OPERACIÓN BALLENA AZUL. LAS ARMAS DEL CANTÓN NORTE
Por HOLLMAN MORRIS
Reedición digital a cargo del Colectivo Juvenil Carlos Pizarro Leongómez
El robo de las armas al Cantón Norte de las Fuerzas Armadas de Colombia por parte del movimiento guerrillero M-19 el día de año nuevo de 1979, fue un golpe quizás sin precedentes en la lucha guerrillera latinoamericana. Los episodios que hacen parte de estos espectaculares hechos hasta ahora permanecen inéditos. Y es que a lo largo de estos sucesos de la vida real -que parecen ficción-, se sabe y se entiende cómo y desde cuándo se están violando en Colombia los derechos humanos por parte de quienes, precisamente, deberían ser sus guardianes. Y al mismo tiempo, dentro de los mismos hechos de la subversión, germina la actitud colectiva de nuestra sociedad en una búsqueda, si se quiere incipiente, de eso que llaman "una cultura por los derechos humanos" y que irónicamente fue posible a la luz de las torturas a que fueron sometidos los reales y presuntos participantes en el robo de las armas al Cantón Norte del Ejército en Bogotá, así como el concepto de diálogo para la paz, impensable hasta entonces.
Es la historia protagonizada por unos jóvenes que se jugaron el todo por el todo por una causa en la cual creían. Consideré que esta historia debería ser contada, pues a partir de ella, el país (cuya historia es una guerra de doscientos años), se prepara para hablar de amnistías, de conciliación y de perdón. Fueron ellos, los protagonistas de nuestra crónica, quienes a propósito de los hechos propusieron "un gran Diálogo Nacional" para construir la paz, idea que hoy es tan urgente, o más, que hace veintiún años, y que debe construirse entre todos los colombianos.
El meridiano de la paz colombiana pasa sobre el lomo azul de la ballena de nuestra historia. La fuerza de los hechos que produjo, incluidos la guerra y las repugnantes torturas que ella nos recuerda, no han dejado y no podrán dejar vencedores nunca.
Este trabajo es fruto de unas entrevistas con varios de los protagonistas directos de los hechos que se narran; de ahí mi interés en preservar el lenguaje puro y llano de los entrevistados, gente humilde en algunos casos, estudiantes en otros, políticos, artistas o intelectuales en algunos más.
También recoge las versiones profesionales y los testimonios periodísticos de los cronistas y reporteros de hace veintiún años, colegas con los cuales pude recrear sus recuerdos...
En este aspecto deseo hacer claridad en relación con algunas de mis fuentes: por algún tiempo fui reportero periodístico del tele informativo A.M.P.M. de la televisión colombiana, tiempo durante el cual enriquecí inmensamente mis experiencias profesionales y humanas para lo cual conté con el privilegio de tener como director al amigo y escritor Germán Castro Caicedo y en la parte administrativa a Esther Morón, persona protagonista de los hechos que se narran en este trabajo. Con ellos llevé a cabo conversaciones informales y casuales sobre los acontecimientos que narro, sin el propósito entonces de reconstruirlos. Germán, en cambio, obtuvo de Esther un conversatorio formal con la idea de publicar posteriormente, idea que se quedó en simples borradores que, cuando Germán supo de mi interés por el caso y que por mi cuenta llevaba hechas algunas otras entrevistas e investigaciones, resolvió, con generosidad y sin condiciones, cedérmelos tal cual esos apuntes se encontraban. Así que buena parte de este escrito corresponde a esas fuentes por lo cual me siento agradecido y con el deber de hacer la aclaración necesaria. Aunque de los apuntes de Germán obtuve los elementos para mi propia recreación histórica, comuniqué a Esther los detalles de mi trabajo y de hecho revisó la totalidad de los originales que ahora publico. Son explicaciones debidas al lector y a las fuentes, pero ante todo, a mis directivos en el trabajo de entonces y a los amigos -Esther y Germán- a quienes tanto debo y cuya presencia en estas páginas le dan solidez histórica a la crónica que me impuse.
...Y en el cruce de tantos recuerdos y lenguajes se puede verificar una vez más, con asombro, que la realidad sigue superando la ficción.