamente liberando al Estado de las manos de esa vieja clase política, pueden los pobres y necesitados de este país tener futuro. Colombia requiere de una nueva política, que ponga el acento principal en el pueblo trabajador, en su condición y dignidad humana, en su rehabilitación económica, social, política y cultural.
Nuestro partido no llega a presentarse como la fórmula mágica de salvación. Venimos a proponer un despertar general, una toma de conciencia, en el sentido de que cambiar las cosas es posible. La política se transformará de lo que es hoy, en una actividad noble y bienhechora, cuando los colombianos del común sean sus verdaderos protagonistas, sean los que se apoderen de ella.
En nuestro país sólo participan en política un cuarenta por ciento de los colombianos, es decir que solo 4 de cada 10 compatriotas deciden el futuro de todos los demás. Y sabemos que buena parte de ellos venden su voto, o lo cambian por pequeños favores o grandes promesas que quedan en el aire. Es urgente que el 60 por ciento de ausentes hagan presencia y se hagan respetar.
Tenemos que comprender que si no hacemos política, estaremos siempre dominados por la minoría que se ocupa de ella. Nosotros nos ofrecemos como la opción de organización y unidad de las gentes del común. Somos colombianos y colombianas que lo dejamos todo para luchar por la causa de nuestro pueblo. Lo arriesgamos todo, hasta la vida, por cambiar a su favor las cosas.
Que nos acusan de las mayores barbaridades es apenas natural en una clase política egoísta y corrupta, acostumbrada a mentir y violentar sin piedad alguna. En los Acuerdos de La Habana se pactaron las fórmulas que permitirán conocer la verdad verdadera, un sistema integral de verdad, justicia, reparación y no repetición, que esperamos la oligarquía de nuestro país deje operar.
Entonces sobran las acusaciones temerarias. No queremos convertir esta campaña, en un toma y dame de recriminaciones e insultos. La verdad saldrá a flote, y que los responsables de hechos repudiables paguen por sus crímenes. Nosotros no le tememos a la verdad, por el contrario, estamos ansiosos de que surja. Creemos que son otros los que le temen, y de qué manera.
Por eso sus reiterados ataques enfermizos contra lo que se pactó en los Acuerdos de Paz de La Habana. Allí se sentaron las bases para una reforma rural integral. Para que los hombres y mujeres que no tengan tierra y quieran trabajarla, puedan hacerse a ella y contar con toda la ayuda del Estado. Además de elevar su nivel de vida con la verdadera asistencia estatal.
Que los ahora dueños de tierras despojadas violentamente puedan verse obligados a restituirlas mueve a un importante sector a difamar interesadamente lo acordado. Del mismo modo que se oponen a la unidad de investigación de los crímenes del paramilitarismo, pactada en La Habana, porque temen que sus nombres salgan inculpados cuando florezcan las investigaciones.
Se pactó también en el Acuerdo Final una apertura democrática, para que los sectores excluidos de la política puedan organizarse y tomar parte en ella, con toda clase de garantías. Ello implica una reforma política y un nuevo régimen electoral, reformas que en el Congreso de la República se embolataron, por el miedo que los políticos tradicionales tienen a las nuevas fuerzas.
No es mi propósito elevar aquí un memorial de agravios por los incumplimientos del Estado, que son numerosos, porque estamos convencidos de que solamente luchando conseguiremos hacerles cumplir su palabra. Ya firmamos un Acuerdo de Paz, dejamos las armas, nos convertimos en partido político, nadie puede dudar de nuestra seriedad y disposición al cumplimiento.
Por eso estamos aquí, frente a ustedes, presentando nuestros nombres a su consideración, e invitándoles a sumarse a la lucha por un nuevo país. Para ello será indispensable elegir un gobierno de transición, que consiga materializar un cambio efectivo de la guerra y la violencia, a un estado de paz, reconciliación y justicia social. Que ponga fin a la mano asesina en la política colombiana.
Desde hoy, soy candidato a la Presidencia de la República. Represento a mi partido: la Fuerza Alternativa Revolucionaria del Común. Y me comprometo a encabezar ese gobierno de transición, que genere las condiciones para el nacimiento de una nueva Colombia. Un gobierno que representará por fin los intereses de los pobres de Colombia, que trabajará por ellos y para ellos, sin tregua alguna.
Para hacer posible ese gobierno necesitaremos del concurso de millones de compatriotas, dispuestos a transformar este país para bien. Por eso extendemos nuestro llamado, a todas las fuerzas y movimientos políticos y sociales, hastiados de los políticos tradicionales. Nunca como esta vez unas elecciones serán tan decisorias en Colombia, unámonos para vencer y lo conseguiremos.
Si hay algo cierto es que los del común somos muchos más, lo que nos hace falta es unirnos. Tenemos que sacudirnos, contribuir a hacer despertar a los que se han dejado engañar por tanto tiempo.
Todo colombiano tiene derecho, por el solo hecho de serlo, a su integridad física y moral, a gozar de una vida digna. Cada uno y una tienen por tanto el derecho a un Ingreso Vital de Existencia, y vamos a garantizárselo en nuestro gobierno.
No puede haber un solo colombiano o colombiana cuyo trabajo no sea reconocido. La nación garantizará que el trabajo doméstico que realizan las mujeres, y algunos hombres también, tenga reconocimiento y retribución económica. Es lo justo, ese trabajo invisible y silencioso de tantas madres tiene que merecer un pago. Sabemos que no hay paz con hambre, por eso vamos a combatirla.
“Que no se puede”, “que eso es demagogia y populismo”, sabemos que lo dirán de inmediato los privilegiados de siempre, los ricos en este país, los dueños de las más grandes fortunas. Nosotros les diremos que SÍ se puede, con la fuerza del común.
Creemos que es apenas de elemental justicia nivelar las cargas. Redistribuir equitativamente el producto del trabajo nacional. De allí, y del combate a la corrupción que devora el presupuesto nacional, en una suma que expertos calculan en más de 50 billones de pesos al año, pueden y deben obtenerse los recursos que los pobres requieren para vivir con dignidad.
No fuimos las FARC las que tumbamos el puente Chirajara, ni los que robamos impunemente la Refinería de Cartagena. No. Nosotros nunca tomamos un peso del Estado para entregárselo a los más ricos, a fin de que apoyaran nuestros nombres en una campaña. Eso lo hacen los prohombres de la política tradicional, los que, como los Nule, ahora quieren demandar al Estado.
Colombia requiere una verdadera democracia. Que la voz de los de abajo, esos millones y millones de pobres que nunca han contado, sea escuchada y pueda decidir sobre su futuro. Que sus clamores por justicia social tengan eco, que su defensa de sus derechos como mujeres, como diversidad sexual, del agua y el ambiente sano, sea atendida y remediada.
basta ya de los paseos de la muerte. La salud es un derecho vital, y no un negocio para las EPS y el capital privado. En eso la convirtió la clase política que gobierna a Colombia. Que paguen por ella los que tienen dinero de sobra. Del mismo modo que deben ser públicas y gratuitas la educación técnica y universitaria. Sólo la educación para el cambio nos hará un país libre.
No queremos un país de odios y resentimientos. Queremos un país reconciliado, en el que se respete la diferencia y se debata de modo civilizado. Eso requiere un cambio en las costumbres, una transformación cultural. Por eso dirigiremos un importante esfuerzo a la ciencia, a la investigación científica y social, al arte y la cultura. El deporte y la recreación son derechos y no lujos.
Creemos que son enormes las necesidades sociales, las carreteras y vías urbanas, los pavimentos, las viviendas, las escuelas, colegios, puestos de salud, acueductos y líneas eléctricas que deben construirse. Eso demandará un gran esfuerzo nacional, en el que las fuerzas armadas pueden contribuir con amor de patria.
Son muchas las cosas por cambiar en Colombia, y no quiero abusar más del tiempo y el cansancio de ustedes. Visitaremos una cantidad de lugares, en donde pensamos darnos a conocer como lo que realmente somos, para escuchar e intercambiar con la Colombia profunda y olvidada. Cada vez iremos ampliando nuestras propuestas para un nuevo país, el país de todos y todas.
Ese país que soñó el gran poeta Carlos Castro Saavedra, donde se pueda andar por las aldeas y los pueblos sin ángel de la guarda, donde brillen más las vidas que las armas, donde la libertad entre a las casas con el pan diario, con hermosa carta, donde el pueblo se encuentre y con sus manos teja él mismo sus sueños y su manta, en donde podamos decir: tenemos patria.
¡Viva la gente de Ciudad Bolívar! ¡Viva la gente del común! ¡Viva Colombia!