El 21 de mayo del 2021, organizaciones de defensa de derechos humanos registraban 2.905 casos de violencia por parte de las Fuerza Pública -sin incluir desapariciones-. Suman víctimas de violencia física, las detenciones arbitrarias, intervenciones violentas, agresiones oculares, violencia sexual, disparos de armas de fuego y violencia basada en género. Ese 21 de mayo, en 24 días de paro, se contabilizaron 43 homicidios cometidos por la Fuerza Pública. En la carrera séptima de Bogotá se pintó que nos faltaban 379 personas desaparecidas.
Pero el pueblo resiste. Los jóvenes resisten y están levantando con su convicción y sacrificio, una Colombia Nueva. Los portales del Transmilenio, que generan riqueza a grandes familias del sector privado con el sudor cotidiano de los trabajadores y trabajadoras de Bogotá, han sido convertidos en ejemplos de dignidad y resistencia.
El monumento a los Héroes en la Capital se construyó cuando fue derrocado Laureano Gómez y enumera una a una las batallas que llevaron a la independencia a nuestros países, comandadas por el Libertador Simón Bolívar: la Batalla de Boyacá, como cada noche, en el portal de las Américas; la Batalla de Carabobo, como cada disparo esquivado en Siloé; la Batalla de Bomboná, como cada escudo en el barrio Calipso; la Batalla de Pinchincha como cada canto contra el ESMAD en Medellín; la Batalla de Junín, como cada bloqueo en la Panamericana; la Batalla de Ayacucho como cada caravana humanitaria. Las batallas de los jóvenes colombianos se concentran en el monumento de los Héroes, de un lado frente a la escultura ecuestre de Bolívar y del otro, frente al mural de los ojos descubiertos del futuro latinoamericano. Por otro flanco está pintada la ignominia del Estado colombiano: 6.402 hombres y mujeres, víctimas de los denominados falsos positivos, que no es otra cosa que el disfraz de un genocidio de Estado que segó la vida de inocentes que fueron presentados ante los medios como guerrilleros muertos en combate. Una Fuerza Pública que mata por bonos, ascensos, viajes y vacaciones, al futuro que prometió proteger.
Dos jóvenes: El primero, el joven Pedro Antonio Marín, tenía 18 años cuando se sumó a la resistencia contra la violencia política desatada por la oligarquía luego de asesinar a Jorge Eliécer Gaitán, tribuno del pueblo y capitán de las multitudes. El segundo, Hernando González Acosta, universitario que se integra a la resistencia guerrillera junto al líder obrero Jacobo Arenas y participa en la fundación de las FARC. Ambos ejemplos de la juventud inconforme, sufrida, con convicción y conciencia de que la normalidad que nos quieren imponer es una atrocidad.
El Estado colombiano siempre ha disparado bombas y metralla contra la juventud. En las calles se ve cómo el arma del soldado y el policía se suma a la del paramilitar y el narcotraficante, que disparan desde las ventanas de los edificios, desde las camionetas blancas, desde los negocios oscuros. Desaparecen, asesinan y torturan a la juventud frente a los ojos del pueblo, que ya nunca más estarán cerrados, indiferentes e impávidos. Al contrario, el país los ve. Los ve hoy más que nunca.
En el año 48 como en la actualidad, la juventud lucha por cambios sustanciales que generen otras condiciones en lo político, económico, cultural y militar de la vida colombiana. El pueblo ratifica en las calles que a la oligarquía colombiana hay que arrancarle lo que históricamente nos ha negado. Tenemos que imponerles la paz, y evitar que el río Cauca sea convertido otra vez en cementerio flotante.
Llegarán voces de estigmatización y también de falsa condescendencia, vestidas de «comprensión» y de «interés por escuchar a los jóvenes». Advertimos con respeto que ningún programa, subsidio y migaja presupuestal compensa los jóvenes ajusticiados, desaparecidos y maltratados por el Estado. El Estado ha incumplido históricamente sus compromisos; nosotros somos el último ejemplo.
Ya no solo es Puerto Resistencia en Cali o el Portal de la Resistencia en Bogotá, en todas las ciudades hay puntos de lucha, de resistencia. Han vencido el miedo, como lo señala el libertador Simón Bolívar, para impulsarnos hacia nuestros anhelos: «echemos el miedo a la espalda y salvemos la patria».