DÍA DEL DERECHO UNIVERSAL DE LOS PUEBLOS A LA REBELIÓN ARMADA
Hace 13 años el comandante Manuel se fue con el sol del 26 de marzo, tras haber luchado toda su vida por la Nueva Colombia, la que todos hemos soñado en paz, justicia social y democracia, dejándonos la estrategia de su Campaña Bolivariana para alcanzarla.
El objetivo es el mismo: la toma del poder para el pueblo, y las dos vías para lograrlo son también las mismas: la vía de las armas y la del gran acuerdo político nacional. Y aunque en este camino se haya desatado la tormenta de la traición, la meta sigue allá, esperando, alumbrada por los relámpagos.
En homenaje al comandante Manuel Marulanda Vélez, el maestro de la guerra de guerrillas móviles, un grupo de luchadores de Nuestra América y de Europa, resolvió instituir el 26 de marzo como el día del derecho universal de los pueblos a la rebelión armada.
Mientras viva la lucha armada como derecho universal, como un derecho natural, Manuel seguirá vivo, y bien vivo, en el pensamiento militar y político de los guerrilleros y guerrilleras de la FARC-EP, Segunda Marquetalia, que hacen suyo el pensamiento del Libertador Simón Bolívar cuando conceptúa que: «El hombre social puede conspirar contra toda ley positiva que tenga encorvada su cerviz, escudándose con la ley natural…» «Sin duda es algo severa esta teoría, -dice Bolívar- pero aun cuando sean alarmantes las consecuencias de la resistencia al poder, no es menos cierto que existe en la naturaleza del hombre social un derecho inalienable que legitima la insurrección».
La rebeldía frente a regímenes injustos y tiránicos, es un derecho universal irrenunciable, que no puede ser arrojado a la deflagración del olvido, y es al mismo tiempo una bofetada a cierta izquierda pusilánime, que por artificios sicológicos y mediáticos, se cree derrotada, y que atrincherada en su cobardía, duda de la capacidad de lucha de los pueblos.
El triunfo de la estrategia de Manuel no se ha difuminado en el aire. Su fuerza material -que es la unidad de las rebeldías empuñando el decoro-, y su fuerza espiritual -que es el sueño de vida digna de los colombianos tremolando como bandera al viento-, siguen ahí bajo el firmamento, como energía cinética contenida, pero cada vez más poderosa, esperando el impulso inicial de la nación en masa, para activar su movimiento irrefrenable e irresistible hacia la destrucción de mal gobierno y la instauración de uno nuevo, que sea amoroso con su pueblo, garante de la paz, incluyente y justo.
Vivimos el tiempo del despertar de las conciencias y del fin de la resignación. El soberano es el pueblo, y el pueblo es el que puede. ¿Quién dijo que gobernar al país era potestad exclusiva de las oligarquías? Que se acabe el tiempo de los atropellos contra el pueblo y se establezca el fin de la impunidad. Tenemos derecho a un gobierno que gobierne para todos y no solo para la avaricia y la ausencia de sentido común de los poderosos.
Debemos salir de los huecos y catacumbas de la exclusión deshaciéndonos de las cadenas de la manipulación mediática para luchar unidos y resueltamente por una patria nueva. Eso no lo harán las oligarquías por nosotros. Necesariamente tendremos que convertirnos en nuestros propios libertadores, si queremos justicia y humanidad.
El pacto, el acuerdo político nacional, es el primer paso para la construcción de la patria del futuro de nuestro anhelo colectivo. La unidad de todos bajo una sola bandera es la clave de la victoria. Ella es la potencia transformadora, es la fuerza del cambio que puede llevar al Palacio de Nariño a ese nuevo gobierno que queremos para que, inaugure una nueva era de paz, justicia social, democracia y soberanía. Unidad, Unidad, Unidad, debe ser nuestra divisa. Unidad del movimiento social y político, unidad y lucha de los campesinos, los obreros, las mujeres, los estudiantes, los indígenas, los trabajadores de la salud, los profesores y catedráticos, los militares y los guerrilleros, los cristianos y no creyentes, los transportadores, y el universo de aquellos que luchan por sus derechos, para que, al fin, un cambio político y social favorable, nos abrace a todos.