En conmemoración al 45 aniversario de los trágicos sucesos ocurridos en la Ciudad de México, el 10 de junio de 1971, fecha en que el gobierno asesino – ese que continúa reprimiendo y desapareciendo a luchadores sociales – reproducimos aquí el artículo publicado el 22 de junio de 1979, en el Nepantla n° 5. Testimonio de la compañera Lía, militante de las FLN, que participó en las movilizaciones estudiantiles de la época y que, al igual que muchas y muchos más luego de estas duras experiencias, decidió ¡Vivir por la patria! o ¡morir por la libertad!
ANTECEDENTES
El movimiento estudiantil de 1968 había permitido a diversos sectores de la población plantear sus demandas, que a lo largo de julio a octubre eran cada vez más directas y agresivas, cada vez mostraban el ascenso de un movimiento que amenazaba con salirse de loa márgenes tolerables al Estado. Su aniquilamiento a sangre y fuego, cerró por mucho tiempo la posibilidad de volver a tomar la calle como foro público, ante la amenaza de una represión de esas proporciones.
La toma de posesión de Luis Echeverría Álvarez y sus pronunciamientos por la libertad, los derechos del pueblo, etc., hacían pensar que con Díaz Ordaz se iba la mano dura, la represión. De nuevo era posible mostrar el desacuerdo públicamente, de nuevo la calle se volvía el medio más importante para plantearlo; el 4 de noviembre de 1970 se organiza la primera manifestación, en apoyo a los obreros de “Ayotla Textil”. Los manifestantes llegan a dos mil y parten del Casco de Santo Tomás. En la columna van jóvenes, que pese a las amenazas de Mendiolea (subjefe de la policía), lanzan gritos provocadores y conducen la columna al puesto en donde por primera vez hacen su aparición los tristemente célebres halcones, que ensayan en el mismo lugar que siete meses después sería escenario de la matanza del “jueves de corpus”. La nota periodística al respecto se pierde en las planas interiores y el hecho pasa casi desapercibido; sin embargo queda claro para muchos la existencia de este grupo paramilitar, perfectamente entrenado y formado por jóvenes que podrían pasar por estudiantes, pero fácilmente identificables entre ellos.
Desde 1970, la Universidad Autónoma de Nuevo León venía arrastrando una serie de problemas internos que iban, desde el adeudo de salarios atrasados, hasta la reclamación de una participación igualitaria de maestros y alumnos en el Consejo Universitario. El nombramiento de un rector antipopular hace que el conflicto rebase el ámbito regional, creando un movimiento de solidaridad en los centros estudiantiles del país. En el Distrito Federal, los Comités de Lucha de la UNAM, el IPN, Chapingo, la UIA, etc., forman el COCO (Comité Coordinador de Comités de Lucha) que decide organizar una manifestación el 10 de junio, en apoyo a la Universidad de Nuevo León, ante la instransigencia del gobernador de Nuevo León para resolver el problema, la marcha es ratificada el 27 de Mayo.
Así las cosas, el gobierno central decide tomar carta en el asunto y enviar al Secretario de Educación Pública a solucionar el problema, ante la amenaza de un conflicto nacional, de las dimensiones de 1968. El Congreso de N.L. en sesión extraordinaria, apresuradamente hace una componenda el 8 de junio, destituyendo al rector, provocando la renuncia del gobernador y aprobando una nueva Ley Orgánica. La causa fundamental de la manifestación del 10 de junio es desaparecida al vapor y se espera que no se lleve a cabo, sin embargo en la última asamblea del COCO, después de fuertes discusiones entre fracciones diferentes, gana el punto de vista del Partido Comunista y otros grupo y se llaga al acuerdo de efectuar la manifestación.
Las consignas entonces se volvieron confusas: amnistía a los presos políticos, rechazo a la reforma educativa burguesa, paridad maestros-alumnos en los consejos universitarios, solidaridad con los obreros de Ayotla Textil. El apoyo a la UANL queda reducido a la “derogación de la nueva Ley Orgánica de la UANL”. El 7 de junio empezaron a aparecer volantes en la ciudad, anunciando el acto y pidiendo la solidaridad de todos los sectores populares. La manifestación partiría del Casco de Sto. Tomás a las 17 horas para llegar al Monumento de la Revolución.
10 DE JUNIO
Eran las 16:30 cuando centenares de jóvenes empezamos a llegar al lugar de la cita, la mayoría veníamos a pie pues habían ya cerrado (cercado) el área al tránsito de cualquier vehículo que no fuera oficial (policía, S.S., halcones). Todos llegábamos en grupo entusiastas ¡al fin recuperábamos la calle!.
Minutos después fueron llegando más compañeros con noticias poco felices: acababan de ver grupos de “halcones” en la Alameda Central y en Sta. María, además de varias patrullas y camiones de granaderos; poco a poco las noticias se hacían más alarmantes. Por los cuatro costados se encontraban numerosos policías. Se empezó a discutir ahí mismo la conveniencia de suspender la marcha ante la evidente provocación. Todos empezamos a sentir la sensación de que las cosas no marchaban tan bien como lo habíamos esperado; sin embargo por los magnavoces portátiles, los organizadores explicaban que todo era una provocación que no hiciéramos caso, que la manifestación era pacífica. Los gritos con consignas confusionistas y la ignorancia de muchos respecto a lo que podría ocurrir, nos hacían pensar ingenuamente en la imposibilidad de que el gobierno repitiera los crímenes de 68; después de todo eran derechos constitucionales irrenunciables la libertad de expresión y de reunión.
A las 17 hrs. se empezaron a formar las contingentes de escuelas, facultades, organizaciones obreras, etc. Era la primera vez que mi hermana y yo asistíamos a una manifestación y no teníamos un grupo especial al cual integrarnos. Nos unimos entonces al primer contingente después de la Facultad de Economía en donde encontramos algunos conocidos. Nos tomamos de los brazos formando cadenas como de 15 gentes, gritábamos las consignas, comentábamos y preguntábamos quienes eran los “halcones”, pues muchos no sabíamos de su existencia. Nadie imaginaba lo que iba a ocurrir. Eran las 17:10 cuando se empezó a avanzar por Carpio para tomar la Avenida de los Maestros. Se habían dado ya instrucciones de no responder a las provocaciones, incluso se hablaba de jóvenes que tenían una cinta en el brazo izquierdo, eran agentes y había que denunciarlos. Teníamos confianza en que la organización y disciplina permitirían seguir sin ningún contratiempo; al dar la vuelta por la avenida, vimos al fondo de Carpio una columna de granaderos que cerraban la calle por ese lado.
La primera parada fue en Díaz Mirón, en donde se notificó a los que encabezaban la marcha, que ésta no estaba permitida, que no siguiéramos. A los que no alcanzamos a oír esto, se nos informó que la marcha seguiría, se vocearon aún más fuertes las consignas y se empezó a entonar el Himno Nacional. Seguimos la caminata y conforme avanzábamos las bocacalles que salen a Av. De los Maestros, la escena de Carpio se repetía. Mi hermana y yo habíamos quedado del lado contrario a la normal, de tal forma que veíamos perfectamente lo que ocurría. A estas alturas el temor empezó a adueñarse de nosotros, era evidente que algo ocurriría. Al pasar por Sor Juana, le dije que pasara lo que pasara no me soltara. Antes de llegar a Amado Nervo, la columna de adelante que ya había llegado hasta ahí fue rota por los primeros grupos de halcones. El movimiento nos hizo retroceder de nuevo hasta Sor Juana de una forma desordenada; pero alcanzamos a ver cómo la fila de granaderos se abría para dar paso al segundo grupo de atacantes que blandían grandes varas dirigiéndose a donde estábamos nosotros. Tomadas de la mano corrimos a una tienda, que alcanzó a cerrar la cortina antes de que entráramos; nos quedamos paradas junto a la pared buscando en dónde meternos: enfrente estaban los muros de la Normal, a la derecha la esquina de Sor Juana y Av. De los Maestros, en donde los halcones golpeaban brutalmente a los manifestantes. Era tanta la confusión que primero no alcanzamos a distinguir quién era quién, buscamos con la vista a nuestros compañeros, hubo un momento en que el grupo paramilitar se replegó y corrimos a detener a un estudiantes que gritaba impotente. Mi hermana se adelantó y a mí me detuvo un compañero que a empellones me metió a una vecindad, pero al darme cuenta de que estaba sola volví a salir y me volvieron a detener. Le expliqué al “chavo” que tenía que ir por mi hermana, me acompaño y la encontramos; pero ella estaba tan enojada que se resistía a venir, tuvimos casi que arrastrarla. Una vez adentro de la vecindad empezamos a organizarnos; tres de nosotros iríamos a ver cómo estaban las cosas afuera, casi no se oía nada, parecía que todo había acabado. Ya dispuestos a salir, oímos el primer disparo. Unos no podían creer que fueran tiros de arma de fuego y decían que eran “palomas”, sólo para asustarnos; sin movernos esperamos algunos segundos y se volvieron a oír los tiros ahora acompañados de gritos. Nos atrevimos a abrir la puerta y vimos como afuera había una lucha dispareja entre muchachitos de preparatoria y los prepotentes halcones; pero ni una arma de fuego; pese a las persistentes ráfagas. De pronto un jovencito que corría trabajosamente venía hacia la vecindad, y tenía el pantalón lleno de sangre. Lo habían herido. Cayó unos metros antes de llegar. Corrimos a levantarlo y lo metimos, en el momento en que un grupo de halcones al darse cuenta corrían hacia nosotros. Cerramos apresuradamente y llevamos al muchacho al último cuarto-vivienda, en donde nos metimos como 8 gentes. La señora que ahí vivía trataba de calmarnos y nos ofrecía café. El lugar era tan reducido y sin ventilación que pronto empezó a cargarse el ambiente. La dueña nos decía que no nos preocupáramos, que ahí no iban a entrar, pues en 1968 nunca lo habían hecho. Seguimos oyendo tiros, a veces espaciadamente y de pronto se intensificaban. Alguien dijo que si traíamos credencial de estudiantes había que deshacerse de ellas, pues eran a éstos a los que más les daban en el caso de que nos agarraran. Yo me negué a hacerlo y propuse que se las dejáramos a la señora o nos las lleváramos, pues en el caso de que nos pasara algo, incluso si nos mataban, por lo menos sabrían quiénes éramos y la señora podría avisar; ella nos decía que sí, pero que por lo pronto tratáramos de calmarnos y nos quedáramos ahí el tiempo necesario, mientras pasaba todo. La impotencia que sentíamos, nos impulsaba a querer salir; pero la cordura nos detenía. Después de una media hora o tres cuartos de hora, dejan de oírse los tiros por un tiempo bastante largo. Entonces decidimos salir de dos en dos y atravesar hasta la Normal, con la esperanza de encontrar ahí más compañeros; la señora nos pedía que esperáramos un poco, pero nuestra angustia era tal que salimos con el compañero herido, que nunca se quejó (nunca lo volví a ver). Primero salieron dos con él, después mi hermana y otro muchacho y seguíamos yo y otra muchacha; los otros ya habían entrado a la Normal, y era nuestro turno. Íbamos a la mitad cuando se empezaron a oír de nuevo los tiros. Yo me detuve y mi compañera siguió corriendo, alcanzando a entrar. Cuando empecé a correr, apareció un coche pequeño junto a mí y un señor que me invitó a subir, sin pensarlo, lo hice. Me preguntó que a dónde iba y le dije que enfrente; luego me preguntó qué hacía ahí, y me dí cuenta de que los únicos que podían andar circulando libremente por la calle, no eran precisamente hombres de buena voluntad. Le inventé que había ido a la modista para hacerme un vestido y que no entendía qué estaba pasando. Tuvo que meterse a la Normal, pues San Cosme era campo de batalla. Bajé y me reuní con los demás, que estaban muy asustados porque yo no llegaba y además porque en ese momento entraba una ambulancia seguida por un grupo de halcones que evidentemente pretendían pararla. Tuvimos que quedarnos en el patio. Algunos delos que habían estado todo el tiempo adentro, nos pidieron que nos identificáramos, lo hicimos y les preguntamos qué estaba pasando. Nos explicaron que habían cerrado todas las salidas y que una vez que habían desintegrado la marcha con “bastones eléctricos”, las gentes corrieron a refugiarse donde pudieron; entonces empezaron los disparos y las persecuciones. A algunos los alcanzaron en las entradas del Metro, que habían sido cerradas; ellos habían visto cómo sacaban a los heridos de las ambulancias, como lo habían intentado con la que acababa de entrar. De pronto, por la puerta por donde habíamos llegado empezamos a oír los gritos que lanzaban unos 20 jóvenes con varas, y tuvimos que correr, hasta la salida que da a San Cosme. Afuera había más halcones, que agarraron a los primeros que salieron. Nosotros seguimos corriendo hasta el camellón, en donde nos detuvimos. La calle estaba prácticamente vacía. A la altura de Melchor Ocampo había varias patrullas que cerraban el paso; atrás, en la Normal, los halcones se adueñaban de las instalaciones, frente a nosotros, todos los locales estaban cerrados. De pronto, vimos un auto que venía en dirección Poniente-Oriente y le hicimos la seña de que se parara. Unos cuantos metros adelante se detuvo y se echó en reversa. El chofer dijo que subiéramos. Éramos cuatro: mi hermana, yo, un muchacho y una chica. Nos subimos y arrancó. Un poco antes de llegar a la barrera sentimos un fuerte golpe en el coche; le habían lanzado algo; pero no se detuvo, sólo hizo una seña y gritó una mala palabra. Al llegar al cordón, hizo de nuevo la seña y mostró algo, lo dejaron pasar sin ningún contratiempo. Nos dimos cuenta de que era agente. Nos preguntó que hacíamos y le contestamos que nunca pensamos que las cosas se irían a poner así. Preguntó a donde queríamos que nos llevara y le dijimos que al Monumento a la Madre (fue lo primero que se nos ocurrió, pues estábamos casi enfrente del lugar). Sin más se paró y bajamos en el monumento. La normalidad y tranquilidad de la calle nos hirió profundamente. Nadie sabía lo que estaba ocurriendo un poco más atrás. Mi pantalón beige estaba manchado de sangre del herido que nunca más volví a ver.
Al día siguiente, las averiguaciones, las renuncias, protestas, desplegados, etc.. Igual que en 1968, no se aclaró lo ocurrido, ni se señaló a los culpables, ahora la mayoría de ellos son altos funcionarios y la gente ha olvidado. El extravío del “Expediente 10 de junio” fue anunciado la última semana de mayo por la Sría de gobernación y la manifestación para conmemorar la fecha apenas fue mencionada.
El punto es recordar que lo importante no es tomar la calle, sino luchar por la toma del poder.