Por amable comunicación del Señor Rector Leonardo Fabio Martínez Pérez, fui enterado de que la Universidad Pedagógica Nacional, tenía planeado iniciar las actividades académicas de su segundo semestre, con unas jornadas por la paz, la vida y la diversidad, y que en el marco de ellas desarrollaría el foro titulado Perspectivas de la Oposición Política en Colombia, al cual me extendía la invitación, en conjunto con otros ponentes de gran prestigio.
Días más tarde fui informado de que el foro se refería específicamente al papel de la oposición política en Colombia y la defensa de la educación pública, dos temas profundamente ligados entre sí, en la medida en que para hacer auténtica oposición se requiere de un grado de conciencia política y social, que sólo puede nacer de una educación encaminada a fomentar el pensamiento crítico y la más profunda reflexión.
Debo decir que en mi condición de Presidente del partido FARC, una organización política derivada de los Acuerdos de Paz de La Habana, que lograron poner fin a la cruenta confrontación con el Estado colombiano, asisto a este foro con la óptica de combatiente por un nuevo país, que permaneció más de cuarenta años empuñando las armas, hasta que una solución política largamente buscada por la insurgencia, permitió que diéramos el paso a la legalidad.
Con esto quisiera significar dos cosas. En primer lugar la larga historia de oposición política al régimen antidemocrático y violento que se impuso en nuestro país, por cuenta de una privilegiada casta aferrada al poder y empeñada en conservarlo. No es este el espacio para una exposición completa de las razones de nuestro alzamiento de más de medio siglo, pero baste afirmar, que durante todo ese tiempo nos sentimos intérpretes del sentir de millones de colombianos del campo y la ciudad, a quienes se impedía por la fuerza su expresión política.
Pero también significar que fuimos un ejército revolucionario, regido por estatutos, reglamento de régimen disciplinario y un régimen de comando, nacidos de principios ideológicos muy claros, que nos permitían reconocer las diferencias de clase y las relaciones de poder existentes a escala internacional y local. Nuestros integrantes recibieron todo el tiempo una formación filosófica y una concepción estratégica política y militar, que no podía ser suministrada sino por un sistema de educación y de escuelas ligado a una permanente confrontación con la práctica.
Estudiábamos para luchar y luchábamos también para poder estudiar. Para que el pueblo de nuestro país pudiera entre tantas otras cosas, tener acceso a una educación liberadora, que no dependiera de los intereses del capital sino de la más elemental lógica humanista. Los seres humanos tenemos un valor independiente de consideraciones económicas, una dignidad que debe ser considerada y respetada. Tenemos derechos, a la vida, a la integridad personal, al trabajo remunerado con justicia, a la salud, la educación, la vivienda, la recreación, la cultura.
Pero qué difícil resulta satisfacer los derechos de todos, paradójicamente en un mundo colmado de riquezas y recursos que podrían satisfacerlos de sobra. Un grupo reducido de la población se ha apropiado de estos, y ha impuesto un orden de cosas que le garantiza su posesión y disfrute, con independencia de la suerte de la mayoría que trabaja, sin conocer el fruto real de su esfuerzo. Plantear soluciones elementales a esta contradicción, genera profundos resentimientos y rencores entre los privilegiados que lo poseen todo. Por ello estos educan para reproducir el orden que les interesa, moldean mentes, subordinan conciencias, dividen y enfrentan a sus víctimas.
Por eso en nuestro parecer, la más noble labor del educador consiste en llevar luz a las tinieblas de la ignorancia y la enajenación. Tarea difícil cuando él mismo es producto de la educación de las clases dominantes, cuando para ganar el título que le permite formar a otros, ha debido superar las pruebas ideadas por los interesados en mantener las condiciones de desigualdad. En la guerrilla aprendimos que el educador se educa educando, haciendo suyas la suerte del alumno y de su entorno, compartiendo sus angustias y ayudándolo a superarlas.
En una sociedad desigual, en la que se impone el lucro sobre cualquier otra consideración, la educación apunta a la más encarnizada competencia, al individualismo extremo, al desprecio por lo colectivo. El orden mundial neoliberal establece criterios universales en materia de derechos, según los cuales sólo puede disfrutarlos quien se halle en condiciones de pagar por ellos. Las tesis de la libre empresa, del juego libre entre la oferta y la demanda, del mercado como deidad que todo lo regula, condenan a los más bajos estratos sociales a quien no esté en capacidad de consumir.
Allí se transforman en seres desechables a quienes hay que destinar recursos valiosos para mantener su inútil existencia. Para ellos el ébola, el sida, la hambruna, el fanatismo que los conduce a matarse entre sí, la guerra. Hay quienes hablan de exclusivos círculos de potentados, en donde periódicamente se decide la suerte de centenares de millones de seres humanos.
La ideología dominante encuentra la fórmula para destinar a cada pueblo una actividad económica, una única posibilidad de subsistencia, mientras reserva para sus arcas los más importantes y lucrativos negocios. Continentes destinados a las actividades primarias, agricultura, ganadería, minería, que abastecerán las necesidades primarias de los productores de alta tecnología y servicios especializados en otras partes del mundo. La educación formal termina siendo funcional a esto.
Por eso el diseño de políticas privatizadoras en la educación. Se trata de que los pueblos condenados se preparen exclusivamente para desarrollar las actividades económicas subordinadas, que permitan ensanchar cada vez más las brechas de ciencia y tecnología dispuestas por los grandes poderes. Poca teoría e investigación para ellos. Se reducen de manera constante los rubros para la educación pública, se incentivan y masifican los créditos para la educación superior, se financia la educación privada con la promoción estatal de programas especializados, se privilegia la educación técnica sobre la formación científica. Se reproduce a escala local la división impuesta en el campo internacional, la mejor educación se reserva a los estratos altos.
Extraordinario el reto que tenemos los de abajo. Transformar este orden de cosas abiertamente injusto e inhumano, por un mundo en el que florezcan la dignidad y la justicia para todos los seres humanos. Puedo jurar que lo intentamos todo, al precio de la vida de miles de hombres y mujeres de nuestro pueblo, para lograr ese cambio en Colombia por la vía de las armas. Porque los caminos de la lucha abierta y legal nos fueron cerrados de manera violenta. Porque se persiguió de manera implacable a miles de compatriotas que soñaron con un país distinto.
Debemos reconocer que no alcanzamos por esa vía nuestro sueño, el camino era más largo y complejo de lo que calculamos. La capacidad del poder para desatar su furia sanguinaria desbordó cualquier previsión. Pero en cambio obtuvimos algo invalorable para un pueblo perseguido. El derecho a hacer política con garantías plenas, la posibilidad de ejercer la oposición de manera abierta. Y no sólo para nosotros, los exguerrilleros de las FARC. Sino para todos los colombianos inconformes. Sólo quien no sea capaz de captar la enorme puerta que se abrió en nuestro país, para que sus hombres y mujeres irrumpan con decisión en el escenario político, puede atreverse a despreciar la verdadera dimensión de nuestra dejación de armas.
Allí, en los Acuerdos de La Habana, se encuentran las llaves de todas las posibilidades para cambiar nuestro país de una vez por todas. Por eso el odio fanático de los sectores más retardatarios contra ellos. Por eso la paquidérmica actitud con la que el Establecimiento se ocupa en su implementación. Por eso nuestro compromiso indeclinable por sacarlos adelante, por conseguir que los colombianos y colombianas los hagan suyos, que los hagan cumplir. Requerimos con urgencia de una cruzada educativa para conseguirlo.
La paz no es una quimera, es una posibilidad real que se encuentra en nuestras manos. Alcanzarla y defenderla, sobre la base de la dignificación de los seres carentes de oportunidades reales, sólo será posible si se convierte en el empeño de millones y millones de compatriotas. La avaricia privatizadora únicamente podrá frenarse con la fuerza de las grandes mayorías populares. Pero estas no se ganan por generación espontánea, ni porque se griten las consignas más radicales y ruidosas. Se obtienen si logramos educarlas, si conseguimos hacerles ver la realidad. A esto le apostamos hoy desde el partido de la rosa, con la conciencia tranquila y con la frente en alto.
Muchas gracias,
RODRIGO LONDOÑO ECHEVERRY
Presidente de la Fuerza Alternativa Revolucionaria del Común FARC.
Universidad Pedagógica Nacional, Bogotá, 9 de agosto de 2018.