País
Los relatos de Fray Antonio Puigjané
Con un oído en el evangelio y el otro en el pueblo
Biblioteca
Fondos bibliográficos
Autor
Rosales, Juan [Entrevista]
ISBN
9789509768048
Localizador
Bib-01/1
Núm. Páginas
105 pp.
Datos de Edición
Buenos Aires: Editorial Antarca, 1986. [Colección testimonios de Antarca]
Contenido
Este libro inusual es el relato que de su vida hace un capuchino, un fraile, un cura argentino, mejor dicho, cordobés, pero quizás catalán por sus ascendientes familiares, y seguramente de Asís por su predecesor y maestro, San Francisco. Una vida, en fin, múltiple, variada, intensa, siempre en las primeras filas de la historia popular de nuestros días.
Escribo estas líneas y tengo presente al padre Antonio, sus ojos dulces y a veces pícaros, nunca agresivos, el barbudo rostro sonriente, nunca exaltado, el alma cálida, llena de amor y comprensión y no soliviantada por el dolor, incluso el dolor de su enfermedad que le impide casi caminar. Y sin embargo, entre mate y mate me va contando despacito, serenamente, cosas tristes, escenas de miseria y tragedia de la vida del pueblo, crímenes inauditos de obispos, sacerdotes y religiosas, de laicos, trabajadores, muchachitos, niños, el drama de las Madres, la dura batalla por los derechos humanos.
Cuenta de alguna jerarquía insensible, atada a la oligarquía, sacralizadora de la injusticia. Pero los ojos y la boca se le llenan de risa y de alegría cuando habla del pueblo humilde con el que se encontró tras los años aislados del seminario, cuando recuerda los humildes campesinos de La Rioja, los muchachos de la villa, las Madres incansables en la plaza y en las calles, los jóvenes obreros y estudiantes con su fusil erguido defendiendo Nicaragua, Fidel conversando sobre el papel de los cristianos en la revolución o el Padre Ernesto Cardenal explicando cómo el marxismo se puede convertir en un instrumento de la fe liberadora...
Así comenzó la cosa, entre mate y mate, conversando, descubriendo de pronto que hay sobra de material para un librito modesto tal vez, útil para el cristiano sensible, para el marxista, para todo aquel que ame a su patria, su pueblo, su porvenir. Y desgrabando los cassettes, vi que no eran necesarias mis preguntas, que era preferible, con ciertos toques de redacción, dejar que circulara fluidamente el pensamiento claro, lúcido, quemante a veces, fraterno y estimulante siempre del P. Antonio, un hombre valiente y limpio, jugado por su pueblo, del que me honro en ser amigo, y al que quisiera siempre a mi lado, en las duras y las maduras, porque es un consuelo en la adversidad y un aliciente en la lucha. Y no es un misterio que Antonio y yo discrepamos en cosas prioritarias, aunque coincidimos, creo, en las decisivas.
En todo caso hago mías estas conclusiones que extrae el gran poeta comunista francés Luis Aragón, que compartió con varios cristianos el dolor del presidio y la alegría de la Resistencia. Dijo poco después de la Liberación: "No me avergüenza decir que hoy día respeto, que he aprendido a respetar esta fe suya que no compartiré jamás. Lo que hay de generoso, de humano en esa fe divina... Lo que ante el enemigo de mi nación cantaba al unísono de mi incredulidad: una concepción del mundo que pueden tener el comunista y el cristiano, pero el nazi jamás...".
Juan Rosales
Agosto de 1986
Escribo estas líneas y tengo presente al padre Antonio, sus ojos dulces y a veces pícaros, nunca agresivos, el barbudo rostro sonriente, nunca exaltado, el alma cálida, llena de amor y comprensión y no soliviantada por el dolor, incluso el dolor de su enfermedad que le impide casi caminar. Y sin embargo, entre mate y mate me va contando despacito, serenamente, cosas tristes, escenas de miseria y tragedia de la vida del pueblo, crímenes inauditos de obispos, sacerdotes y religiosas, de laicos, trabajadores, muchachitos, niños, el drama de las Madres, la dura batalla por los derechos humanos.
Cuenta de alguna jerarquía insensible, atada a la oligarquía, sacralizadora de la injusticia. Pero los ojos y la boca se le llenan de risa y de alegría cuando habla del pueblo humilde con el que se encontró tras los años aislados del seminario, cuando recuerda los humildes campesinos de La Rioja, los muchachos de la villa, las Madres incansables en la plaza y en las calles, los jóvenes obreros y estudiantes con su fusil erguido defendiendo Nicaragua, Fidel conversando sobre el papel de los cristianos en la revolución o el Padre Ernesto Cardenal explicando cómo el marxismo se puede convertir en un instrumento de la fe liberadora...
Así comenzó la cosa, entre mate y mate, conversando, descubriendo de pronto que hay sobra de material para un librito modesto tal vez, útil para el cristiano sensible, para el marxista, para todo aquel que ame a su patria, su pueblo, su porvenir. Y desgrabando los cassettes, vi que no eran necesarias mis preguntas, que era preferible, con ciertos toques de redacción, dejar que circulara fluidamente el pensamiento claro, lúcido, quemante a veces, fraterno y estimulante siempre del P. Antonio, un hombre valiente y limpio, jugado por su pueblo, del que me honro en ser amigo, y al que quisiera siempre a mi lado, en las duras y las maduras, porque es un consuelo en la adversidad y un aliciente en la lucha. Y no es un misterio que Antonio y yo discrepamos en cosas prioritarias, aunque coincidimos, creo, en las decisivas.
En todo caso hago mías estas conclusiones que extrae el gran poeta comunista francés Luis Aragón, que compartió con varios cristianos el dolor del presidio y la alegría de la Resistencia. Dijo poco después de la Liberación: "No me avergüenza decir que hoy día respeto, que he aprendido a respetar esta fe suya que no compartiré jamás. Lo que hay de generoso, de humano en esa fe divina... Lo que ante el enemigo de mi nación cantaba al unísono de mi incredulidad: una concepción del mundo que pueden tener el comunista y el cristiano, pero el nazi jamás...".
Juan Rosales
Agosto de 1986