Guatemala, escuela revolucionaria de nuevos hombres

Con el Ejército Guerrillero de los Pobres, 1981-1982

Biblioteca
Fondos bibliográficos
Autor
Andersen, Nicolas
ISBN
9789684271029
Localizador
Bib-01/2
Núm. Páginas
151 pp.
Datos de Edición
México D.F.: Editorial Nuestro Tiempo, 1983. [2a. edición]
Contenido
Con frecuencia se piensa que la guerrilla es sólo una variante de la lucha armada y aun no faltan quienes creen que es una forma de terrorismo. El presente testimonio sobre la experiencia del EGP (Ejército Guerrillero de los Pobres), tiene entre otras la virtud de que en muy pocas páginas deja claro que la guerrilla, si bien sería imposible sin una educación militar, es en primer lugar una compleja forma de organización, en la que la formación y la acción política de sus integrantes son siempre lo esencial.

La guerrilla no es desde luego una lucha improvisada o espontánea en la que sólo cuenten el valor y la audacia de quienes en ella participan. Es un esfuerzo político organizado y sistemático que reclama militancia, altos niveles de disciplina y de conciencia revolucionaria y capacidad para el sacrificio, o en otras palabras, es una organización de vanguardia sin la cual sería imposible conquistar el poder.

Todavía más: la guerrilla es, sobre todo para quienes llevan años en ella, una nueva forma de vida. El guerrillero vive sin casa, sin lugar fijo, siempre a la intemperie y en estrecho contacto con la naturaleza, que no siempre es la mejor compañera. En ese proceso, hombres y mujeres comunes y corrientes pero a quienes distingue la firmeza de sus convicciones y la entrega a su causa, aprenden a hacer nuevas cosas, se preparan para futuras acciones y se transforman en un nuevo tipo de seres humanos.

En la guerrilla guatemalteca se estudia, se combaten prejuicios y desviaciones como el egoísmo, el individualismo y la discriminación racial; se cambia de actitud ante los demás, de manera de hablar, de pensar y de vivir, y cuando hay tiempo incluso se deja volar la imaginación y se escribe poesía. En esta organización se practica la verdadera democracia, aquella en la que todo es de todos, en la que todos tienen los mismos derechos y obligaciones, en la que se ejercen la crítica y la autocrítica y hay una profunda y fraternal relación entre la dirección y la base. Ahí se vive sin bienes materiales, sin dinero, sin cosas superfluas y a menudo aun sin las necesarias. Como dice el autor, lo que cada guerrillero tiene, cabe en su pequeña mochila. Pero lo que hace de ellos luchadores alegres y entusiastas es su generosidad, su profundo cariño al pueblo y su decisión de ser libres y de vivir y aun de morir con la frente en alto y dignamente.

La organización tiene desde luego una sólida base teórica que guía la acción. Pero la teoría no es algo libresco, retórico o dogmático sino una búsqueda empeñosa y creadora en una realidad concreta que es preciso conocer a fondo. La teoría no se impone de arriba abajo como algo acabado e intocable ni se traslada mecánicamente: surge y se enriquece a partir de la práctica, de las enseñanzas de la lucha cotidiana.

Los revolucionarios guatemaltecos, muchos de ellos campesinos pobres e indígenas convencidos de que sólo ellos mismos podrán conquistar su liberación, anhelan la paz y la posibilidad de vivir tranquila y constructivamente en una nueva sociedad. Y si luchan con las armas en la mano es porque el enemigo los ha obligado a hacerlo. A la violencia reaccionaria han tenido que responder con la violencia revolucionaria, porque no puede haber paz con los torturadores que hacen de la represión y aun el genocidio sus armas predilectas.

A estas horas en que, sobre todo en Centroamérica se lucha en fases diferentes pero en ciertos casos muy avanzadas ya del proceso emancipador, Guatemala merece el apoyo y la solidaridad del pueblo mexicano. Porque al igual que en El Salvador y Nicaragua, en Guatemala se lucha hoy por la libertad y la independencia de todos nuestros pueblos, como ayer lo hicieron en otras tierras de nuestra América, Bolívar, San Martín, Morelos, Juárez, Martí y Ernesto Guevara.

Del prólogo de Alonso Aguilar M.