Las masas no se sublevan y se lanzan a sufrir los horrores de una guerra civil porque sus dirigentes sean hábiles, sean santos o sean mártires, sino porque no soportan más la opresión, la humillación, la miseria y la infamia. Una revolución no se explica o justifica por lo que hagan o dejen de hacer sus jefes, sino por esa rebelión de las masas. Estas, indudablemente, necesitan dirigentes para esa lucha y necesitan creer y confiar en ellos, así como en las organizaciones que ellos encabezan. Pero la revolución no estalla por voluntad de dirigentes o de organizaciones, sino porque las masas no soportan más y se les han cerrado todos los otros caminos. La de El Salvador es una revolución, la más grande, la más costosa, la más extraordinaria en América Latina en términos de participación y resistencia de las masas, al menos desde la insurrección de Hidalgo y Morelos y desde la Revolución Mexicana.
Una revolución así somete a sus militantes y dirigentes a dificultades y pruebas implacables. La medida de su magnitud es que el imperio estadounidense, concentrando su potencia sobre ese pequeño país, no logra doblegarla. Pero cuando ese imperio, sus aliados y sus amigos de todos los colores empeñan así sus odios contra un país pequeño y desguarnecido, cada fusil que logran los revolucionarios, cada pertrecho que reciben, significa un empleo de fuerzas incalculable. Esos esfuerzos -que el bando contrario no debe hacer- más el constante acoso de un enemigo materialmente mejor armado y más poderoso, más las presiones que significa tomar decisiones cotidianas de las cuales depende la vida o la muerte de muchos compañeros y de la revolución misma, ponen a dura y permanente prueba a los revolucionarios. Esas decisiones deben discutirse y se discuten colectivamente. Lo ideal sería que el mayor número posible participara en la discusión. Pero al mismo tiempo, esa lucha sin cuartel exige discreción y clandestinidad, encerrar la discusión, no permitir al enemigo que la influya.
En esta contradicción cotidiana vive cada organización que debe conducir una guerra revolucionaria: mientras la política quiere discutir explicar, razonar, informar, la guerra exige discreción, clandestinidad, centralización de mando. Es un arte extremadamente difícil alcanzar el equilibrio y evitar la clausura o el envenenamiento de la imprescindible discusión con el argumento, siempre falaz, de que discutir beneficia al enemigo. A esto se agrega que en cualquier guerra revolucionaria -desde la Revolución Mexicana hasta la guerra civil española- aparece inevitablemente la inclinación a ver en quién diverge de, la propia política dentro del bando revolucionario, primero a un obstáculo, después a alguien que hace el juego al enemigo y finalmente al enemigo. Y de ahí al uso de las armas para resolver esa divergencia, hay sólo un paso. La historia de todas las revoluciones lo atestigua, desde la inglesa del siglo XVII y la francesa del siglo XVIII. Sin embargo, las revoluciones siguen siendo necesarias.
Bajo estas presiones terribles, la revolución salvadoreña se encuentra ahora en una encrucijada: la dirección de una de sus organizaciones más poderosas, las FPL, se ha matado entre sí. Según la misma versión oficial, un grupo de cuadros y un dirigente mataron a la comandante Ana María, y Marcial, al saber lo que había hecho uno de los hombres en quien él confiaba, se suicidó. La Dirección Revolucionaria Unificada, al firmar el escueto comunicado, asume estos hechos y declara que considera “como un deber y una responsabilidad de todas y cada una de nuestras organizaciones, decir siempre la verdad ante nuestro pueblo”.
Hay una sola manera de cumplir este compromiso y hallar una salida a esta crisis desgarradora: informar, explicar, razonar, para poder continuar la lucha y atenuar los efectos de este golpe. Esto significa explicar a fondo: 1) las diferencias políticas que existieron como base de la crisis, para que la gente conozca y decida con su propia cabeza; 2) las razones de la persistencia de estos métodos: por qué y cómo es posible que cuadros de la dirección de una organización hayan creído o aceptado creer que el asesinato resuelve un conflicto político; 3) cómo hacer para cortar tales métodos de raíz. La razón, y sólo la razón, puede ahora abrir esta llaga, limpiar esta herida y preparar el futuro de la lucha.
Un dirigente de las FPL, Salvador Samayoa, nos envía un mensaje, reiterando que cuanto dice el comunicado es la verdad, que la asumen por duras que sean las consecuencias para ellos y que hoy más que nunca es necesaria la solidaridad con la revolución y el pueblo salvadoreño. Mientras tomo con profunda seriedad este pedido, digo: compañeros, hace falta explicar más. Nadie puede pedir a la gente que siga creyendo sobre palabra. Esa época ya pasó. Hay que explicar, demostrar, convencer. La revolución salvadoreña no son sólo quienes luchan armas en mano. Es una inmensa conjunción de voluntades y esperanzas mucho más allá de El Salvador. Hasta la última señora que puso un peso para comprar armas, hasta el último señor que fue a una manifestación, hasta el último niño que llevó una pancarta, necesitan y merecen una explicación. Ellos pusieron en El Salvador mucho más que sus esfuerzos, pusieron sus creencias y sus esperanzas. A ellos hay que explicarles toda la verdad, la verdad entera. Hay que confiar en ellos: la gente sencilla, de todos los días, entiende todo esto, entiende el sufrimiento, entiende las amarguísimas disputas, entiende el suicidio, entiende la muerte mejor que nadie porque entiende la vida, esa vida en la cual la opresión curte su alma, endurece su voluntad y afina sus sentimientos solidarios. Lo que esa gente no entiende, en cambio, es la reticencia, la verdad a medias, la mentira piadosa, el ser tratados como menores de edad por aquellos en quienes ponen su confianza, el recibir consuelos o explicaciones triunfalistas para “que no se desanimen”.
Para salir de esta crisis, una de las más duras de la revolución salvadoreña, hay que explicar. Que el enemigo, los aliados del imperialismo y sus amigos salvadoreños digan lo que quieran. La verdad es siempre revolucionaria. Esa verdad debe ser razonada y explicada. En conferencia pública, la dirección de las FPL y la dirección de la DRU necesitan ahora responder a todos los interrogantes políticos, para desarmar la maledicencia y el veneno de los enemigos y fortalecer la comprensión y la solidaridad de los amigos, puesta a durísima prueba por esta tragedia. Este pedido es mi homenaje ante la tumba del camarada Marcial.
(de unomásuno, 22 de abril, 1983)
1. Salvador Cayetano Carpio, el comandante Marcial, regresó desde Libia a Nicaragua el 9 de abril de 1983. Cuando su viaje se interrumpió se dirigía -por senderos y veredas del planeta- a El Salvador. En vísperas de su partida, el 1o. de abril, había expuesto por última vez sus ideas y posiciones ante militantes de su organización, las Fuerzas Populares de Liberación Farabundo Martí, en un discurso que hoy es conocido como su testamento político (publicado en México en julio de 1983 por la Organización Revolucionaria Punto Crítico). Como suelen hacer los dirigentes obreros, revolucionarios o guerrilleros cuando quedan en minoría decisiva en la dirección de sus organizaciones, Marcial se volvía al interior de El Salvador, donde estaban sus bases, a continuar desde allí la lucha por esas posiciones ahora minoritarias.
El 6 de abril de 1983 fue asesinada en Managua Mélida Anaya Montes, la comandante Ana María, segunda dirigente de las FPL después de Marcial. Ella encabezaba en la organización las posiciones opuestas a las de Carpio. El primer comunicado de las FPL atribuyó el crimen a la CIA. Marcial informado telefónicamente del asesinato, decidió interrumpir su viaje y volver a Managua. Alcanzó a asistir a los funerales de Ana María el día 9 de abril. Una foto del New York Times lo muestra en el acto fúnebre, en ropas de civil, con el rostro marcado por la preocupación y el cansancio, entre los comandantes nicaragüenses Daniel Ortega y Tomás Borge.
Ese mismo 9 de abril fue apresado por personal del Ministerio del Interior de Nicaragua Rogelio Bazzaglia, conocido como Marcelo, dirigente de las FPL y partidario de las posiciones de Marcial en la discusión interior de la organización. Según el comunicado del Ministerio del Interior del 14 de diciembre 1983 (Barricada, Managua, 15 de diciembre de 1983), Marcelo confesó ser el organizador del asesinato de Ana María. Antes habían sido capturados dos de sus cómplices, cercanos a Ana María, y el día 12 fueron detenidos otros tres todos los cuales habrían confesado su responsabilidad en el crimen. Todos ellos eran militantes de las FPL. Marcelo, dice el mismo comunicado, el día 11 de abril “declaró que su acción delictiva le había sido orientada por Salvador Cayetano Carpio”. “Al conocer las declaraciones de Bazzaglia, Carpio se negó a comentar las mismas, no negándolas ni aceptándolas y sumiéndose en un silencio absoluto”.
Cuando Marcial recibió esta información, ya estaba de hecho bajo arresto domiciliario en la casa habitación que ocupaba, privado de su guardia personal y asediado por versiones inquietantes sobre la investigación en curso y lo que ocurría en su organización. Junto con la incriminación, se le comunicó a Marcial que debía renunciar a sus cargos dirigentes en las FPL y el FMLN y entregar las redes de su organización (revista Por Esto, México, 28 de julio de 1983) y que sería trasladado a un destino que no hemos podido precisar. Hasta ese momento, recordemos, la versión oficial seguía siendo que Ana María había sido asesinada por la CIA. Cuando los emisarios de estas noticias se retiraron, Marcial se encerró en su habitación. Redactó, al parecer, una carta a las direcciones de las FPL, y del FMLN (ver comunicado de las FPL del 9 de diciembre de 1983, periódico Venceremos, El Salvador, diciembre de 1983, enero de 1984). Después, con su escritura de trabajador manual y su estilo de viejo militante comunista, se puso a escribir las líneas siguientes:
Palabras al heroico pueblo de El Salvador, a mi querida clase obrera y a la gloriosa FPL-Farabundo Martí. IV-12-83.
En todos los momentos duros de mi vida en la lucha contra las clases reaccionarias y explotadoras internas y contra el imperialismo yanki, ha sido y es mi pueblo y mi clase los supremos elementos de inspiración y objetivos básicos la lucha por sus intereses. En este momento, más que nunca.
He sido atacado, perseguido, calumniado, vejado, reprimido mil veces por esos bestiales enemigos del pueblo y todo lo he soportado y superado con mística por la causa de los obreros, campesinos y pueblo. Todos mis pasos son y han sido dentro de este marco, de estos intereses fundamentales, mayormente en estos últimos años de lucha, de intensificación de la lucha popular de liberación, de la fase de intensificación de las ofensivas militares e insurreccionales hacia la Toma del Poder para el pueblo y por el pueblo que tenga por base la alianza obrero-campesina y sus intereses.
Al intensificarse la guerra popular, se intensifica también la acción del imperialismo en todos los órdenes, sus conjuras, sus planes y complots. Contra todos esos planes nefastos estoy dispuesto a luchar hasta la victoria total.
Pero una cosa es luchar contra el imperialismo y sus intrigas y otra, sentir la injusticia, la calumnia y la infamia de parte de los mismos hermanos. Una negra conjura por manchar mi vida revolucionaria y dañar profundamente a las FPL está en marcha y llegando a su culminación. No sé de dónde proceden esos planes difamatorios, esa conjura contra mi vida revolucionaria. Lo único que sé es que cuando se acerca la Toma del Poder, la burguesía nacional e internacional arrecia todos sus recursos para debilitar la hegemonía proletario- campesina en la revolución y de esta manera eliminar política o físicamente a las organizaciones que son verdadera garantía de los intereses proletarios.
Pero lo que duele, lo que no puede soportarse es que hermanos revolucionarios sean engañados y acepten como si fueran ciertas la calumnia, el invento pérfido, la infamia contra un revolucionario probado mil veces en el combate popular. Que al aceptarlo, no sólo contribuyan a destruir mi probada imagen revolucionaria, sino que se lancen contra las filas de mi querida organización, considerando a todos sus miembros y redes como potenciales infiltrados del enemigo.
No puedo soportar impotente que así se trate a mi querida organización, base de la lucha revolucionaria de mi pueblo y de la unidad consecuente, ni a las exigencias de que ponga sus organismos, redes, miembros y colaboradores en manos de una investigación mal conducida y prejuiciada. Y no puedo soportar el escarnio que se hace de mi persona, la infamia de querer involucrar mi nombre aunque sea indirectamente, la torva insinuación en esa dirección, en el doloroso caso de la terrible pérdida de nuestra compañera Ana María.
Rechazo esta injusta calumnia, aunque de ella se hagan eco los hermanos. Pero es más dolorosa la injusticia cuando viene de hermanos que de enemigos. La verdad, que un día inevitablemente resplandecerá contra la calumnia y la infamia, se impondrá inevitablemente. Y por de pronto, toda responsabilidad sobre mi decisión personal tomada en este momento recae sobre quienes, aún siendo hermanos, así han procedido tratando de poner injustamente manchas a mi trayectoria revolucionaria.
Sé que mi pueblo triunfará pronto; que la clase obrera sabrá defender su derecho a hegemonizar el proceso revolucionario de mi país, y que aún sufriendo estos grandes golpes, las FPL sabrán resurgir como genuina expresión del proletariado y del pueblo. Que sabrá jugar incidencia positiva en la correcta unidad del pueblo y sabrá desempeñar con nuestra querida FAPL papel decisivo en la victoria final y en las fases que conduzcan a la creación de las condiciones para pasar al socialismo.
Me alienta la idea de que mi modesta contribución a esos logros, teniendo como norte hasta el último instante, cada acto de mi vida, los intereses del proletariado y del pueblo, en alguna medida ayudan y ayudarán a los genuinos intereses del pueblo en su futuro feliz. Revolución o Muerte! El Pueblo Armado Vencerá!
Marcial
Primer Responsable de las FPL – Farabundo Martí y Comandante en Jefe de las FAPL. Miembro de la Comandancia General del FMLN.
Como viejo conspirador, Marcial se aseguró las vías para que esta carta saliera de su casa. Después, sólo en su habitación, a las 21:23 horas de ese 12 de abril, se pegó un tiro en el corazón.
Marcial había arrojado su propio cadáver sobre la mesa de la discusión y cambiado de un golpe planes, perspectivas y versiones. Había partido, sí, con un destino imprevisto, al igual que Ana María, pero no aquel que le tenían asignado: qué hacer ahora con el muerto, y qué con la versión original sobre el asesinato de Ana María por la CIA.
2. El comprensible desconcierto provocado por la decisión de Marcial puede verse en el retraso con que se dio la información del suicidio: ocho días después, en un comunicado del Ministerio del Interior de Nicaragua del 20 de abril de 1983 (unomásuno, México, 21 de abril de 1983), en el cual se decía que se había quitado la vida después de saber que el responsable del asesinato de Ana María era uno de sus hombres de confianza. Y nada más. El 21 de abril un comunicado de la Dirección Revolucionaria Unificada del FMLN y del Comité Ejecutivo del FDR hacía suya la versión del comunicado anterior y consideraba “como un deber y una responsabilidad de todas y cada una de nuestras organizaciones, decir siempre la verdad ante nuestro pueblo”. Hasta entonces, aún no había ninguna acusación contra Marcial.
Rumores y versiones circularon en los meses siguientes, pero ninguna confirmación oficial. Unas acusaban a Marcial, otras lo defendían. Una de esas versiones fue recogida por la revista mexicana Por Esto, el 28 de julio de 1983, pero el carácter notoriamente escandaloso de esta publicación restaba valor a su testimonio.
El 9 de diciembre de 1983, en un extenso comunicado fechado en El Salvador, la Comisión Política de las FPL, con la firma de diez miembros, en nombre del Comité Central de dicha organización, emitió un comunicado oficial donde informa sobre las conclusiones de la 7a. Reunión Plenaria del Consejo Revolucionario, máximo organismo de dirección de las FPL, realizada en agosto de 1983 en El Salvador. En dicho comunicado se acusa públicamente por primera vez a Marcial del asesinato de Ana María y se denuncia la aparición en El Salvador de un Movimiento Obrero Revolucionario Salvador Cayetano Carpio, que reinvindicaría las posiciones políticas y organizativas de Marcial. Al parecer dicho movimiento estaría integrado (aunque el comunicado no lo dice) por quienes formaban parte del Bloque Popular Revolucionario de El Salvador, frente de masas ligado a las FPL, a comenzar por su dirigente histórico Julio Flores. No dispongo de otra información sobre este movimiento. El comunicado oficial de las FPL dice en algunos de sus párrafos:
El Consejo Revolucionario de las FPL concluyó lo siguiente: que Salvador Cayetano Carpio, quien era nuestro primer responsable y comandante en jefe de nuestras Fuerzas Armadas Populares de liberación (FAPL), entró en los últimos años en un proceso de descomposición ideológica y política, que lo llevó a serias deformaciones y desviaciones que culminaron con el asesinato de la compañera Ana María, del cual fue el principal promotor y responsable. Entre esas desviaciones estaban las siguientes:
1) Marcial desarrolló una exagerada autoestimación, que lo llevó a considerarse como el más consecuente, puro e intachable revolucionario de nuestro país e incluso de la región; como el único intérprete verdadero del proletariado salvadoreño y de nuestro pueblo, con una fuerte inclinación a ser elogiado y alabado, y a sobreponer su persona y sus opiniones por encima del colectivo y de los organismos del Partido; a proteger y dedicar su atención únicamente a quienes le aplaudían ciegamente y al mismo tiempo ver a los demás con desconfianza; veía a quienes no aceptaban sus posiciones como un peligro para la revolución, como instrumentos inconscientes de los enemigos de ésta.
2) Producto de este exacerbado amor propio, Marcial fue cayendo en un serio atraso político y una incapacidad de poner su pensamiento y acción a la altura de las demandas históricas que planteaba el desarrollo de nuestra revolución. Marcial se aferró a esquemas y a un planteamiento dogmático y sectario, el cual junto a su obstinación por hacerlo prevalecer a cualquier costo se convirtió en retranca para el avance de las FPL y ejerció influencias negativas en el proceso unitario de las fuerzas revolucionarias en su conjunto, dañando así el esfuerzo para la liberación de nuestro pueblo. (…)
3) Las desviaciones de Marcial se fueron agravando en la medida en que se desarrollaba la guerra popular y la necesaria lucha ideológica interna para responder a dichos avances. (…)
6) Salvador Cayetano Carpio, habiendo perdido ya toda la perspectiva y el respeto que para las FPL-Farabundo Martí merece la confianza de nuestro pueblo en querer lograr sus ambiciones políticas, y su fanático autoengrandecimiento, ordenó y planificó junto con Marcelo el asesinato de la compañera comandante Ana María, perdiendo así él mismo su calidad de revolucionario y dirigente de nuestro pueblo, utilizando para ello un grupo de combatientes sujetos a la disciplina militar y en complicidad con elementos del personal de seguridad de la compañera. Descubierto Carpio en su crimen, optó en su último acto de cobardía política por el suicidio para evadir su responsabilidad y salvar su nombre ya manchado por la infamia que él mismo se echó encima.
Prefirió morir manteniéndose aferrado a su egocentrismo y autoveneración. Antes de suicidarse, Marcial añade a su ya incorregible cobardía política una nueva infamia escribiendo unas cartas, una de ellas dirigida al Comando Central; donde representa los hechos como una conspiración de falsos revolucionarios en contra de lo que él denomina su intachable trayectoria de verdadero revolucionario. Marcial dejó así veneno para continuar dañando a la revolución y a nuestra organización, en una acción igualmente desesperada y ciega para salvar su imagen por encima de todo. (…)
(…) Sin embargo, producto de la confusión, el resentimiento, oportunismo y el fanático culto a la personalidad de Marcial, algunos pocos ex compañeros fueron sorprendidos y han llegado al extremo de separarse de nuestro partido, tratando de fraccionar y dividir la unidad interna de las FPL con métodos desviados y dañinos para la revolución y para nuestro pueblo que sólo favorecen al enemigo. Este grupo sostiene las posiciones atrasadas, sectarias y antiunitarias levantadas por Marcial. Niegan el papel de vanguardia revolucionaria del FMLN y se autoproclaman únicos representantes de la clase obrera, niegan el papel que pueden jugar en nuestro proceso todas las fuerzas democráticas y progresistas junto a las clases trabajadoras. Están impregnados de un profundo pensamiento y práctica antipartido.
A este grupo de individuos está ligado el recién aparecido Movimiento Obrero Revolucionario Salvador Cayetano Carpio. Con ello pretenden levantar la figura de Carpio ante nuestro pueblo, ocultando y encubriendo lo que está claro y comprobando; que a causa de su descomposición ideológica, Marcial terminó traicionando los intereses de la clase obrera y de todo nuestro pueblo, haciendo un irreparable daño a la revolución.
El documento incluye un llamado a los “compañeros confundidos o engañados”, reiterando que las filas de las FPL “están abiertas para todos aquellos que quieran volver a incorporarse”. Este llamado así como las menciones del texto antes citadas, no están dirigidos al MOR, cuyos miembros provendrían del BPR y no de las FPL, sino a una parte de los miembros de esta organización, los que integran el frente de la ciudad de San Salvador.
Efectivamente, en una toma de radio realizada en San Salvador a fines de diciembre de 1983, el Frente Metropolitano Clara Elizabeth Ramírez, de las FPL, reivindicó la figura de Marcial, exigió “un informe veraz, convincente, de los acontecimientos” de abril de 1983 y “una investigación profunda y honesta de lo acontecido”, rechazó la versión ofrecida y aceptada en la reunión de agosto (en la cual hubo representantes de dicho Frente), resolvió desconocer a la dirección de las FPL pero reivindicar el nombre de la organización y la pertenencia a ella y declaró que no tiene “ningún vínculo con la organización MOR”. Pero sobre todo, el Frente Metropolitano critica en la actual dirección de las FPL.
“… una desviación de la línea estratégica que se aparta de los verdaderos objetivos revolucionarios de nuestro pueblo. Esto se refleja al plantear el impulso de una Línea de Diálogo y Negociación, por parte de la Dirección de las FPL, que en su contenido y práctica conlleva a una descarada conciliación con la burguesía, tal como se acordó en el Séptimo Consejo Revolucionario, pues se hace con la búsqueda fundamental de ofrecer al imperialismo yanki una salida aceptable que le ponga fin a la guerra, sin importarle a estas alturas a la dirección de las FPL los 50 000 muertos de nuestro pueblo y el papel que ha jugado la burguesía con sus aparatos represivos como los responsables directos de la explotación, de la pobreza y de las masacres de nuestro pueblo. Sobre la base de este Diálogo y Negociación pretenden crear un Gobierno de Amplia Participación compartiéndolo con la criminal burguesía antes mencionada. Ante estos hechos, configuración de un bandazo que pone a nuestras FPL en un camino que las aleja cada vez más de sus verdaderos objetivos, fue en esos momentos que el compañero Marcial mantuvo una constante crítica hacia esas desviaciones y debilidades de esta dirección. (…) Recalcamos a nuestro pueblo y a todas las bases de nuestra querida FPL que no somos partícipes de resolver nuestros problemas violentamente porque nuestras armas solamente irán enfiladas hacia el corazón de los enemigos de clase de nuestro pueblo, el imperialismo yanki, la burguesía y sus aparatos represivos. (…) Lucharemos por la instauración de un Gobierno Democrático Revolucionario, donde se garantice la hegemonía del proletariado junto a su alidado principal, el campesinado, y los demás sectores populares, únicos capaces de sentar las bases del socialismo. (…) Consideramos que el proceso de Diálogo y Negociación se puede llevar adelante, siempre y cuando esto no implique hacer concesiones de los principios, ni hacer claudicaciones de los intereses inalienables del proletariado y de nuestro pueblo”.
Por su parte, el 16 de diciembre de 1983 la Comandancia General del FMLN, con la firma de sus cinco miembros, los comandantes Leonel González (FPL), Roberto Roca (PRTC), Schafik Jorge Handal (PCS), Fermán Cienfuegos (FARN) y Joaquín Villalobos (ERP), emitió un comunicado “para manifestar su pleno apoyo a las FPL ante el surgimiento de un grupo que pretende dividir sus filas y oponerse al FMLN, levantando la imagen de Salvador Cayetano Carpio, Marcial, asesino de la querida y recordada comandante Mélida Anaya Montes, Ana María”. El comunicado se solidariza con el documento de las FPL del 9 de diciembre y en parte repite sus calificativos hacia Marcial y sus partidarios. Dice además el comunicado del FMLN:
Hay también algunos individuos igualmente fanáticos y enemigos de la unidad que intentarán canalizar ayuda económica de los pueblos hermanos hacia el MOR, para que pueda subsistir. No tardará la CIA en vestirse con piel de oveja y suministrar su dinero para dar oxígeno a este grupo cuya existencia le permite alimentar su propaganda sobre una supuesta división del FMLN. (…)
El vil y despiadado asesinato de Ana María por Salvador Cayetano Carpio y el cobarde suicidio de éste no pueden justificarse en nombre de las ideas revolucionarias. Invocar a la clase obrera y a los campesinos para prestigiar al asesino y legitimar su nocivo sectarismo, es una ofensa al pueblo trabajador que lucha y se desangra inspirado por los más elevados ideales de justicia, liberación social y nacional. De semejantes argumentos sólo pueden sacar provecho los enemigos del pueblo salvadoreño y de su revolución.
Categóricamente afirmamos no hay ni puede haber ahora en El Salvador, revolucionarios fuera, lo menos aún en contra, del FMLN; precisamente porque la revolución está avanzando y venciendo bajo su dirección. (…)
El MOR no es ni puede ser una agrupación revolucionaria, sino que es la ciega actuación de un grupo dirigido por individuos que patrocinó Salvador Cayetano Carpio, que como él se alejan de la revolución y, queremos creer que inconscientemente, le hacen el juego al imperialismo yanqui, a la dictadura genocida y su ejército; aunque en realidad es demasiado tarde para salvar el dominio de estos verdugos. (…)
(…) hay ya y habrá aún, propaganda de los enemigos del pueblo salvadoreño alrededor de este asunto. Urdirán toda clase de falsas versiones y supuestos testimonios, se divulgarán los escritos de Carpio más insidiosos contra la unidad, pero nada de esto detendrá nuestro avance hacia la victoria de la revolución. (…)
(…) apoyarán estas maniobras solamente aquellos que, miopes y sectarios, han venido oponiéndose a la unidad revolucionaria en sus propios países, junto con los enemigos de la revolución, disfrazados de revolucionarios, que devengan salarios de la CIA
En esta amarga polémica, en la que predominan los calificativos y las acusaciones gravísimas sin aporte de pruebas mientras escasean los argumentos y las explicaciones políticas que permitan comprender el fondo verdadero de la lucha, terminó el terrible año 1983. La carta de Marcial aún no se conocía.
A los revolucionarios, militantes o partidarios del FMLN en El Salvador y en otros países, les resultaba muy difícil aceptar ese cúmulo de acusaciones, volcadas repentinamente sin más pruebas, hasta el momento, que los adjetivos que las acompañan, contra quien hasta entonces había sido presentado por el propio FMLN como uno de los mayores dirigentes de la revolución salvadoreña, un hombre cuya trayectoria de cuarenta años en huelgas, lucha clandestina, acciones armadas, lucha guerrillera y escritos políticos había podido ser conocida y juzgada por todos en esos años. Los comunicados de las FPL y del FMLN de diciembre de 1983 representaron un sacudimiento tan grande como la noticia del asesinato de Ana María y del suicidio de Marcial ocho meses antes. Sobre todo brillaba por su ausencia una explicación clara de las divergencias políticas, primera exigencia del razonamiento, abundaban explicaciones personales o psicológicas, que aún pudiendo existir jamás pueden dar cuenta de una crisis de esta magnitud.
Para los revolucionarios y los militantes de izquierda que, particularmente en Europa pero también en otras partes del mundo, recuerdan las represiones stalinistas contra los revolucionarios de los años 30, los procesos de Moscú, las tragedias de la guerra de España, los procesos de Praga y de otras democracias populares a fines de los años 40 e inicios de los 50, el lenguaje de los comunicados evocaba recuerdos terribles y suscitaba presagios sombríos.
Todas estas preocupaciones pudieron registrar los emisarios del FMLN que, ante la inquietud y los interrogantes de los amigos de la revolución salvadoreña en todo el mundo, tuvieron que defender y tratar de explicar el contenido y la forma de dichos comunicados. La preocupación expresada en mi artículo del 22 de abril y dirigida ante todo a los compañeros salvadoreños, que los dirigentes de una pequeña secta trotskista estadounidense, el Socialist Workers Party, quisieron interpretar entonces como “un ataque al FMLN” (Perspectiva Mundial, Nueva York, 30 de mayo de 1983) cobró dramática realidad: “Para salir de esta crisis, una de las más duras de la revolución salvadoreña, hay que explicar.” Después de haber resumido hasta aquí los elementos informativos de que dispongo, trataré de abordar, según mi entendimiento, la tarea de esa explicación.
3. El contenido de las divergencias políticas que condujeron a la crisis de abril de 1983 quedó claro para todos el 9 de febrero de 1984. En esta fecha, la Comandancia General del FMLN y el Comité Ejecutivo del FDR dieron a conocer en conferencia de prensa en México una “Propuesta de Integración y Plataforma del Gobierno Provisional de Amplia Participación”, aprobada el 31 de enero de 1984. Dicha propuesta sustituye a la Plataforma Programática del Gobierno Democrático Revolucionario, fechada el 23 de febrero de 1980 y suscrita por la Coordinadora Revolucionaria de Masas (CRM), que había sido hasta ahora, al menos formalmente, el documento básico de objetivos del FMLN-FDR.
Esta sustitución, en la cual desaparece el Gobierno Democrático Revolucionario y su programa para dar paso a otro objetivo, el Gobierno Provisional de Amplia Participación con su propio programa, diferente del anterior, fue el motivo y la culminación de la larga y durísima lucha política interna en las fuerzas revolucionarias salvadoreñas, en cuyo transcurso fue asesinada la comandante Ana María y se suicidó el comandante Marcial.
La magnitud del cambio contribuye a explicar la violencia de la lucha: un programa de gobierno revolucionario y democrático, de reformas radicales y transición al socialismo, ha sido sustituido por un programa de gobierno de coalición de clases de larga duración, con reformas moderadas que no sobrepasan las propuestas por la democracia cristiana y por la Junta Militar reformista de octubre de 1979 ni los marcos de la república burguesa.
Una comparación entre ambos textos lo mostrará.
En su capítulo sobre Tareas y objetivos de la revolución, el programa de la CRM de febrero de 1980 contenía, entre otros, los siguientes puntos fundamentales:
1. Derrocar la dictadura militar reaccionaria de la oligarquía y el imperialismo yanki, impuesta y sostenida contra la voluntad del pueblo salvadoreño desde hace cincuenta años; destruir su criminal maquinaria político-militar y establecer el Gobierno Democrático Revolucionario, fundamentado en la unidad de las fuerzas revolucionarias y democráticas, en el Ejército Popular y en el pueblo salvadoreño.
2. Poner fin al poder y dominio político, económico y social en general, de los grandes señores del capital y de la tierra.
3. Liquidar definitivamente la dependencia económica, política y militar de nuestro país respecto al imperialismo yanki.
4. Asegurar los derechos y libertades democráticas para todo el pueblo, particularmente para las masas trabajadoras, que son quienes menos los han disfrutado.
5. Traspasar al pueblo, mediante la nacionalización y la creación de empresas colectivas y asociativas, los medios de producción y distribución fundamentales, ahora acaparados por la oligarquía y los monopolios estadounidenses: la tierra en poder de los grandes terratenientes, las empresas productoras y distribuidoras de electricidad, la refinación del petróleo, las empresas industriales, comerciales y de servicios monopólicas, el comercio exterior, la banca, las grandes empresas del transporte. Todo ello sin afectar a los pequeños y medianos empresarios privados, a los cuales se dará estímulo y apoyo, en todo sentido, en las diversas ramas de la economía nacional.
En su capítulo de objetivos básicos, el actual programa de Gobierno de Amplia Participación, de febrero de 1984, dice:
El Gobierno Provisional de Amplia Participación, será un gobierno en donde no predominará una sola fuerza, sino la expresión de la amplia participación de las fuerzas políticas y sociales dispuestas a eliminar el régimen oligárquico y rescatar la soberanía e independencia nacional, y en donde la existencia de la propiedad privada e inversión extranjera no se oponga al interés social.
Se trata de un Gobierno Provisional de Amplia Participación cuya duración estará determinada por el cumplimiento de sus objetivos básicos, de acuerdo a lo convenido entre las partes y en el entendido que será un gobierno de larga duración. Los objetivos básicos del Gobierno Provisional de Amplia Participación son:
1. Rescatar la independencia y soberanía nacional.
2. Destruir el apartado de represión y sentar las bases de una verdadera democracia en donde se dé cumplimiento pleno a los derechos humanos y libertades políticas y donde se concretice la amplia participación del pueblo para alcanzar la paz definitiva.
3. Atender las necesidades más urgentes e inmediatas de las mayorías populares y adoptar medidas económicas y sociales básicas para la transformación de esas estructuras.
4. Establecer las condiciones prácticas suficientes para resolver el actual estado de guerra.
5. Preparar y realizar elecciones generales.
El programa de 1980 contenía un capítulo de Cambios estructurales, que corresponde en líneas generales, en el programa de 1984, al capítulo de Reformas económicas y sociales. También aquí la comparación de los puntos correlativos es clara.
El programa del Gobierno de Participación Amplia dice en el punto 1 de ese capítulo:
1. Establecer las bases para la realización plena de la reforma agraria, asegurando la participación libre de los trabajadores del campo en su ejecución. Desarrollo de un programa de organización cooperativa con los pequeños propietarios individuales.
El programa del Gobierno Democrático Revolucionario decía:
Realizar una profunda reforma agraria que ponga la tierra, ahora en manos de los grandes terratenientes, a disposición de las grandes masas que la trabajan, de acuerdo con un plan efectivo que beneficie a las grandes mayorías de campesinos pobres, medios y asalariados agropecuarios y que promueva el desarrollo de la producción de la agricultura y la ganadería. La reforma agraria no afectará a los pequeños y medianos propietarios de tierra, quienes recibirán estímulos y apoyos para hacerla producir cada vez mejor.
En el punto 2 del mismo capítulo, el nuevo programa dice:
2. Establecer las bases para la realización plena de la nacionalización del sistema bancario y financiero del país, con el objeto de poner la estructura financiera y el crédito al servicio de los intereses de las mayorías nacionales.
Sobre los mismos temas, el programa del Gobierno Democrático Revolucionario decía:
Nacionalizar todo el sistema bancario y financiero. Esta medida no afectará los depósitos y demás intereses del público. (…) Establecer efectivos mecanismos de ayuda crediticia, fomento económico y técnico para la pequeña y mediana empresa privada en todas las ramas de la economía del país.
En el punto 3 el nuevo programa dice:
3. Establecer las bases para la realización plena de la reforma al comercio exterior cubriendo el control sobre las exportaciones de los principales productos: café, algodón, caña productos del mar y carne. Incluir el control sobre las importaciones de materias primas, insumos, repuestos, tecnología, útiles para la producción nacional.
El programa anterior decía al respecto: “Nacionalizar el comercio exterior.”
En el cuarto y último punto de su capítulo sobre reformas económicas y sociales, el programa del Gobierno de Amplia Participación dice:
4. Establecer las bases para la solución adecuada de lo relativo a las condiciones de vivienda o habitación de los sectores de bajo ingreso, así como para la ampliación progresiva de los servicios de seguridad social y reorientar la inversión extranjera para que contribuya efectivamente a la satisfacción de las necesidades sociales.
El programa de 1980, que no hablaba de “inversión extranjera”, se limitaba a decir en cuanto a la vivienda y la salud:
Realizar una reforma urbana que beneficie a las grandes mayorías sin afectar la pequeña y mediana propiedad de inmuebles. (…) Crear un Sistema Nacional Unico de Salud, que garantice a toda la población (urbana y rural) un eficiente servicio de medicina, principalmente preventiva.
Además, el programa de 1980 incluía varios puntos que no figuran en el de 1984. Por ejemplo: nacionalizar el sistema de distribución de electricidad y las empresas eléctricas; nacionalizar la refinación del petróleo; “realizar la expropiación, según la conferencia nacional, de las empresas monopólicas en la industria, el comercio y los servicios”; “establecer un sistema de efectiva planificación de la economía nacional, que permita impulsar un desarrollo equilibrado”.
Me he concentrado en las propuestas de política nacional porque son las que más nítidamente marcan las diferencias entre ambos programas y determinan, al fin de cuentas, la política internacional, cualesquiera sean las formulaciones generales que ésta asuma. Para completar el examen es preciso comparar las propuestas sobre la estructura de las fuerzas armadas, columna vertebral de cualquier poder estatal.
En el primer punto de sus tareas y objetivos el programa de 1980 se proponía, recordemos, “derrocar la dictadura militar reaccionaria de la oligarquía el imperialismo yanqui” y “destruir su criminal maquinaria político-militar”. Como conclusión, proponía en su punto 7:
Crear el nuevo Ejército de nuestro país, que surgirá fundamentalmente en base del Ejército Popular constituido en el curso del proceso revolucionario, al cual podrán incorporarse aquellos elementos sanos, patrióticos y dignos que pertenecen al Ejército actual.
El programa de 1984 para el Gobierno de Amplia Participación, concluye con un capítulo de procedimientos para el “proceso de diálogo-negociación”, dividido en tres partes: participantes, fases y compromisos. Esta parte final dice así:
Una vez iniciado el proceso de diálogo-negociación y cuando éste se encuentre a un nivel avanzado, el FMLN-FDR manifiestan su disposición a negociar el cese de fuego.
Una vez concluidos los acuerdos, firmarán los documentos las partes en conflicto, los testigos en su carácter de garantes y los mediadores.
Inmediatamente se dará comienzo a la aplicación de los acuerdos en las fechas, plazos y orden convenido.
Este proceso culminará con la organización de un ejército nacional único, formado por las fuerzas del FMLN y las Fuerzas Armadas Gubernamentales ya depuradas. Hasta entonces ambos ejércitos mantendrán en su poder sus respectivas armas.
Cuatro años de revolución, guerra civil e intervención imperialista han transcurrido entre un programa y otro. Puede anotarse que el primero, más radical en us objetivos y en su formulación, se apoyaba en una movilización de masas en ascenso y en la crisis política y estatal del gobierno de la burguesía salvadoreña, pero contaba con un limitado y todavía inexperto poder de fuego.
El segundo, mucho más moderado en todos sus aspectos, no cuenta con la misma movilización de masas, pero se apoya en un ejército guerrillero fogueado y organizado, con mandos experimentados y una logística desarrollada que controla regiones del territorio donde ha promovido la formación de organismos de poder popular, mientras debe enfrentar una presión e intervención de Estados Unidos, con Reagan a la cabeza, mucho más fuerte y a un nivel de amenaza superior que en 1980. En relativa compensación, han crecido mucho desde entonces los apoyos y la repercusión internacionales de la revolución salvadoreña.
Pero estos desplazamientos, que en parte se compensan entre sí, no bastan para explicar un cambio tan pronunciado en el programa. Tampoco basa decir, con ingenuidad o hipocresía según los casos, que se trata sólo de una “maniobra táctica” y dirigida a inducir al enemigo a la negociación. Los programas están dirigidos ante todo a organizar las propias fuerza sociales, no las relaciones con el enemigo. Y a las clases opresoras, sobre todo si se trata de clases tan experimentadas como la burguesía salvadoreña y el imperialismo yanqui, jamás se las puede engañar con maniobras acerca de sus intereses de fondo.
Es necesario buscar desplazamientos mucho más profundos en las relaciones de fuerzas sociales, nacionales e internacionales, entre las clases y en el seno de las organizaciones revolucionarias, operandos en el transcurso de esos cuatro años, para poder explicar este desplazamiento en el programa y los trágicos acontecimientos que lo acompañaron. Entonces estaremos lejos tanto de las “maniobras tácticas” como de las explicaciones psicológicas, de apariencia o demoníacas de los hechos sangrientos, pero mucho más cerca de la realidad de la lucha social. La sangre derramada no será motivo o el pretexto para impedir, desviar u oscurecer el razonamiento, sino que la razón podrá dar cuenta -no justificación- de por qué corrió la sangre.
4. La lucha programática está en la esencia de toda revolución, irrupción violenta de los oprimidos que se propone reorganizar la sociedad sobre nuevas bases. Esta lucha se desarrolla invariablemente según un doble movimiento: contra el poder de las clases opresoras, el enemigo común de los revolucionarios en conjunto; y entre los mismos revolucionarios, por los fines, los alcances y los ritmos de la revolución. La revolución no es jamás una fiesta, sino una acontecimiento terrible y sangriento tanto para los opresores como para los oprimidos. Pero es la única vía para romper esa relación aún más terrible -porque en ella, al contrario de la revolución, no domina la esperanza- de la opresión cotidiana.
Estando las cosas así, esa lucha programática con frecuencia se tiñe de sangre. No es éste el método de la clase obrera para resolver sus diferencias internas, sino la discusión, el razonamiento y la asamblea, mientras la violencia se reserva para el enemigo: así la educa la relación social establecida en la producción, en la fábrica, en el lugar de trabajo. Pero no es la clase obrera, salvo cortos períodos, quien ha podido dictar las normas de conducta internas de las revoluciones hasta nuestros días. Desde las grandes revoluciones burguesas de los siglos XVII y XVIII, la inglesa y la francesa, hasta las revoluciones de nuestro siglo, la lucha entre los revolucionarios por el programa de la revolución (que explicaciones superficiales y psicologistas atribuyen a móviles como “la ambición de poder” o similares) nunca se ha saldado sin violencia, y a menudo con muertos. Tanto más verdad resulta esto cuanto mayor es la componente jacobina- democracia pequeñoburguesa o pequeñoburguesía radical- en la dirección de la revolución y en su contenido de clase. Antes de emitir juicios de valor sobre los asesinatos paralelos y antagónicos que en el transcurso de un año acabaron con las vidas de Emiliano Zapata, Felipe Angeles y Venustiano Carranza y sobre los móviles psicológicos de los mandantes de estas muertes, es preciso dilucidar sus fines políticos y el contenido programático de estos enfrentamientos en un proceso que hacía tiempo había dejado atrás el punto culminante de la movilización revolucionaria de las masas para convertirse en una prolongada guerra civil.
Tomás Borge con Cayetano Carpio en los funerales de la comandante Ana María
Para explicarnos los acontecimientos en El Salvador, hay que recapitular las etapas de la revolución salvadoreña.
Podemos distinguir tres períodos fundamentales en el proceso salvadoreño:
1) El período de la acumulación de fuerzas, que va desde la ruptura de Marcial con el Partido Comunista Salvadoreño (en el cual ocupaba la secretaría general) y la fundación de las FPL (primera organización político-militar) el 1o. de abril de 1970, hasta la crisis interburguesa de 1979 y el establecimiento de la Junta Militar reformista en octubre de 1979.
2) El período del ascenso revolucionario de masas, que va desde que las organizaciones político-militares (para entonces FPL, ERP y FARN) resuelven no entregar las armas y continuar la lucha de masas contra la Junta Militar (octubre de 1979), cubre todo el año 1980, culmina en la huelga general de junio de 1980, tropieza con un límite y comienza a declinar en la huelga general de agosto de 1980 y sufre una derrota que marca el fin del período con el asesinato de la totalidad de la dirección del Frente Democrático Revolucionario en San Salvador en noviembre de 1980.
3) El período de la guerra civil, que se abre propiamente con la ofensiva general (infructuosa) del 10 de enero de 1981 logra estabilizarse (después del fracaso de la contraofensiva del ejército en febrero y marzo) a partir de mediados de 1981 y continúa hasta el presente, con repliegue en la ciudad de San Salvador después de las elecciones de marzo de 1982 y con la estabilización de los frentes guerrilleros en el interior, la extensión de las redes logísticas y la conformación de un verdadero ejército revolucionario del FMLN enfrentado regularmente con el ejército de la burguesía salvadoreña abastecido y entrenado por Estados Unidos.
Estos tres períodos presentan ejes y formas diferentes de la discusión programática entre los revolucionarios.
El período de la acumulación de fuerzas (1970-1979) comienza por una escisión. Marcial y un puñado de militantes (no pasan de diez) se separan del Partido Comunista Salvadoreño y forman las Fuerzas Populares de Liberación Farabundo Martí, oponiendo a la política electoral del PCS una estrategia de lucha armada. En 1972, a partir de militantes cristianos radicalizados se constituye la segunda organización político-militar, el Ejército Revolucionario del Pueblo, que también proclama la lucha armada. En 1975, en medio de una lucha interna en la cual es asesinado el poeta y dirigente Roque Dalton, el ERP se divide y se forman las Fuerzas Armadas de la Resistencia Nacional (FARN). tercera organización político-militar. Todas estas organizaciones van ganando fuerzas y apoyo e impulsan a su vez la constitución de frentes de masas formados por organizaciones populares amplias (Bloque Popular Revolucionario, Frente de Acción Popular Unificada y Ligas Populares 28 de febrero) cuya actividad es afín a las líneas políticas respectivas de las FPL, las FARN y el ERP. El crecimiento de la movilización de masas, estimulada por el triunfo de la revolución sandinista en julio de 1979, agudizó la crisis interburguesa y llevó al ejército a buscar una salida derribando la dictadura del general Carlos Humberto Roberto y estableciendo una Junta Militar reformista en octubre de 1979.
En este período (1970-1979) la lucha programática tiene lugar en el interior de las organizaciones, forzosamente clandestinas. Está marcada, como hemos visto, por las escisiones: sólo en 1979, con el nuevo ascenso de masas, se fortalecerá el impulso hacia la unidad y se debilitará la tendencia a la división. Las antinomias de esa lucha pueden resumirse en las siguientes: elecciones/lucha armada; organización de masas/guerrillas; partido/organización político-militar; autonomía nacional de las organizaciones/apoyos y condicionamientos externos; lucha económica sindical/autodefensa obrera. Estas antinomias no son rígidas: son más bien los temas de la discusión y se presentan en diferentes combinaciones y con diversos protagonistas.
Dominando todas estas contradicciones, y combinándose con ellas, se presenta la discusión de fondo sobre el carácter de la revolución salvadoreña: revolución socialista, es decir por un gobierno revolucionario que abre la fase de transición al socialismo resolviendo al mismo tiempo las tareas burguesas y democráticas; o revolución democrática, es decir, por un gobierno de unidad nacional que liquide los resabios “feudales” y promueva el desarrollo capitalista-democrático del país durante toda la siguiente etapa histórica, sin plantear objetivos socialistas. En otras palabras, como lo plantearía Handal en 1982, si democracia, antiimperialismo y socialismo son dos revoluciones diferentes o si constituyen fases de una sola revolución: la revolución socialista. (Hasta 1979, Handal y su partido, el PCS, defendían la primera posición; en 1982 aceptan la segunda.)
La lucha programática de este período está marcada por la clandestinidad y por el aprendizaje teórico que los mismos protagonistas van haciendo, en la discusión, el estudio y la experiencia práctica. La discusión está regida, sobre todo, por las leyes de la conspiración.
Al abrirse el segundo período, el ascenso revolucionario de masas, éstas ocupan toda la escena en la primera mitad de 1980 y las organizaciones salen a plena luz, movilizando manifestaciones de cientos de miles de personas, huelgas, mítines, asambleas y formas múltiples de autodefensa armada contra la represión militar y paramilitar en la ciudad y el campo.
La lucha programática de este período se abre con la decisión de no entregar las armas y proseguir la movilización contra la Junta Militar y su intento de neutralizar la revolución con algunas reformas más o menos superficiales. En esta decisión las FPL el ERP arrastran primero a las FARN y finalmente al PCS (el pequeño PRT-C ya había tomado la misma decisión) a romper con la Junta Militar y a avanzar hacia la unificación en un frente de las fuerzas revolucionarias. Mientras uno de los ejes de la discusión táctica en esta fase se centra en la antinomia insurrección/guerra popular prolongada, la discusión programática alcanza un punto culminante de unificación al aprobarse el programa de la Coordinadora Revolucionaria de Masas, la Plataforma Programática del Gobierno Democrático Revolucionario del 23 de febrero de 1980. Esta plataforma da una respuesta precisa a la discusión teórica sobre el carácter de la revolución salvadoreña: es una revolución socialista, cuya fase inicial de transición la constituirá dicho gobierno. Sobre esta base se forma la Dirección Revolucionaria Unificada (DRU), el Frente Democrático Revolucionario (FDR) y el Frente Farabundo Martí de Liberación Nacional (FMLN).
Las fuerzas del ascenso de masas impulsan a la radicalización del programa y a la unificación de las organizaciones. El ala y los dirigentes más radicales y más ligados, por su pasado y por su política, a la actividad de masas, aparecen a la cabeza como las figuras más representativas. La crisis de la burguesía, de su Estado y de su ejército y la irrupción de las masas marcan el carácter de este período. La discusión se realiza públicamente y está regida, ante todo, por las leyes de la revolución.
El tercer período se abre con el intento de revertir por medios militares el repliegue de masas que comienza a hacerse perceptible a partir de la huelga general parcial de agosto de 1980. Es la ofensiva del 10 de enero de 1981, en cuya preparación y desarrollo se presenta la discusión sobre la antinomia ofensiva final/guerra prolongada. A partir del momento en que la ofensiva no obtiene los resultados esperados, pero tampoco logra los suyos la contraofensiva sucesiva del enemigo, la situación comienza a entrar en una especie de prolongada estabilización en la relación militar de fuerzas con desplazamientos paulatinos pero sin crisis de ruptura en el gobierno de la burguesía después de las elecciones de marzo de 1982.
La revolución ha pasado a la fase de guerra civil. Las masas y sus métodos propios de combate se han replegado. El enfrentamiento de clases se vuelve enfrentamiento militar. La lucha se militariza y la organización, por fuerza, se verticaliza. La disciplina militar desplaza o absorbe a la disciplina política de partido. Las acciones militares no pueden decidirse en votaciones de asamblea: la unidad de mando se vuelve indispensable y la figura del comandante sustituye a la del delegado o el representante electo. La logística, los apoyos externos que se pueden lograr, las armas, los abastecimientos, se vuelven vitales, así como se torna cada vez más importante en la relación de fuerzas la presión externa de Estados Unidos y sus aliados y el apoyo que éstos dan al gobierno y al ejército de la contrarrevolución.
Todos estos elementos entran en la nueva fase de la discusión programática, estratégica y táctica. Sus elementos políticos están subordinados, o mejor dicho están penetrados, por sus elementos militares. La discusión vuelve a encerrarse: se refugia en las cumbres y recupera las reglas de la conspiración combinadas con las de la disciplina militar, la situación menos favorable para una confrontación democrática de ideas. Ahora está regida, sobre todo, por las leyes de la guerra.
En esta situación se reabre la polémica sobre el carácter de la revolución, tienen lugar los enfrentamientos que culminan en abril de 1983 y se opera en febrero de 1984 el cambio de programa.
5. El suicidio de Marcial fue la conclusión de ese proceso, en el cual su figura política, llevada a la cúspide en 1980 como dirigente obrero de masas de larga trayectoria, se fue volviendo cada vez más irreal, así como el programa que defendía fue apareciendo, ante los ojos de un número creciente de dirigentes de su organización y del FMLN, cómo cada vez más sectario y superado.
El proceso se inició cuando, junto con la sustitución del embajador Robert White, la afirmación de la política agresiva de Ronald Reagan contra Centroamérica, los prolegómenos de la crisis económica mexicana, la superación de las crisis más agudas en los mandos del ejército salvadoreño y la realización de las elecciones en marzo de 1982, se hizo patente la estabilización de la situación y del enfrentamiento armado por un período más o menos prolongado. El ejército se demostró incapaz de derrotar o debilitar al FMLN, pero éste tampoco podía derribar al gobierno. Entretanto, la guerra continuaba desangrando al país y el cansancio ante la prolongación sin fin de la violencia se propagaba en todos los sectores de la población.
El primer esquema de gobierno de coalición (lo que se denomina hoy Gobierno de Amplia Participación) surgió de una reunión de diciembre de 1981, donde la dirección de la revolución salvadoreña acordó, sin hacerlo todavía público, un protocolo de negociación que incluía la autodepuración de las fuerzas armadas salvadoreñas, el respeto a su integridad, un acuerdo para avanzar hacia un ejército nacional unificado con las fuerzas del FMLN, un programa de reformas que, expresamente, no iría más allá de las reformas diseñadas por la democracia cristiana, la garantía del carácter mixto de la economía de El Salvador y la apertura de negociaciones con la participación de todos los sectores del país que ahora aparecen en la propuesta del 31 de enero de 1984. A cuanto se sabe, Marcial se opuso a ese esquema y después de una fuerte discusión se retiró sin firmar el protocolo, pero finalmente por decisión de la Comisión Política de su organización, debió reintegrarse a la reunión y firmarlo. Todo indica que desde entonces mantuvo sus reservas y que éstas se expresaron en forma cada vez más acentuada en la discusión política subsiguiente.
Sin embargo, el primer paso decisivo hacia el nuevo programa había sido dado con la firma del mismo Marcial. Este acuerdo tenía una importancia particular, pues por su prestigio ante las masas salvadoreñas, que superaba los marco de su autoridad interna en el FMLN y las FPL, se puede decir que Marcial disponía, potencialmente, de la posibilidad de ejercer una especie de veto en decisiones trascendentes. No podía determinar una mayoría interna, pero podía amenaza con llevar la cuestión al exterior y acudir a las masas (como salvando las distancias de tiempo, lugar e individuos, lo hizo Lenin en abril de 1917 y amenazó hacerlo en septiembre de mismo año, cuando parte de la dirección bolchevique dudaba ante la perspectiva de la insurrección). Fuera de él, ningún otro dirigente podía decir que contaba con tal audiencia. Pero, aparte de que las masas salvadoreñas ya no estaban en el centro de la escena, otras razones (que podrían analizarse y discutirse pero están más allá de los límites de este trabajo) deber de haber pesado en el ánimo de Marcial para que, con su firma, aceptara cerrarse ese camino y tomara el de la larga, difícil y tortuosa lucha interna en las circunstancias de 1982.
Esa lucha, de cuyos documentos conozco sólo una parte y cuyas peripecias no es el caso describir aquí, se desarrolló en líneas generales sobre las siguientes cuestiones: a) el carácter de la revolución y del nuevo gobierno a establecer; b) el diálogo, la negociación y sus objetivos; c) la composición de clases de la sociedad salvadoreña y el planteamiento, por parte de quienes proponían modificar el programa de 1980, de la existencia de una “burguesía no oligárquica” con la cual sería posible establecer alianzas para el gobierno; d) las alianzas de clases y el papel de la alianza obrera y campesina; e) la cuestión de la unidad, concebida como partido único por unos o como frente de varias organizaciones revolucionarias por los otros; f) la cuestión del partido marxista.
Un documento teórico sin duda importante de esta discusión fue el artículo de Schafik Handal, El poder, carácter y vía de la revolución y la unidad de la izquierda (“Pensamiento Crítico”, San Juan, Puerto Rico, julio-agosto de 1983, núm. 34) en el cual, después de reconocer el carácter necesariamente socialista de la revolución en los países latinoamericanos, el autor se opone a “la absolutización del papel que se asigna al Programa Económico-Social para determinar el carácter de la revolución” cuando lo fundamental, a su juicio, es “el problema del poder”. Este artículo, así como otros documentos, desempeñó un papel en la ofensiva contra el “esquematismo”, el “sectarismo”, la “rigidez” y el “atraso” del programa de 1980 y de sus defensores.
En enero y febrero de 1983 se realizó un pleno del Comando Central de las FPL, para preparar el 7o. Consejo Revolucionario, máxima instancia de la organización. En esa reunión Marcial, en minoría absoluta (según el comunicado de las FPL del 9 de diciembre, sólo tuvo el apoyo de Marcelo), firma un documento político de compromiso, en el cual cede a las exigencias de sus adversarios sobre las cuestiones en discusión pero queda redactado de tal modo que puede ser objeto de diversas Interpretaciones. Aparentemente, es después de esta reunión cuando Marcial decidió emprender su viaje y dirigirse a las bases del interior.
Abrió esta fase de la lucha interna, ya completamente defensiva y condenada a terminar muy pronto, con el discurso pronunciado en vísperas de su partida hacia Libia, el 1o. de abril de 1983, ante militantes de las FPL. Ese discurso, leído a la luz de los acontecimientos posteriores y de los documentos que ya son públicos, constituye en efecto una interpretación propia de aquellas resoluciones y una continuación más aguda de la polémica.
En dicho documento Marcial defiende las posiciones siguientes. La base de la lucha armada es la organización de las masas, sindical, política y militar. El motor de la guerra del pueblo no es solamente la liberación nacional, sino sobre todo la lucha de clases interna. La lucha de clases exige dar prioridad a la alianza obrera y campesina sobre cualquier otra alianza, de modo de asegurar la hegemonía del proletariado en la revolución y su perspectiva socialista dentro de las eventuales alianzas con otros sectores de la sociedad. La guerrilla debe desarrollarse en combinación con la organización del partido, con su vida política y con la formación política de sus militantes. El partido debe construirse como un partido obrero, con el programa del marxismo y el objetivo de la revolución socialista, que pasa por diversas fases y alianzas pero que rechaza en todo momento la hegemonía de la burguesía y su utilización de las alianzas populares para frenar la revolución. El ejército burgués debe ser destruido, en una estrategia de guerra prolongada que culmina insurreccionalmente y no mediante un “putsch” o un golpe militar.
Dentro de estos principios, el documento concibe la unidad de las organizaciones revolucionarias como un frente donde confluyan las diversas posiciones y no como un partido único donde un mando central impone su propia posición, lo cual parece una conclusión de su propia experiencia anterior en el Partido Comunista. Contra la idea del partido único, Marcial plantea la combinación entre el frente de organizaciones revolucionarias y la construcción de un partido marxista de la clase obrera. Por otro lado, concibe las negociaciones con el enemigo como un medio necesario pero auxiliar de la lucha revolucionaria y no como la vía principal, en determinado momento, para encontrar una solución favorable. Para esto invoca específicamente el ejemplo y el método de las negociaciones vietnamitas, que nunca suspendieron la acción militar mientras negociaban ni aceptaron reconocer el mantenimiento organizado del ejército de las clases enemigas como condición previa a las discusiones. En estos dos últimos puntos -carácter y formas de la unidad y relación entre negociación, guerra popular y programa- se había centrado en efecto la discusión en el FMLN en ese momento.
Doce días después, Marcial se suicidaba. Ese discurso se conoce hoy como su testamento político.
6. Dicen los comunicados del Ministerio del Interior de Nicaragua y de las FPL del mes de abril de 1983, donde por primera vez se acusa del asesinato de Ana María a Marcelo y sus cómplices, que ellos confesaron su responsabilidad y adujeron sus razones políticas para justificar el crimen. A reserva de la ratificación de esta confesión en el proceso anunciado, el comportamiento aberrante de justificar un crimen entre revolucionarios por diferencias políticas tiene lejanos y reiterados antecedentes. Mencionaré uno solo, en los primeros años de la más grande de las revoluciones de nuestro siglo: la revolución rusa. Cuenta Víctor Serge, en Memorias de un revolucionario (Ediciones El Caballito, México, 1973, p. 130):
Acababa apenas de regresar a Petrogrado con Raymond Lefevre, Lepetit, Vergeat (sindicalista francés) y Sasha Tubin, cuando sucedió un drama espantoso, que confirmaba las peores aprensiones de Martov. Resumiré; además el drama tuvo lugar en la semitiniebla. El Partido Comunista finlandés, de reciente fundación, salía exasperado y dividido de la sangrienta derrota de 1918. De sus jefes yo conocía a Sirola y a Kuusinen, que no parecían muy capaces y reconocían haber multiplicado los errores. Yo acababa de publicar sobre ese tema un pequeño libro de Kuusinen, pequeño hombre tímido, discreto y laborioso. Se había formado una oposición en el partido y detestaba a los viejos líderes, a los parlamentarios de la derrota, ahora adheridos a la Internacional Comunista. Una conferencia del Partido, reunida en Petrogrado, dio la mayoría a la oposición contra el Comité Central apoyado por Zinoviev. Este, presidente de la Internacional, hizo suspender los trabajos de la conferencia. Al poco tiempo, unos jóvenes estudiantes finlandeses de una escuela militar se dirigieron una noche a una reunión del Comité Central y fusilaron en el lugar mismo a las ocho personas presentes. La prensa mintió sin vergüenza imputando aquel atentado a los Blancos. Los culpables justificaban altaneramente su acto acusando al Comité Central de traición y pedían partir al frente. Una comisión de tres personas fue nombrada por la Internacional para estudiar el asunto. Incluía a Rosmer y al búlgaro Shablin: dudo que se haya reunido alguna vez. El asunto, juzgado más tarde por el tribunal revolucionario de Moscú (a puerta cerrada), con Krylenko como demandante, recibió una solución en parte razonable y en parte monstruosa. Los culpables, condenados para mantener las formas, fueron autorizados a partir hacia el frente (no sé qué fue de ellos en realidad), pero el líder de la oposición, Voyto Eloranta, considerado como “responsable político” y condenado inicialmente a un tiempo de cárcel, fue fusilado (1921). Abrieron pues ocho fosas en el Campo de Marte y, desde el Palacio de Invierno donde estaban expuestos los ocho féretros rojos cubiertos de ramas de pino, los condujimos a aquellas tumbas de héroes de la revolución. Raymond Lefevre debía tomar la palabra. ¿Qué decir? No paraba de proferir palabrotas: “íCarajo!…”. En la tribuna denunció al imperialismo y a la contrarrevolución, por supuesto. Soldados y proletarios cejijuntos, que no sabían nada, lo escucharon en silencio.
El problema, sin embargo, va mucho más allá de los crímenes individuales cometidos en nombre de la revolución tema sobre el cual no nos faltan ejemplos en nuestra propia revolución mexicana. Tiene que ver con algo mucho más vasto y determinante en el curso de la historia: el ritmo de la revolución misma, su ascenso y declinación, el acompasamiento de sus pulsaciones con las de la guerra, la intervención o la presión exterior, la relación entre los individuos y la historia.
En una carta de 1938 (Writings, 1938-39, Pathfinder Press, New York, 1974, p. 129), León Trotsky hace este esbozo general de la cuestión:
Llegó ahora a la necesidad de clarificar una cuestión teórica que tiene también una gran importancia política. Se refiere esencialmente a la relación entre la personalidad política o histórica y su ambiente. Para ir directamente al corazón del problema, quisiera mencionar el libro de Boris Suvarin sobre Stalin, en el cual el autor acusa a los dirigentes de la Oposición de Izquierda, yo incluido, de diversos errores, omisiones, desatinos, etc., a comenzar desde 1923. De ninguna manera pretendo negar que hubo mucho errores, acciones imprudentes y hasta estupideces. Sin embargo lo importante, tanto desde el punto de vista teórico como desde el político, es la relación, o más bien la desproporción, entre esos “errores” y sus consecuencias. Precisamente en esta desproporción se expresa el carácter reaccionario de la nueva fase histórica.
Cometimos no pocos errores en 1917 y en los años siguientes. Pero el impulso de la revolución llenó esas lagunas y remedió los errores, a menudo con nuestra ayuda, a veces incluso sin nuestra participación directa. Pero hacia este período los historiadores, incluidos Suvarin, son indulgentes porque la lucha terminó en victoria. Durante la segunda mitad de 1917 y los años siguientes, tocaba a los liberales y mencheviques cometer errores, omisiones, desatinos, etcétera.
Quisiera ilustrar esta “ley” histórica una vez más con el ejemplo de la Gran Revolución Francesa en la cual, gracias a su lejanía en el tiempo, las relaciones entre los actores y su ambiente aparecen mucho más nítidas y cristalizadas.
En cierto momento de la revolución los jefes girondinos perdieron totalmente su sentido de dirección. A pesar de su popularidad y su inteligencia, no podían cometer más que errores y acciones ineptas. Parecían participar activamente en su propia caída. Después les llegó el turno a Danton y sus amigos. Historiadores y biógrafos no cesan jamás de interrogarse sobre la actitud confusa, pasiva y pueril de Danton en los últimos meses de su vida. Lo mismo ocurre con Robespierre y sus asociados: desorientación, pasividad e incoherencia en el momento más crítico.
La explicación es obvia. Cada uno de esos grupos había agotado, en determinado momento, sus posibilidades políticas y ya no podía ir adelante contra la arrolladora realidad: condiciones económicas internas, presión internacional, las nuevas corrientes que esto engendraba entre las masas, etc. Bajo estas condiciones, cada paso comenzaba a producir resultados contrarios a lo que se esperaba.
Pero la abstención política tampoco era más favorable. Las fases de la revolución y la contrarrevolución se sucedían a un ritmo acelerado, las contradicciones entre los protagonistas de determinado programa y la cambiada situación adquirían un carácter inesperado y sumamente agudo. Esto permite al historiador la posibilidad de desplegar su sabiduría retrospectiva enumerando y catalogando los errores, omisiones, ineptitudes. Pero, desgraciadamente, esos historiadores se abstienen de indicar el camino correcto que hubiera permitido conducir a un moderado a la victoria en un período de ascenso revolucionario o, en el caso contrario, indicar una política revolucionaria razonable y triunfante en un período termidoriano.
Emiliano Zapata no hizo más que caminar hacia su muerte desde fines de 1917 y durante 1918, aunque Jesús Guajardo lo asesinara realmente el 10 de abril de 1919: nunca, en las épocas de ascenso victorioso de su revolución del sur, habría cometido el grosero error de caer en la trampa que su victimario le tendió en Chinameca. Del mismo modo, acumulando pasos en falso, concesiones y contraataques políticos defensivos, se encaminó Marcial hacia su propia muerte, sean verdaderas o falsas las acusaciones que sobre él arrojan sus adversarios.
Puesto entre la carta de Marcial donde sostiene su inocencia y las afirmaciones de sus acusadores, al menos tres cuestiones me surgen de inmediato:
1) Los acusadores no presentan pruebas (y recordemos que una confesión, aun más en instructoria y cuyo contenido todavía no se hizo público, en derecho moderno no constituye por sí sola prueba suficiente). Habrá que esperar a que sean presentadas para juzgarlas en su mérito.
2) Por qué Marcial, si fue el organizador intelectual del crimen antes de partir y si ya estaba en Libia cuando el hecho se produjo, había de regresar a Managua, al lugar del crimen tan torpemente ejecutado, cuando podía continuar su camino y esperar los acontecimientos. Si su propósito, como sus actos y sus dichos lo indican, era proseguir la lucha interna, ¿por qué volvió, camino a su suicidio?
3) No encuentro coherencia entre la decisión de conducir una lucha política en minoría absoluta, en el nivel teórico en que está planteada en el discurso del 1o. de abril, y la idea aberrante de que esa situación de partida desfavorable en los organismos de dirección se puede revertir, y no agravar, mandando asesinar a quien encabeza la mayoría y cuenta con fortísimos apoyos externos a la organización. La fuerza de Marcial estaba todavía en su prestigio ante las bases y ante las masas, no ya en los cuerpos dirigentes. El método del asesinato clandestino del adversario es propio de quien cree en los aparatos y en los servicios de inteligencia para decidir las luchas políticas, no de quien se ha formado en la lucha pública de masas y puede confiar en recurrir a ellas. Para destruir la posición política de Marcial, sus adversarios necesitaban destruir ese prestigio de masas. Marcial, al hacerse responsable de un acto abominable, les habría dado el instrumento perfecto para lograr ese objetivo, que es lo que están haciendo.
Es difícil aceptar, salvo firmes pruebas en contrario, que hubiera perdido la capacidad de hacer este cálculo elemental.
Sin embargo, tal como ha quedado planteado el problema, se trata ahora de una cuestión de pruebas a ser presentadas en el anunciado proceso de Marcelo y demás acusados en Managua. Debe esperarse que ese proceso sea público, con presentación de testigos y asistencia de observadores internacionales calificados de diferentes organizaciones del movimiento obrero, pues de esa publicidad e imparcialidad la revolución nicaragüense y su justicia serán los primeros beneficiados. Las garantías jurídicas conquistadas en las revoluciones burguesas forman parte de las libertades y derechos democráticos que las revoluciones sucesivas, antes que disminuir o suprimir, necesitan afirmar y extender. El comunicado del Ministerio del Interior de Nicaragua del 14 de diciembre de 1983 autoriza a esperar que este sea el caso en este dramático proceso.
7. No soy neutral en este conflicto de ideas y tendencias. Creo que es un error y un retroceso la sustitución del programa del Gobierno Democrático Revolucionario, de febrero de 1980, por el programa del Gobierno Provisional de Amplia Participación, de febrero de 1984. Producto de la situación difícil de la revolución y de sus conflictos internos, ha habido un desplazamiento programático desde la izquierda hacia el centro. Las FPL han perdido sus dos dirigentes históricos conocidos por las masas, Marcial y Ana María. Al parecer Julio Flores, dirigente del Bloque Popular Revolucionario y firmante (junto con Juan Chacón, muerto, Héctor Recinos, preso, y otros) del programa de la CRM de febrero de 1980, se ha escindido junto con su organización para formar el Movimiento Obrero Revolucionario en San Salvador. En la lucha interna del FMLN, la izquierda ha sido derrotada por el momento -nadie sabe por cuánto tiempo- pero tampoco puede afirmarse que haya triunfado la derecha. El curso de la lucha armada y de la lucha de clases interna e internacional serán decisivos para determinar la salida definitiva.
Es obvio que no es posible levantar las mismas consignas en un período de ascenso y en otro de estancamiento o de reflujo. Es evidente que cuando se presentan las condiciones para la insurrección no se hacen los mismos llamados y propuestas que cuando es preciso ir a la negociación. Resulta claro -lo dicen sus mismos dirigentes- que el FMLN mantiene, como objetivo último, la conquista del poder, como lo mantuvo siempre el FLN vietnamita. Pero al cambiar radicalmente el camino para alcanzar ese objetivo -el Gobierno de Amplia Participación, de larga duración, no se presenta como una escala táctica- puede cambiar el objetivo mismo.
No se pueden repetir en 1984, en una situación profundamente cambiada, las mismas consignas que en 1980. Pero adecuar las consignas a los cambios en la realidad no requiere cambiar el programa. Un programa histórico -y eso es el programa de la CRM de febrero de 1980- no es producto ni monopolio de una dirección. Su adopción es, lo mismo que la unidad, el resultado de la lucha de las masas y en ellas se hace carne y conciencia. Modificar los pasos tácticos en cada etapa no significa cambiar el programa. Esto es, en cambio, lo que ha sucedido en El Salvador, como conclusión de una lucha interna que cubrió enteros los años 1982 y 1983. Vistas así las cosas, se trata esencialmente de un problema político. Nada tienen que hacer aquí las invocaciones mistificantes a Pol Pot, producto de otra realidad, otra tradición y otra formación de clases.
La revolución salvadoreña enfrenta un problema real: la guerra tropieza con un límite que parece como infranqueable el hecho de que si se aproximara un colapso del ejército gubernamental, Estados Unidos inevitablemente intervendrá con sus tropas. Pero a pesar de éxitos militares del FMLN, ni ese colapso aparece como inmediato, ni tampoco el ejército puede soñar en una victoria cercana sobre los insurgentes. Por un lado, hay evidente cansancio en las masas ante la prolongación de una guerra terrible e interminable; por el otro, la burguesía no ha podido resolver su crisis política, social y económica -al contrario, ésta se ha agravado- y esa crisis penetra en el mismo ejército.
Hay quienes aducen que el FMLN se abstiene de tomar el poder y de dar golpes definitivos al ejército porque el colapso de éste provocaría de inmediato la intervención estadounidense. Esta parece sólo una infortunada formulación propagandística para ingenuos: una revolución que, estando en condiciones de tomar el poder, por cualquier causa se abstuviera de hacerlo, se condenaría a la derrota en la forma más irresponsable. Más bien parece evidente que es la extrema dificultad de la situación, para ambos bandos, lo que hace lógica la línea de la negociación, que en principio nadie rechaza como propuesta inmediata en el bando revolucionario. Pero este es un problema de relación de fuerzas, como todo acuerdo entre enemigos, por fuerza transitorio, y no una cuestión de cambio de programa. Se puede negociar manteniendo los objetivos. Se puede también cambiar éstos y no llegar jamás a una negociación.
La línea de diálogo-negociación tropieza con grandes dificultades: a) Estados Unidos se opone a todo diálogo con el FMLN y, pese a las diferencias internas entre republicanos y demócratas, esa línea de Reagan tiene ahora apoyo bipartidista; b) las fuerzas dominantes en la burguesía salvadoreña también se oponen al diálogo, porque temen el derrumbe; c) no hay modificación en la actual estructura del Estado salvadoreño -y el Gobierno de Amplia Participación se propone sólo modificarla parcialmente, no destruirla- que haga posible el establecimiento de la democracia en medio de la crisis; en otras palabras, no hay democracia posible sin destruir esa estructura, como sucedió en Nicaragua; d) la “organización de un ejército nacional único, formado por las fuerzas del FMLN y las Fuerzas Armadas Gubernamentales ya depuradas”, que en la propuesta del FDR-FMLN sería la base estructural del Gobierno de Amplia Participación, es una utopía que jamás se ha materializado en la historia. Un ejército formado por la fusión de dos ejércitos enemigos, que se están combatiendo mortalmente desde hace cuatro años, sin que uno haya derrotado al otro y representando, además, los intereses de clases antagónicas en una implacable guerra de clases como es la revolución salvadoreña, resulta ya suficientemente utópico como para además agregar la idea ilusoria, tampoco vista jamás, de la “autodepuración” del ejército represor de la burguesía salvadoreña.
Contra lo que creen sus defensores, la principal objeción que se puede hacer a este programa es su falta de realismo político y el carácter ilusorio de su propuesta central. Esto no quita la necesidad o la conveniencia de proponer o utilizar el diálogo y la negociación. Pero entonces sus objetivos tendrían que ser más reales, inmediatos y modestos, no a nivel de programas históricos.
Mientras tanto, la guerra civil en El Salvador continúa, Estados Unidos aspira a destruir primero la revolución salvadoreña y después la nicaragüense para así restablecer su dominación sobre Centroamérica hasta el Canal de Panamá, y la suerte de las dos revoluciones, junto con la de la guerrilla guatemalteca, está indisolublemente unida. La solidaridad con la revolución centroamericana no significa emitir juicios morales o psicológicos o autoengañarse sobre sus reales dificultades y problemas, sino comprender y aprender de ellos para poder organizar mejor la lucha de los trabajadores y las clases oprimidas en el propio país, que es finalmente la forma más efectiva de la solidaridad revolucionaria internacional.
8. ¿Por qué fue asesinada Ana María? ¿Por qué se suicidó Marcial? La lucha política interior no basta para explicar y mucho menos para justificar estos métodos terribles, que lesionan el interés más profundo de la revolución. Es indudable que la violencia ancestral y actual de la sociedad salvadoreña tiene su peso también en las filas revolucionarias: El Salvador se parece hoy mucho más a El llano en llamas que a un té a las cinco de la tarde. Pesa también la falta de tradiciones democráticas arraigadas en la sociedad y en las organizaciones revolucionarias, agravada por la verticalización de la vida interna impuesta por la vida militar: la lógica de masas de la revolución ha sido sustituida paulatinamente por la lógica implacable de la guerra y esto, que influye en los métodos y las concepciones organizativas, no es culpa de nadie sino resultado natural del curso de los acontecimientos. Finalmente, interviene el atraso político heredado de una sociedad con fuerte influencia campesina, congelada en su vida política por una dictadura de medio siglo, atraso al cual no pueden escapar las organizaciones revolucionarias que son producto de su sociedad y no de las teorías puras; a lo cual hay que sumar el peso de la monstruosa obra de destrucción teórica del marxismo realizada metódicamente por los burócratas del Estado soviético y políticos y escritores afines a ellos en todas las latitudes. La superación de estas condiciones será obra -lo está siendo- de más de una revolución y de más de una generación de revolucionarios en el mundo y en cada país.
Marcial mismo era un hombre de esa transición, firmemente anclado en la fe total en la Unión Soviética y al mismo tiempo en ruptura con el Partido Comunista Salvadoreño hacía un programa y una práctica opuestos a los de los soviéticos. Sus adversarios dicen que su suicidio es una prueba de su culpabilidad y un acto de “cobardía política”. Si, por el contrario, cuanto dice Marcial en su carta póstuma fuera la verdad, su suicidio habría sido su último acto de combate, cuando se sintió acorralado y sin salida, para romper el cerco y defender sus ideas.
¿No le quedaba otra salida? Es difícil ahora saberlo. Es difícil también decir si algo no se rompió adentro de su espíritu: tal vez sentirse abandonado por aquellos en quienes confiaba, tal vez comprender que la dirección de la Unión Soviética no compartía sus posiciones sino las de sus adversarios, tal vez cansancio, agotamiento ante una lucha en apariencia interminable que en un momento dado parece mostrar cerradas todas las salidas. Difícil saberlo.
En cuanto a calificar al suicidio de cobardía, no pasa de ser un prejuicio religioso extraño a la mentalidad revolucionaria. Una larga lista de combatientes de temple excepcional que, por distintas razones y en las más diversas circunstancias, han optado por el suicidio como recurso extremo contra una adversidad insuperable, desmiente esa concepción sacerdotal de la vida y de la muerte. No se trata de elogiar o de condenar el suicidio. Se trata, en cada caso y en cada ser humano, de explicarlo y comprenderlo.
Esta cuestión, y muchas de las que me ocupan en este largo escrito, fueron ya discutidas en otros contextos por aquella generación de revolucionarios que, como fruto de una larga acumulación teórica y humana del proletariado europeo, conformaron ese conjunto de seres humanos excepcionales en el intelecto y en la práctica que nutrieron el marxismo y organizaron y encabezaron las revoluciones de los primeros tres decenios de este siglo. Por caminos más difíciles, tortuosos y sangrientos, esa acumulación no ha cesado desde entonces aun atravesando las experiencias negativas de la burocratización del poder revolucionario y del surgimiento de un nuevo estrato privilegiado y dominante en las sociedades postrevolucionarias. Diría tal vez, que más dolorosa, esa acumulación es todavía más rica y necesaria. De ella, de esta dura transición, deberá surgir una nueva generación de revolucionarios armada para responder a desafíos y tareas inéditos y no previstos. No se logrará este objetivo sin discutir a fondo cada experiencia. El suicidio de Marcial es una de ellas.
EPÍLOGO
Lo duca e io per quel cammino ascoso
intrammo a ritornar nel chiaro mondo;
e senza cura aver d’alcun riposo
salimmo su, el primo e io secondo,
tanto ch’i’ vidi delle cose belle
che porta ‘I ciel, per un pertugio tondo;
e quindi uscimmo a riveder le stelle.
Dante,lnferno, canto XXXIV.
Un domingo de marzo de 1983 fuimos con Julio Cortázar a Malinalco. Tres días antes, había querido que lo acompañara a visitar la casa de Trotsky en Coyoacán. Camino de Malinalco, nos detuvimos en el Desierto de los Leones, visitamos el convento, y luego seguimos rumbo a Chalma, donde le regaló a Anna una corona de flores. En Malinalco comimos en una fonda pequeña y luego subimos a la pirámide, entramos al recinto circular y acariciamos la cabeza de piedra del jaguar y las plumas simétricas de las águilas. Volvimos a México por el Ajusco.
Cuando apareció el artículo sobre Marcial que encabeza este escrito, envié una copia a Julio, a París. Recibí en mayo su respuesta. Ella no implica, obvio resulta, juicio alguno sobre cuanto aquí he escrito, sino únicamente sobre aquel artículo: Sólo la verdad es revolucionaria. Esta es su carta:
13/V/83
Querido Adolfo:
Acabo de leer tu texto sobre Marcial, que me parece no sólo justo sino muy necesario en esta hora donde todo parece cada vez mas confuso en tantos planos.
Quería decírtelo, así como que recuerdo con una gran felicidad el día que pase con Anna y con vos visitando tantos bellos lugares mexicanos. Se me ha quedado en la memoria como una isla, separado de los ires y venires de México las imágenes de ese día tienen una precisión y una pureza maravillosas.
Ojalá la vida nos deje pasear juntos alguna otra vez, y la espera de eso, mi abrazo a Anna y a ti con todo mi afecto,