Hoy es el día del derecho universal de los pueblos del mundo a la rebelión, al alzamiento armado contra la opresión. Así lo instituyeron numerosos movimientos políticos y sociales, partidos de izquierda, sindicatos, colectivos populares, académicos y gente del común, en homenaje a Manuel Marulanda Vélez, rememorando la partida física del comandante el 26 de marzo de 2008. ¡Cómo palpita el internacionalismo en el inmenso pecho de la humanidad!
El recurso a la rebelión es un derecho natural e histórico. En el preámbulo mismo de la Declaración Universal de los Derechos Humanos aprobada por la ONU en 1948, se consagra y legitima este derecho, impreso, además, de manera indeleble en la historia del constitucionalismo mundial.
Para recordar hoy a Manuel Marulanda Vélez en su asombrosa trayectoria de resistencia, nos referimos a este derecho universal, a través de reflexiones del Libertador, hechas públicas en las páginas del Correo del Orinoco en 1821. Decía Bolívar que, “El hombre social puede conspirar contra toda ley positiva que tenga encorvada su cerviz, escudándose con la ley natural. Sin duda –decía- es algo severa esta teoría, pero aun cuando sean alarmantes las consecuencias de la resistencia al poder, no es menos cierto que existe en la naturaleza del hombre social un derecho inalienable que legitima la insurrección”.
Y de manera pragmática nos recomienda, también, en los folios de ese documento que, “A fin de no embrollar la gramática de la razón, debe darse el nombre de insurrección a toda conjuración que tenga por objeto mejorar el hombre, la patria y el universo”.
Y de nuestra parte diríamos que Manuel Marulanda Vélez le insufló vida a aquel aserto bolivariano de que “La insurrección se anuncia con el espíritu de paz, se resiste contra el despotismo porque éste destruye la paz, y no toma las armas sino para obligar a sus enemigos a la paz”.
Desde sus orígenes a mediados del siglo 20 las FARC siempre estuvieron ligadas a la paz y a la resistencia contra el despotismo del poder. Sus fundadores fueron protagonistas de la lucha armada desencadenada tras el asesinato el 9 de abril de 1948 del tribuno Jorge Eliécer Gaitán, que en las plazas públicas colmadas llamaba al pueblo a la carga contra la oligarquía y por la restauración moral de la República. Y los nombres de Marulanda y de Jacobo Prías Alape (Charro negro) se fueron insertando desde entonces en la historia política del país.
Durante la pacificación del primer gobierno del Frente Nacional, la guerrilla comunista de Manuel, cesa la lucha armada, pero no entrega sus fusiles, considerados como garantía de cumplimiento y escudo frente a la traición. En 1960 cae asesinado por sicarios del régimen en Gaitania (sur del Tolima) el comandante Jacobo Prías, negociador de paz de la guerrilla, grave traición que se sumó al incumplimiento de los compromisos adquiridos por el Estado.
En mayo de 1964 el presidente Guillermo León Valencia ordenó el ataque militar a la región de Marquetalia, obligando a los hombres de Manuel a regresar a la lucha armada. Así surgieron las FARC hace 56 años, como respuesta a la agresión y a la traición a la paz por uno de los gobiernos del Frente Nacional de las oligarquías.
La paz negociada siempre ha sido y será nuestra bandera, hasta lograrla. Lo intentamos en 1984 con los diálogos de La Uribe, en 1991 con las conversaciones de Caracas y Tlaxcala, luego en San Vicente del Caguán en 1999, y más recientemente, en el 2012, en los diálogos de La Habana, en los que las partes contendientes firmaron un esperanzador acuerdo de paz, que terminó hecho trizas por la mezquindad del Estado y la traición.
Más de 180 guerrilleros de las FARC firmantes de la paz han sido asesinados hasta el momento. Se sigue impidiendo la participación ciudadana en los diseños estratégicos que tienen que ver con su futuro y no hay punto final al fraude electoral, porque las podridas y corruptas ramas del poder, hundieron miserablemente la reforma política. Se negaron a titular tierras a los campesinos, porque en el congreso siguen mandando los terratenientes despojadores ligados al paramilitarismo. La Jurisdicción Especial para la paz, JEP, fue convertida en un mamarracho para favorecer la impunidad de los determinadores de la violencia desde las más altas investiduras del Estado y para sancionar judicialmente -de manera exclusiva- a los alzados en armas, imponiendo el derecho penal del enemigo en contravía de lo acordado.
La traición, sí, la traición, es una maldición que ha impedido el triunfo de la paz en Colombia. Aquí matan o intentan encarcelar a los negociadores de paz. Mataron a Carlos Pizarro, a Iván Marino Ospina, y a Álvaro Fayad del M-19. Asesinaron a más de 5 mil militantes de la Unión Patriótica, surgida del Acuerdo de Paz de La Uribe, Meta. Mataron a Jacobo Prías, a Guadalupe Salcedo, y ultimaron a Alfonso Cano por orden del presidente de la perfidia, con quien desarrollaba acercamientos de paz.
Amamos la paz, no la guerra, pero las FARC-EP, Segunda Marquetalia, irán a ella con tristeza en el corazón, pero dispuestas a obligar a los enemigos de la paz, a la paz. Su nueva modalidad operativa estará enfocada en las egoístas e insensibles castas dominantes y sus intereses, mientras llama al pueblo uniformado a mandar al carajo la obediencia debida y apuntar las armas del sentido común contra los enemigos de la paz y del bienestar de los colombianos.
Proponemos a las Fuerzas Armadas respaldar con sus sentimientos de patria y humanidad al movimiento social y político que hoy protesta indignado en las calles contra los paquetazos neoliberales del gobierno que solo generan más pobreza y más miseria, contra la corrupción y la impunidad, y demandando salud, educación, titulación de tierras, empleo, vivienda, vías, conectividad y una nueva Carta Constitucional que garantice las reformas que la paz reclama. Debemos pensar en el poder de la unidad cívico-militar… No se trata solo de apoyar un gobierno de coalición democrática, sino de participar en él. Las armas -como decía el Libertador- deben ser colocadas en defensa de las garantías sociales.
No se dejen utilizar por guerreristas de derecha, ni por la potencia del norte que quiere empujarnos a una absurda guerra fratricida contra Venezuela. Hace 200 años Colombia y Venezuela lucharon juntas, como hermanas, por la libertad bajo el genio de Simón Bolívar. Ojalá nos uniéramos como en el pasado, para motivar con el ejemplo la unidad latinoamericana y caribeña, para defender con fuerza nuestra independencia y libertad, nuestra soberanía como patria grande y el derecho a la paz.
Que Duque no se salga con la suya pasando de agache -ampliando cuarentenas por el coronavirus- la explicación que le debe al país por aceptar en su campaña política, dineros del narcotráfico aportados por su amigo, el mafioso Ñeñe Hernández. Ese presidente sinvergüenza, debiera renunciar.
Desde Marquetalia con Bolívar, con Manuel, LA LUCHA SIGUE.