En el año 2000 se realizarán en México elecciones presidenciales y existe la posibilidad de que la oposición derrote al partido de Estado, que ha ejercido el poder durante 70 años. Esta posibilidad, que flota en el aire y que todos perciben y que muchos ansían que se convierta en una realidad ha generado, en diversos sectores de la población, expectativas en varios sentidos: desde aquellas que consideran que el cambio es inevitable y esperan que ocurra una transformación profunda, hasta aquellas que creen que no habrá cambio alguno porque el régimen no permitirá ser derrotado o no aceptará su derrota, pasando por aquellas otras que asumen una posición crítica hacia el proceso electoral, considerando que no dará lugar más que a un cambio superficial.
Entre las distintas fuerzas políticas existen también posiciones diversas en torno al tema, de ahí que se haya convertido en una necesidad la discusión acerca de cuál habrá de ser su papel ante esas elecciones que se avecinan. En el caso de las organizaciones que realizamos o pretendemos realizar la lucha armada, las discusiones que se entablan a partir de esta necesidad rebasan el ámbito coyuntural porque la importancia de este tema no se reduce a la coyuntura en sentido estricto, sino que tiene que ver con la estrategia en su conjunto, pues se relaciona con la aceptación o el rechazo de una forma de lucha, con su ubicación en relación con las demás, con la relación a mantener con las fuerzas que participan en el cambio utilizando esa forma como central, con la relación a desarrollar con las otras organizaciones armadas que participan en ese esfuerzo y con las que decidan no hacerlo.
Por eso la discusión respecto a las elecciones, para nosotros, no debe limitarse a la coyuntura sino que debe abarcar desde lo más general (qué son las elecciones) hasta lo más particular (qué significan las elecciones que se realizarán en la coyuntura presente), pasando por el papel que han jugado en la historia inmediata del pueblo mexicano y por las perspectivas de la lucha política en el futuro inmediato en nuestro país.
Así pues, iniciemos la discusión.
Participar en la lucha electoral es tomar parte en las contiendas que se realizan, por medio de las elecciones, para acceder a puestos de elección popular y a cargos de representación de la ciudadanía, como las presidencias municipales, las gubernaturas o a la presidencia de la república, o como las diputaciones y las senadurías. Es decir, con las elecciones se disputan posiciones de poder, tanto del ejecutivo, como del legislativo, a distintos niveles, e implican la lucha parlamentaria, con la que se puede modificar la legislación del país y acotar al poder ejecutivo.
La lucha electoral, por tanto, es una forma de lucha posible de desarrollar, en lo general, en el esfuerzo por el cambio, pues por medio de ella pudiera el pueblo alcanzar posiciones de poder que pudieran modificar a su favor la correlación de fuerzas en la lucha política en general: cuán favorable para el pueblo que busca mejorar sus condiciones de vida sería contar con legisladores que modificaran la ley tomando en cuenta los intereses populares, contar con presidentes municipales o gobernadores que representaran sus intereses y no los de los ricos empresarios y comerciantes, que se opusieran al neoliberalismo que está acabando por entregar los recursos nacionales a las multinacionales y que está acabando por limitar cada vez más la soberanía nacional.
El "pudiera" y el "sería", se utilizan aquí a propósito, pues se está planteando la posibilidad de que ocurra así, no se está diciendo que la lucha electoral, en, México siempre haya servido para eso o que actualmente esté sirviendo así totalmente o que siempre vaya a ser así. Y aquí cabría remitirnos a la historia, que nos mostrará que durante mucho tiempo (hasta mediados de la década de los 70’s) el régimen no permitió que se formara una oposición electoral verdadera, de manera que las elecciones no eran más que un mecanismo mediante el cual el régimen político mexicano intentaba legitimarse a sí mismo. Posteriormente, a partir de la segunda mitad de la década de los 70’s, se empieza a abrir en México un margen para la lucha electoral, en gran parte debido a la necesidad del régimen de deslegitimar la lucha armada que recientemente se había desarrollado en México (con el Partido de los Pobres, con la Asociación Cívica Nacional Revolucionaria, con la Liga Comunista 23 de septiembre y otros grupos armados) y de abrir un cauce en el cual la inconformidad popular pudiera manifestarse sin poner en peligro el régimen; es por eso que los márgenes eran estrechos, como lo eran las posibilidades de producir un cambio por ese medio, pues la izquierda electoral era una fuerza mínima en comparación con la del régimen. Sin embargo, a finales de la década de los 80’s, con la ruptura interna del PRI surge una posibilidad real de que una fuerza de oposición pueda derrotar electoralmente al sistema y eso movió a muchas de las organizaciones de izquierda que participaban, y aún a muchas que no participaban electoralmente, a tratar de conformar, junto con la corriente que recién se habían desprendido del PRI una fuerza unitaria que enfrentara a la del régimen. Es así como se formó el Frente Democrático Nacional que derrotó al PRI en las elecciones de 1988. Desgraciada, y tal vez previsiblemente, se juntaron dos elementos que dieron al traste con la oportunidad histórica de hacer caer el régimen: por un lado, la decisión del régimen de imponerse a como diera lugar, aún a riesgo de instaurar un régimen más autoritario; por otro la falta de decisión de los dirigentes de la oposición, que temieron a la hora de los hechos las consecuencias de ser consecuentes, valga la redundancia.
Lo que las elecciones han significado en cada momento se ha reflejado de diversas formas: en el porcentaje de la población participante en las elecciones, en la opción elegida (según los datos oficiales), en la combatividad en la lucha electoral y pos-electoral, en la actitud de las fuerzas de izquierda ante los procesos electorales y aún en el tipo de maniobras que el PRI ha utilizado en los procesos electorales. Efectivamente, mientras la lucha electoral era solamente medio de legitimación del régimen, el abstencionismo fue un fenómeno generalizado, "vencido" solamente con maniobras, como la amenaza de negar algunos derechos a quienes no votaran (como el de la inscripción de sus hijos en la escuela, o el del otorgamiento de leche de la Conasupo) o con el relleno de urnas, ya no para que ganara el candidato oficial, que tenía el triunfo seguro, sino para inflar el porcentaje de participación, que a veces era realmente de un 15 % y, aún menor en muchas elecciones; en ese momento era totalmente evidente que las elecciones no eran una herramienta para el cambio, por eso no había combatividad en las luchas electorales ni en las poselectorales, que eran prácticamente desconocidas; la izquierda revolucionaria, por su parte, era homogénea en cuanto a su condena de los procesos electorales y en su señalamiento como "farsa electoral". Después, a medida que se fue fortaleciendo una izquierda electoral con perspectivas de disputar realmente algunas posiciones de poder, se fueron realizando cambios que en un principio no tuvieron mayor incidencia, pero que poco a poco fueron incrementando su importancia. El abstencionismo siguió existiendo como fenómeno dominante en el panorama electoral nacional, pero que disminuía drásticamente en algunos casos locales, en los que lo que en un principio fueron movimientos sociales fundamentalmente, se fueron convirtiendo en movimientos electorales (como es el caso de la COCEI, que desarrolló en Juchitán una de las primeras luchas electorales con perspectivas de avanzar en la construcción del poder del pueblo). En esos casos ya no bastó al gobierno con el relleno de urnas o el chantaje para inducir el voto, sino que tuvo que recurrir a extender los métodos con que enfrentaba al movimiento social a la lucha para imponer su decisión en el ámbito electoral: el asesinato, el encarcelamiento de candidatos, las amenazas a la población fueron cosa cotidiana en esos casos. Las luchas poselectorales se fueron haciendo cada vez más agudas, pero se recurría casi siempre a los métodos del movimiento social: marchas, plantones, tomas de palacios. En la izquierda se hicieron manifiestas las diferencias en torno a la lucha electoral, pues mientras algunas corrientes se mantenían en la condena de la que siguieron llamando "farsa electoral", otras empezaron a considerarla como una forma de lucha posible de desarrollar. Pero el verdadero parteaguas con respecto a la lucha electoral en México se dio con la coyuntura de 1988, donde se modificó el panorama en todo y para todos: por primera vez en la historia reciente del país, con el cardenismo, había la posibilidad real de derrotar al PRI. Sin dejar de existir, el abstencionismo disminuyó bastante y dondequiera se crearon expectativas de que sí se podía vencer al gobierno; muchos de quienes no participaba en las elecciones se decidieron a participar por primera vez, y con una combatividad que no la tuvieron nunca incluso muchos de los que decían luchar por la revolución de mucho tiempo atrás, pues dondequiera se vieron señales de la disposición popular a levantarse en armas si había fraude …y lo hubo, porque el FDN ganó, pero de ninguna manera el gobierno estuvo dispuesto a reconocer su derrota; se produjo, así, una situación que en gran parte era semejante a la de 1910, por la efervescencia popular, solamente que en aquella ocasión hubo revolucionarios dispuestos a conducir al pueblo en la lucha armada para derrotar por la fuerza a quien con la fuerza se impuso, y ahora no los hubo, ya sea porque los que había estaban más ocupados en atacar al "reformismo" por su participación en la "farsa electoral" que en atacar al régimen, o porque los que dirigían la lucha electoral no quisieron tomar la responsabilidad que les hubiese correspondido de ser consecuentes con su palabra de defender el voto hasta las últimas consecuencias. De manera que todos fuimos culpables por no hacer lo que pudo hacerse (aunque se diga que es especulación), pero todos tenemos disculpas, porque objetiva o subjetivamente no pudimos hacer mayor cosa: los actores no salieron a escena, los aspirantes a actores no tuvieron acceso al escenario y los que pudieron impulsar a los actores y a los aspirantes no lo pudieron hacer. A partir de ahí es cuando se palpa más claramente las posibilidades de la lucha electoral, pero también sus límites.
Después de este breve repaso acerca de qué son las elecciones, de para qué pudieran servir y para qué han servido en la historia reciente de México, podemos ya sacar algunas conclusiones.
Si de principios hablamos, ¿hay algún impedimento para que en el esfuerzo por transformar la sociedad, por construir el poder popular, se utilice la lucha electoral? No, porque en ese intento se deben aplicar todas las formas de lucha, como muchos reconocen ya; ninguna se encuentra excluida por principio, y si la electoral es una de ellas, se puede aplicar.
Por lo tanto, una primera conclusión sería que la lucha electoral se puede utilizar en la lucha por el cambio.
Si a cuestiones prácticas nos referimos, en condiciones como las del México actual, en donde el pueblo ha construido fuerzas populares capaces de obtener victorias en las urnas, en donde el régimen puede ser obligado por la lucha popular a respetar, si no todas sí una gran parte de esas victorias, la lucha electoral puede permitir al pueblo avanzar en la conquista de posiciones políticas y de esa manera contribuir a la construcción del poder popular. También puede contribuir a mejorar las condiciones de la lucha misma, por medio de la lucha parlamentaria que puede modificar la legislación en interés del pueblo o por el acotamiento de la gama de poderes que se contraponen al esfuerzo de la población por hacerse dueña de su destino: del ejecutivo, que funciona como un soberano que a nadie se quiere sujetar; de los organismos empresariales, que al unir el poder económico el poder político pretenden manejar al país como una empresa más, en la que lo que importa son sus ganancias, no el interés general; de los grandes medios de comunicación que pretenden convertir al pueblo en un rebaño dócil, sujeto a los dictados del imperialismo y el régimen y que convierten en verdad las más absurdas mentiras; de los militares y grupos paramilitares que actúan rebasando la legalidad. Puede servir también para avanzar en la construcción del Estado de Derecho, que hoy existe solamente en el discurso. Por eso, también desde este punto de vista se puede y se debe realizar la lucha electoral. No hacerlo implicaría desperdiciar espacios que puede servir para avanzar en la lucha en su conjunto.
Por lo tanto, una segunda conclusión sería que en México la lucha electoral se debe utilizar en la lucha revolucionaria.
Resulta, entonces, que lo que haría falta es encontrar las condiciones y la manera en la que se puede realizar, porque tampoco puede concluirse que siempre y en todas las condiciones es posible y válido hacerlo, pues puede haber momentos en los que pudiera no ser conveniente.
Ahora bien, si hablamos del cómo realizar la lucha electoral hace falta preguntarse: ¿qué lugar ocupa la lucha electoral con respecto a las demás? Recurriendo a la experiencia podemos ver que no es la única forma, desde luego, porque hay otras, ni tampoco es la principal, porque (aún a riesgo de parecer simplistas) si vemos la historia de nuestro pueblo y de otros pueblos del mundo, encontraremos que la mayor parte de cambios radicales, revoluciones, para ser más precisos, no se han logrado por la vía electoral, de manera que sería un error considerarla la forma fundamental por principio. Además, es una forma de lucha que, en el caso de un país como México, con su gran tradición antidemocrática, tiene, en sí, enormes desventajas para el pueblo, se encuentra sujeta a límites que pretenden acotar sus alcances y se debe enfrentar a toda una estrategia en la que todos los recursos se ponen al servicio del partido de Estado para impedir un triunfo popular.
Entre las desventajas más evidentes cabe mencionar la enorme diferencia en los recursos económicos de que pueden disponer las fuerzas contendientes, pues los del partido de Estado son cuantiosos, ya que provienen no solamente del erario, sino de los cárteles del narcotráfico, lo que le da a los candidatos del gobierno la posibilidad de realizar campañas con derroche de recursos; otra desventaja la representa el libre acceso a los medios de comunicación por parte de los candidatos oficiales y el acceso restringido para los candidatos populares, lo que disminuye la posibilidad que éstos tienen de hacer llegar su propuesta a toda la población, además de que representa la posibilidad de que desde el régimen y a través de los medios de comunicación, se pueda manipular e inducir el voto (como ha ocurrido con el voto del miedo). Así pues, la lucha electoral se da en un terreno en que el régimen tiene todas las ventajas del mundo.
Y si las desventajas no son suficientes, la lucha electoral se ve sometida a límites precisos, a propósito para disminuir la posibilidad y los alcances de un triunfo popular, como ocurre con la sujeción al fallo de organismos electorales controlados por elementos afines al régimen o con el establecimiento de procedimientos y plazos para la lucha poselectoral especialmente encaminados a desgastar al movimiento popular, o con la "delictivización" de la lucha contra el fraude que prácticamente convierte en delincuentes a quienes protestan contra la imposición. Aún después de ganar siguen existiendo límites, porque el régimen puede presionar a los presidentes municipales o gobernadores por medio del regateo del presupuesto para evitar que su acción como autoridades rebase los márgenes que el régimen considere convenientes en un momento determinado (y que pueden ser variables en dependencia de las circunstancias concretas, del apoyo popular y sobre todo de las consecuencias que pudiera tener para el conjunto de la situación).
Además, la lucha electoral del pueblo debe enfrentarse, no solamente a una lucha electoral del régimen, sino a una estrategia en la que se combinan un conjunto de formas de lucha, legítimas e ilegítimas, que refuerzan y complementan la fuerza electoral del régimen: los asesinatos de líderes populares, el encarcelamiento y el levantamiento de cargos legales contra posibles candidatos para inhabilitarlos para ocupar puestos de elección popular, la intimidación que se realiza por medio del ejército y de las policías, el reforzamiento de las posiciones del régimen al través de los medios de comunicación.
Por último, el régimen tiene una gran capacidad para desviar la energía popular a partir de una derrota electoral previsible, y para evitar que a partir de una derrota electoral se puedan hacer cambios radicales: ¿quién no se ha dado cuenta que el fortalecimiento del PAN proviene del mismo régimen cuando se ha visto en la posibilidad de perder ante el PRD? ¿Quién no conoce que en las pugnas internas de los partidos de oposición el gobierno mete las manos para favorecer a algunos candidatos en detrimento de otros? ¿Quién no ha visto cómo fortalece la acción de los grupos paramilitares como "Paz y Justicia", o de cuasiparamilitares como "Antorcha Campesina" o "Antorcha Popular" para que sometan a una agresión constante a las autoridades electas por voto popular? Nadie ignora, tampoco, que si un partido de izquierda llegara a ganar encontrará miles de obstáculos en el seno mismo del nuevo régimen, porque ¡qué difícil será vencer la corrupción, el narcotráfico, la delincuencia, que han penetrado hasta la médula los aparatos de Estado!
Resulta entonces que, si de la experiencia hablamos, obtenemos una tercera conclusión: la lucha electoral, en México, tiene grandes limitaciones, está muy acotada y generalmente es favorable al régimen. Por eso sería un error muy grande poner todas las esperanzas del cambio en ella.
Es cierto que es bastante difícil que la situación del país cambie radicalmente a partir de un triunfo electoral, porque aún con toda la importancia que pueda tener, por sí sola no garantiza un cambio social profundo, pues con todas las acotaciones a que se ve sometida, aún cuando pudiera conducir a un cambio de régimen, lo que sí sería francamente difícil sería que con base en ella sola se llegara a la construcción de una nueva sociedad donde se redujera drásticamente las diferencias sociales, donde la democracia se extendiera, de lo político, a lo económico y a lo social, donde gran parte de los medios de producción se convirtiera en propiedad social o cooperativa, donde se protegiera las futuras generaciones evitando el daño al medio ambiente. Sin embargo, no por sus limitaciones deja de ser útil, ni significa tampoco que así como ahora es tenga que ser siempre: en ocasiones, con todo lo pacífica que es, a veces se vuelve violenta por sí misma, como en los fraudes escandalosos, y en ocasiones es el preludio de formas más radicales de lucha e incluso de la lucha armada por una transformación profunda, y, para no ir más lejos, podemos remontarnos a 1910, donde a partir de una lucha electoral se generó una situación en la que el pueblo pudo lanzarse a modificar radicalmente la situación, por todos los medios, incluyendo la lucha armada (que no lo logró, es otro asunto, pero lo que no puede negarse es que generó las posibilidades de hacerlo).
Este ejemplo, de nuestra propia historia, muestra, como cuarta conclusión, que el valor de la lucha electoral no reside sola ni principalmente en ser una alternativa para el cambio, por sí misma, sino que puede ir más allá de ella misma, y convertirse en el preludio de una lucha generalizada de la sociedad (en el detonante de una situación revolucionaria).
Un poco más arriba se dice que la lucha electoral por sí sola no garantiza un cambio social profundo, y se dice "por sí sola", porque con otras formas de lucha las posibilidades aumentan considerablemente, pues cada una de ellas, al mismo tiempo que fortalece a las demás, es fortalecida y, sobre todo, resulta fortalecido el conjunto del esfuerzo popular. Claro que eso requiere que la lucha electoral se combine con las distintas formas del movimiento social, político y militar. Sí, parece una perogrullada, así que lo importante no es decirlo sino ¿cómo hacerlo? Difícil parece lograrlo, pues implica unir en un solo torrente fuerzas que no solamente han marchado por cauces diferentes sino en abierta competencia y con contradicciones tan profundas que la sola idea puede parecerle imposible a muchos. Es difícil, desde luego, pero no imposible, pues así como hay elementos que separan hay otros que unen y el principal de ellos son las necesidades de la lucha misma y que se palpa en que a medida que la situación madura para el cambio, los esfuerzos tienden a confluir: el movimiento armado toma en cuenta y participa, de una manera u otra, en la lucha electoral y en los movimientos sociales; los movimientos electorales y sociales, a su vez, toman en cuenta la lucha armada y en sus bases se incrementan los casos de doble militancia (armada y electoral). Será la realidad, desde luego, la que irá mostrando en cada momento cuál será la forma fundamental de lucha porque, finalmente, algunas se irán agotando y, sin dejar de utilizarse, irán dejando a otras su lugar como forma principal de lucha. ¿A cuál y en qué momento? La que en un momento tenga la capacidad de vencer o de servir como eje o como detonador de una situación revolucionaria. Cierto que nosotros esperamos que finalmente sea la lucha armada la fundamental, pero mientras tanto, como se dijo más arriba, otras pueden ocupar ese lugar, incluso la lucha electoral. ¡Cómo! ¡Eso es reformismo!, dirán quienes consideran que la lucha armada es la única revolucionaria, pero en el caso de la Revolución Mexicana de 1910, puede verse como en ciertas condiciones, y en cierto momentos, la electoral llega a convertirse (de manera coyuntural aunque sea) en la forma fundamental de lucha del pueblo porque de ella puede depender, si no el triunfo del pueblo, sí, cuando menos, el que se cree o no una situación revolucionaria que haga posible la transformación social por medio de una lucha de todo el pueblo y aplicando todas las formas posibles. Desde luego que eso requiere el complemento indispensable: la existencia de una fuerza que pueda y esté dispuesta a hacer respetar la voluntad popular hasta las últimas consecuencias. Sí, pero de verdad y no solamente de palabra.
No se está hablando de abandonar la lucha por la revolución para luchar solamente por reformas, o de dejar la lucha armada, sino tan solo de reconocer una cosa: en ciertos momentos y viéndolo con una mirada de conjunto y en cierta manera "a posteriori", puede ser (¡ojo!, no se está diciendo que hoy es) que en algún momento la lucha electoral sí sea la principal forma de lucha del pueblo (no de los grupos armados), y que la lucha armada, sin dejar de realizarse puede ser una forma secundaria (en ese momento). En esas condiciones sería una tremenda inconsecuencia de los revolucionarios el no utilizarla.
De aquí puede obtenerse una quinta conclusión: la lucha electoral complementa las demás formas de lucha y es complementada por ellas y en algunos momentos puede ser la forma fundamental de lucha popular.
¿Dejar la lucha armada por participar en la electoral? No, eso no. ¿Desarrollar la lucha electoral al mismo tiempo que se desarrolla la armada? Sí, eso sí. Nadie tiene por qué dejar de aplicar una forma de lucha para abocarse todos a una, ni nadie tiene por qué aplicar todas las formas necesariamente, pero sí todos debemos partir de una visión de conjunto, en la que tomemos en cuenta que todos los revolucionarios, tanto los que se encuentran en el campo de la lucha electoral como los que se encuentran en el movimiento social y los que actúan con las armas, forman parte de los esfuerzos del pueblo por lograr el cambio y mientras esos esfuerzos se contrapongan es el régimen quien saldrá ganando.
Así pues, de lo que se trata es de conformar una fuerza que realice la lucha por todas las formas posibles, pero que no necesariamente sea una fuerza única, bajo una sola dirección; tampoco se trata de pretender que los diferentes movimientos se subordinen a uno de ellos, porque es precisamente esa forma de relación lo que ha perjudicado el avance del conjunto; de lo que se trata es de realizar una labor de complementación, donde cada esfuerzo, armado, electoral o social, se desarrollen cada uno en su ámbito, a su ritmo y con sus modalidades (sobre todo porque hasta ahora son distintas las fuerzas que desarrollan los esfuerzos principales en uno u otro campo), combinando sus capacidades de una manera gradual, tomando en cuenta que si aún entre quienes desarrollan un esfuerzo similar existe un desarrollo desigual y combinado, mucho más lo hay entre los que tienen orígenes, métodos e, incluso, objetivos diferentes (por la profundidad del cambio propuesto).
Se debe reconocer que ninguna forma de lucha, es, por sí misma, la principal siempre, ni quienes la desarrollan son los más radicales necesariamente, ni tampoco es la que garantiza la profundización del proceso. Cada forma de lucha tiene "su" momento, una situación en la que es la principal, porque en dependencia de las condiciones de ella depende el desarrollo de la lucha en su conjunto. En todas las formas de lucha coexisten los radicales con los que se conforman con transformaciones superficiales. Quienes consideran la lucha armada como la más radical deben tomar en cuenta que ni con las armas se ha logrado abatir el burocratismo, el centralismo, las relaciones de dominio entre la dirección y las bases, entre la organización y el pueblo.
Una sexta conclusión sería, entonces, que la combinación de la lucha electoral con las otras formas de lucha debe partir del desarrollo desigual y combinado del movimiento electoral, social y armado, para coordinar esfuerzos sin violentar el proceso de unidad de la lucha popular.
Ahora bien, con todo lo importante que pudieran ser una victoria electoral en el plano nacional, o la creación de una situación revolucionaria, no dejan de ser posibilidades solamente, lo que pudiera dar pie a pensar que el papel positivo que se le atribuye a las elecciones no es más que una especulación, por eso hay que mencionar que hay otros ámbitos en los que la utilidad de la elecciones se muestra de una manera más palpable e inmediata: el nivel local y regional. Las victorias obtenidas electoralmente en estos niveles pueden contribuir a romper lo que puede considerarse uno de los eslabones de la cadena que mantiene sujeto al pueblo a la dominación del régimen y que puede estimarse que en estos momentos es el eslabón más débil de la cadena: el poder local. Éste no puede alcanzarse totalmente por medio de las elecciones, pues en éstas se disputa el poder político solamente, sin embargo, ese es un punto de partida (y a veces el punto de llegada) que es indispensable ganar porque, mientras no se tenga, el régimen podrá utilizarlo como base para sus agresiones políticas, militares, económicas, sociales y culturales. ¿Por qué se dice esto? Porque muchas veces ahí ha estado la clave de los fraudes en las elecciones nacionales, ya que ahí se desarrollan las manipulaciones más toscas, y se mantienen los votos cautivos por la ignorancia y la impunidad; porque ahí se encuentra la posibilidad de que pueda agredir impunemente a las comunidades o rancherías, pues si la autoridad local no es popular se hará cómplice de la represión, el encarcelamiento la desaparición y la tortura; porque ahí se manifiesta la posibilidad de que el erario se convierta en botín de los funcionarios o que se conviertan en beneficios económicos y sociales que lleguen al pueblo; porque ahí reside la esencia de la transculturación que borra la memoria cultural e histórica de los pueblos, pues mientras el poder político local se encuentre en manos de elementos que han perdido su esencia popular y sus raíces históricas y culturales, ellos mismos impulsarán ese proceso de enajenación. Ganar el poder político local puede contribuir al fortalecimiento de las posiciones populares, pues además de que es un paso en la conquista del poder local por el pueblo, esas posiciones pueden contribuir a que la lucha nacional se desarrolle en mejores condiciones. Se está hablando, desde luego, de victorias no para delegar en un representante la autoridad, no para elegir a quien habrá de dominar, sino para construir el poder popular, donde sea el pueblo quien decida. Se trata de obtener victorias que pueden servir para preparar el terreno para avanzar aún más en próximos momentos.
Así, una séptima conclusión es que la lucha electoral tiene importancia en el plano nacional, pero sobre todo en el plano local, porque permite romper el eslabón más débil del poder del régimen y avanzar en la creación del poder popular.
Una lucha electoral mal conducida puede llevar al pueblo a una situación desventajosa, pues puede contribuir, muchas veces independientemente de los deseos de sus impulsores, a que masivamente se confíe de manera ciega en una legalidad que en cualquier rato se puede romper, a confiar en una neutralidad del ejército y los cuerpos represivos que no es tal, a la creencia de que el imperio y la oligarquía aceptarán su derrota y que el poder de las armas cederá sin dificultades ante el poder de las urnas. Los triunfos parciales pueden hacer que el futuro se vea como algo luminoso y que ese mismo resplandor no permita ver el pasado que muestra la bruma de la conjura, del terrorismo de Estado, de la manipulación de los medios de comunicación afines a la oligarquía, de las maniobras de los embajadores del imperio y sus lacayos. Puede ayudar a ver a los Madero, a los Allende, pero puede ocultar a los Huerta y a los Pinochet. Puede atar las manos del pueblo mientras desata y multiplica las de sus enemigos. Puede llevar a mostrar todas las cartas cuando el régimen esconde las suyas.
Si eso llega a suceder el pueblo se encontrará inerme y los Pinochets, que los hay dondequiera, podrán actuar libremente. No verá los límites y puede colocarse en una situación desventajosa y el posible triunfo puede desembocar en tragedia.
Por eso puede considerarse como una octava conclusión, que la lucha electoral mal conducida puede llevar a la indefensión del pueblo.
Si bien ninguna forma de lucha va ligada, necesariamente, a determinadas cualidades, como dirían sus apologistas (como la consecuencia revolucionaria o la combatividad, en el caso de la lucha armada, o la democracia en el caso de la lucha electoral), o a determinadas desviaciones, como podrían decir sus detractores (como el autoritarismo, en el caso de la lucha armada, o el reformismo en el de la lucha electoral), es real que las condiciones en que se desarrolla cada una de las formas de lucha favorecen la aparición de ciertas características, tanto positivas como negativas.
En particular, la lucha electoral se ve influida por la cultura política que existe en el país y en el medio en el que se desarrolla, de manera que es demasiado fácil que los vicios del sistema político se reproduzcan en el seno de las organizaciones que luchan por el cambio electoralmente (otro tanto ocurre con la lucha armada, en su propio nivel). Es así como el caudillismo se manifiesta en muchas de las organizaciones electorales, haciendo que las decisiones dependan, no de la voluntad del pueblo o de las bases, sino de la de un personaje que piensa y decide por todos. Los acuerdos cupulares sustituyen lo que debiera ser consultado con la base. El clientelismo se convierte en el mecanismo para aglutinar y movilizar, sustituyendo a la convicción. El fraude en las elecciones internas hace degenerar lo que debiera ser una competencia entre iguales y hace que en comicios internos triunfe no quien cuente con el apoyo de la base sino quien haya aprendido mejor las maniobras utilizadas por el régimen. Cuando esto ocurre el cambio posible no es de fondo sino de forma, el posible agente de cambio se convierte en agente de conservación de los peores rasgos del régimen, pero bajo una nueva apariencia.
Por eso puede considerarse como novena conclusión, que la lucha electoral es un campo propicio para la reproducción de las relaciones que se combaten en el régimen: clientelismo, caudillismo, corrupción. Si no se combate esas tendencias no será posible la transformación real.
Hay quienes descalifican la lucha electoral por considerarla intrínsecamente reformista, no-revolucionaria, y por eso se resisten a participar en ella, pero también hay quienes la consideran el único camino para la revolución en México y que consideran ultraizquierdistas a quienes optan por otro camino, particularmente por el de las armas. En realidad ni una ni otra posición es correcta, pues la lucha electoral como la lucha armada pueden aplicarse con fines revolucionarios, pero también, en otros casos, pueden aplicarse con fines reformistas, dando lugar combinaciones que pueden parecer contradictorias a visiones reduccionistas: al reformismo armado, que con las armas busca una reforma superficial; o a la lucha electoral revolucionaria, que con el voto busca el cambio revolucionario. De ninguna manera esto es un contrasentido, pues el carácter de una u otra forma de lucha se define no por sí misma sino por la situación concreta en que se desarrolla: por el contexto en que se realiza, que determina si favorece o perjudica la lucha popular como un todo; por la forma en que se utilice, que determina si se avanza o no en la construcción del poder del pueblo; por su relación con las otras formas de lucha y con la estrategia general en las condiciones concretas, que determina la ubicación de cada forma de lucha en el lugar donde rinda mejores frutos desde el punto de vista del proceso en su conjunto y con una visión estratégica y que lleva a que en un momento sea considerada fundamental la que recientemente fue secundaria.
En el caso de la lucha electoral, no será revolucionaria cuando se realice en un contexto en el que su aplicación no permite conquistar espacios políticos (para el pueblo, no solamente para una fuerza particular), cuando aleje a la población de la idea del cambio social radical y debilite la lucha popular en su conjunto, o cuando sea la única vía considerada para realizar el cambio y se excluya a las demás. Podrá ser revolucionaria si permite avanzar en la conquista de espacios, si fortalece en el pueblo la convicción de la necesidad y la posibilidad de una revolución, si fortalece las otras formas de lucha y el esfuerzo popular en su conjunto, si forma parte de una estrategia que contempla la utilización de todas las formas posibles para lograr el cambio. Por eso puede decirse que la lucha electoral puede ser revolucionaria, en dependencia del momento en que se realice y, en un momento concreto, en dependencia de quien la utilice. Lo mismo ocurre con la lucha armada y con cualquier otra forma de lucha.
Por eso se puede considerar como décima conclusión, que la lucha electoral no es revolucionaria o no-revolucionaria por sí misma, sino por el lugar que ocupa dentro de una estrategia global por el cambio.
¿Que con la lucha electoral pueden ganarse posiciones y construir el poder popular? Sí. ¿Que con la lucha electoral puede crearse una situación revolucionaria? Sí, es posible. ¿Que en condiciones de una democracia plena el pueblo podría triunfar electoralmente en el plano nacional y realizar transformaciones profundas? Sí, pero esa democracia ideal solo existe en el mundo de las posibilidades, o al menos no en la actual situación, y mucho menos en México, porque la democracia en los países dominados por el imperio llega solamente hasta donde empieza a perjudicar sus intereses económicos y los de la oligarquía porque, cuando estos intereses se tocan, la democracia y sus principios dejan su lugar a la dictadura militar, al autoritarismo más descarado, a las masacres: Guatemala en 1954, Indonesia en 1965, Grecia en 1967 y Chile en 1973, son los ejemplos más claros de ello. 10 000 muertos en Guatemala después de la caída de Jacobo Arbenz, cuando menos 250 000 en Indonesia luego del golpe militar de Suharto, 20 000 en Chile como resultado del golpe de Pinochet. En todos esos casos el ejército fue el ejecutor, el imperialismo, por medio de la CIA fue el autor intelectual, el planificador, el beneficiario y el que entregó a los militares la lista de los que había que asesinar o desaparecer.
La democracia, para el imperialismo y para el capitalismo en general, no es más que un medio para mantener el dominio del capital y aumentar sus posibilidades de supervivencia, por lo que en el momento en que esa democracia amenaza con convertirse en un medio por el cual la oligarquía podría perder el poder, se convierte en obstáculo y entonces se echa mano de otro medio: el autoritarismo y la dictadura militar. Una lucha electoral basada solamente en las fuerzas electorales se encontrará indefensa ante los planes del imperialismo de abortar la democracia real, porque, electoralmente puede el pueblo tener una fuerza superior, pero ¿qué fuerza podría oponer a la fuerza militar? ¿Cómo podría proteger a sus cuadros políticos incluidos en la lista de muerte que el imperialismo elabora preventivamente? ¿Cómo podría cambiar el terreno de la lucha a otro donde disminuyera la desventaja que implica un golpe militar? ¿Cómo podría, si no es con la lucha armada, conservar sus fuerzas y prepararse para el nuevo terreno, fundamentalmente militar, en el que se daría en adelante la lucha de clases?
Por eso es que la lucha armada es necesaria siempre, aún cuando parezca que electoralmente se pudiera vencer al régimen (y quizá aún más en esa situación), porque hace falta que el pueblo cuente con una posibilidad de defenderse contra la fuerza bruta del régimen que quiere destruir hasta la raíz la posibilidad de una transformación democrática; al pueblo le hace falta contar con una fuerza de reserva que le permita emprender la lucha en nuevas condiciones; hace falta una protección inmediata contra la represión.
Por eso puede decirse, como décima primera conclusión, que la lucha armada, en cuanto autodefensa y fuerza de reserva de la lucha popular, es el complemento necesario de la lucha electoral y de las otras formas de lucha.
Muchos de los que desarrollan la lucha electoral pretenden que todas las formas de lucha se subordinen a ella, bajo distintas formas: haciéndolas adoptar los ritmos del calendario electoral, como ocurre cuando se decide hostigar o no, en el caso de las organizaciones armadas, o movilizar o no al movimiento popular, en función de las coyunturas electorales; sometiendo los movimientos sociales al ritmo de la conveniencia electoral, como ocurre cuando se pretende hacer renunciar al movimiento social al arma de la movilización política; utilizando el movimiento social como medio para conquistar posiciones en las luchas electorales, por parte de personajes que buscan hacer carrera política en vez de la revolución. Igual ocurre desde el movimiento armado o el movimiento social cuando se pretende una relación utilitarista con el movimiento electoral.
No es de eso de lo que se trata, porque el objetivo de la lucha en cualquiera de sus formas es fortalecer la lucha por la revolución, no la sola creación de una fuerza electoral, ni de una fuerza armada, ni de un movimiento social. Lo significativo de cualquier avance en ese terreno, como en cualquier otro se debe medir no por lo alto que se ha llegado en un aspecto aislado, sino por lo que ha hecho avanzar al conjunto, porque en tanto el conjunto no avance, cualquier adelantamiento en un aspecto no tendrá incidencia significativa en un proceso en el que tan útil e importante es el movimiento social como el electoral y el armado. Estos tres elementos de la lucha popular no pueden estar creciendo separadamente o de manera contrapuesta, sino que deben crecer simultáneamente, aunque a ritmos diversos por sus particularidades. Cuando uno crece a expensas de otro y cree estarse fortaleciendo, en realidad el conjunto se debilita, como ocurre con un tripié cuando una de sus bases se acorta y otra crece. Si eso ocurre, cuando un camino se cierre, porque el régimen no esté dispuesto a perder, la base que haya pretendido crecer a costa de las demás no podrá apoyarse en las otras ni las podrá apoyar, porque además de la desconfianza mutua no habrá puntos de contacto ni de encuentro.
No se trata de utilizar los esfuerzos de otros para fortalecer el propio, sino de poner los avances logrados por cada uno al servicio de cada uno de los demás, sin subordinar, pero sin subordinarse tampoco. ¿Que es difícil por los antecedentes de confrontación? Sí, pero no es imposible, sobre todo porque es necesario.
Por eso puede decirse, como décima segunda conclusión, que el movimiento electoral, el social y el armado son tres expresiones de la lucha popular que se deben complementar, y avanzar conjuntamente.
¿Agrupar o no a las fuerzas electorales revolucionarias? Desde luego que podría parecer ventajoso unir todos los esfuerzos revolucionarios para formar un solo frente, pero eso es precisamente lo que al régimen le convendría en estos momentos porque podría enfocar sus esfuerzos hacia la neutralización de esta fuerza, ya sea por medio de la represión, de la cooptación o por medio del fortalecimiento de las otras corrientes que no amenazan su dominación. Esa sería una concentración de fuerzas no apta para maniobrar, sino para impresionar; no útil para combatir sino para aparentar, que es lo que menos daño hace en estos momentos al régimen. La lucha puede darse en diferentes espacios, a semejanza de una lucha guerrillera, que no presenta un solo frente y que no desarrolla la lucha de posiciones mientras las circunstancias no son las convenientes para esa forma de la guerra. Así se debe dar la lucha electoral. Ya llegará el tiempo del frente electoral revolucionario, como llega el tiempo de la guerra de posiciones, y así como en esos momentos se combate también con la guerra de guerrillas, cuando haya un frente, no se dejará de luchar en todos los frentes.
Puede decirse, entonces, como décima tercera conclusión, que no se trata de agrupar todas las fuerzas revolucionarias electorales en una sola corriente fácil de identificar y neutralizar por el régimen, sino de hacer corriente en todas las corrientes, para que puedan marchar hacia el mismo objetivo y confluir en el momento preciso.
Las fuerzas revolucionarias se encuentran, con respecto a la coyuntura electoral del 2000, en un estado de debilidad relativa con respecto a las fuerzas partidarias de la conservación del régimen o de una transformación superficial, por lo que parece difícil que en esa coyuntura se logre una transformación radical. Por eso no deben enfocarse todas las baterías ni todas las esperanzas hacia el cambio en torno a esa coyuntura. Sin embargo, el grado de descomposición del régimen hace que las posibilidades puedan variar enormemente, por lo que no debería descartarse que -pese al "blindaje" que solícitamente le otorgaron los organismos financieros al régimen- a partir de esa coyuntura se pudiera generar una situación revolucionaria en la que las fuerzas revolucionarias podrían desempeñar un papel decisivo, tanto por su presencia y acción como por su misma ausencia, que puede hacerlas brillar como nunca.
La situación encierra, en sí misma, un potencial para el cambio que pocas veces ha existido en los tiempos recientes, por lo que la responsabilidad de las fuerzas revolucionarias es también enorme, porque de su acción o de la falta de ella, puede depender el desenlace de los acontecimientos.
Nada garantiza que ahí se encuentre el inicio de la transformación del país, pero nada asegura, tampoco, que no sea así. Sin embargo, lo que sí se puede afirmar es que es una oportunidad sin igual para el pueblo y las fuerzas revolucionarias. Para el pueblo porque puede construir el poder popular en diversos niveles o avanzar en su construcción, imponiendo sus decisiones a quienes lo consideran una fuerza de apoyo solamente. Para las fuerzas revolucionarias porque existe, cuando menos, la posibilidad de aumentar su fuerza con la incorporación de nuevos sectores del pueblo; porque la coyuntura crea condiciones propicias para penetrar nuevas zonas de trabajo y elevar los niveles de combatividad de la lucha popular; porque están surgiendo nuevos liderazgos populares y es posible que adquieran rasgos más acordes con el poder popular, porque han sido golpeados no solamente con la antidemocracia del régimen, sino con la de las propias organizaciones en las que luchan, y eso, por defensa, puede servir como vacuna contra la confianza ciega en sus dirigentes y para que los vean tal como son.
Por ese hecho, aún cuando no se consiguiera el cambio, es necesario hacer todo el esfuerzo posible por avanzar, para mejorar las posibilidades en esas jornadas y para que las posteriores a esa coyuntura nos agarren en mejores condiciones.
Por eso puede considerarse como décima cuarta conclusión, que la coyuntura del 2000 tiene una importancia estratégica, por sí misma y para futuros combates.
Pero ¿cómo y para qué participar, entonces, en la lucha electoral en las actuales circunstancias?
No debemos participar para apoyar a quienes prometan más al pueblo. Ni para esperar que con las elecciones se solucionen todos los problemas. Tampoco para adquirir fuerza dentro de un partido electoral. Mucho menos para impulsar a algunos de nuestros compañeros para que se conviertan en funcionarios o representantes.
No debemos participar dejando las armas o haciéndolas a un lado, porque es quedar indefensos. Tampoco haciendo a un lado la construcción del poder popular.
No debemos participar imponiendo candidatos, ni maniobrando para que queden los que pueden ser afines a nosotros. Ni con acuerdos de cúpulas.
Debemos participar con el poder popular. Que sea el pueblo quien nombre a sus candidatos para que queden los que el pueblo considere mejores. Que sea el pueblo quien haga comprometerse a sus candidatos ante ellos mismos. Que sea el pueblo quien haga rendir cuentas a los candidatos de sus campañas y a los funcionarios de su gestión.
Debemos participar construyendo el poder popular. Que los pueblos conserven su organización política y militar y la fortalezcan en el curso de la lucha electoral. Que las construyan los que no la tengan. Que la lucha electoral sea una tarea más de las comunidades insurgentes.
Debemos participar para construir el poder popular. Que se gane o no, la lucha sirva para avanzar en la construcción del poder popular. Que se gane o no, el pueblo aprenda a gobernar sus asuntos. Que el pueblo ejercite su poder de decisión en la lucha, tanto como en la victoria en los casos en que se triunfe.
Esa es para nosotros la lucha electoral realizada de manera revolucionaria.
Por eso puede decirse, como décima quinta conclusión, que participamos en la lucha electoral con el poder popular, construyendo el poder popular, para construir el poder popular.