País
Las condiciones de la violencia en Perú y Bolivia
Biblioteca
Fondos bibliográficos
Autor
Instituto Latinoamericano de Investigaciones Sociales [Ed.]
ISBN
--
Localizador
Bib-01/3
Núm. Páginas
147 pp.
Datos de Edición
La Paz: ILDIS, 1990.
Contenido
Todos los modelos societales, ya sea los inspirados en la izquierda o los promovidos por la derecha, parecen haber fracasado. Queda la urgencia de preguntar si sus resultados negativos emergen porque ellos son erróneos e inadecuados en sí mismos o, más bien, debido a que existe la respuesta consoladora de que ellos hicieron aguas por la acción irracional de las fuerzas antagónicas.
Es significativo que la guerrilla de Sendero Luminoso, surgida en un país tan hermoso y entrañable para nosotros como es el Perú, se entienda como una negación del modelo civilizatorio actual, sin embargo, ella no parece ser una alternativa frente a este último, sino más bien la expresión de una desesperación históricamente acumulada de todos quienes fueron postergados por siempre.
Sin ánimo de insertarnos en una discusión sobre los elementos teóricos que harían comprensible la violencia, es preciso expresar algunas intuiciones sobre algunos aspectos esenciales que la podrían hacer inteligible. De pronto, eso obliga a remitirse a su fondo histórico, es decir, adentrarse a la herencia de violencia recibida, a ese legado que hoy puede asumir variadas formas.
Además de ello, ya con la mente puesta en la actualidad, es ineludible incorporar el raciocinio sobre el deterioro económico de los últimos decenios, expresado en la cada vez más profunda caída del producto per cápita, el incremento del desempleo, el aumento del peso de la deuda externa, la marginalización de América Latina de las comentes del comercio internacional.
A lo descrito, se debe añadir que los sistemas políticos, a pesar de avanzar hacia la democracia, no siempre han garantizado la representación ni participación de vastos sectores sociales.
Para las clases medias, las que eran inexistentes al fundar las repúblicas independientes en el siglo pasado, todos esos fenómenos condujeron al empobrecimiento. En cambio, para las masas ya depauperadas, implicó la caída en la miseria. Así pues, recrudeció nuevamente el círculo vicioso: hambre, enfermedad, lucha brutal por la supervivencia, vida sin expectativas, particularmente para la juventud que no posee perspectivas en el futuro.
De nueva cuenta, a lo descrito hay que agregar insistentemente la crisis de las instituciones democráticas, las cuales se convirtieron en obsoletas y anticuadas, pues ellas fueron diseñadas para sociedades administrativamente más simples y verticalmente concebidas, donde el conjunto de sus estructuras, ya sea familia, Estado o gobierno, estaba marcado por los autoritarismos heredados del mundo ibérico y de ¡a organización precolombina.
El propio Estado actual, los partidos políticos, los gobiernos democráticos sustituidos por dictaduras cuando aquéllos ya no podían controlar los gérmenes de la rebelión o los levantamientos en pos de utopías; todo ello es producto y testimonio de ese pasado y presente autoritarios.
De todas formas, cada rebelión, por más equivocada que haya sido, se enfilaba a cambiar las estructuras, a lograr justicia. En muchas ocasiones y en varios países del mundo, quizás todo eso fue históricamente necesario para abrir caminos hacia la creación de la democracia.
El vistazo somero lanzado al pasado, nos hace reparar en que la violencia es estructural, impera en toda la historia de los países latinoamericanos. Sus causas añejas son diversas, en la actualidad a ellas se adicionan el deterioro de las condiciones de vida, el resquebrajamiento de las normas institucionales, el envilecimiento y pérdida de la ética de los políticos y gobernantes.
Todo ello pone en jaque a la gobernabilidad, a los partidos políticos como interlocutores "tradicionales" de la democracia. Ante esos hechos, afloran muchos brotes de desarticulación social, entre ellos, la violencia política como dato potencial o real de varios países de América Latina.
De la introducción de Heidulf Schmidt y Carlos
Es significativo que la guerrilla de Sendero Luminoso, surgida en un país tan hermoso y entrañable para nosotros como es el Perú, se entienda como una negación del modelo civilizatorio actual, sin embargo, ella no parece ser una alternativa frente a este último, sino más bien la expresión de una desesperación históricamente acumulada de todos quienes fueron postergados por siempre.
Sin ánimo de insertarnos en una discusión sobre los elementos teóricos que harían comprensible la violencia, es preciso expresar algunas intuiciones sobre algunos aspectos esenciales que la podrían hacer inteligible. De pronto, eso obliga a remitirse a su fondo histórico, es decir, adentrarse a la herencia de violencia recibida, a ese legado que hoy puede asumir variadas formas.
Además de ello, ya con la mente puesta en la actualidad, es ineludible incorporar el raciocinio sobre el deterioro económico de los últimos decenios, expresado en la cada vez más profunda caída del producto per cápita, el incremento del desempleo, el aumento del peso de la deuda externa, la marginalización de América Latina de las comentes del comercio internacional.
A lo descrito, se debe añadir que los sistemas políticos, a pesar de avanzar hacia la democracia, no siempre han garantizado la representación ni participación de vastos sectores sociales.
Para las clases medias, las que eran inexistentes al fundar las repúblicas independientes en el siglo pasado, todos esos fenómenos condujeron al empobrecimiento. En cambio, para las masas ya depauperadas, implicó la caída en la miseria. Así pues, recrudeció nuevamente el círculo vicioso: hambre, enfermedad, lucha brutal por la supervivencia, vida sin expectativas, particularmente para la juventud que no posee perspectivas en el futuro.
De nueva cuenta, a lo descrito hay que agregar insistentemente la crisis de las instituciones democráticas, las cuales se convirtieron en obsoletas y anticuadas, pues ellas fueron diseñadas para sociedades administrativamente más simples y verticalmente concebidas, donde el conjunto de sus estructuras, ya sea familia, Estado o gobierno, estaba marcado por los autoritarismos heredados del mundo ibérico y de ¡a organización precolombina.
El propio Estado actual, los partidos políticos, los gobiernos democráticos sustituidos por dictaduras cuando aquéllos ya no podían controlar los gérmenes de la rebelión o los levantamientos en pos de utopías; todo ello es producto y testimonio de ese pasado y presente autoritarios.
De todas formas, cada rebelión, por más equivocada que haya sido, se enfilaba a cambiar las estructuras, a lograr justicia. En muchas ocasiones y en varios países del mundo, quizás todo eso fue históricamente necesario para abrir caminos hacia la creación de la democracia.
El vistazo somero lanzado al pasado, nos hace reparar en que la violencia es estructural, impera en toda la historia de los países latinoamericanos. Sus causas añejas son diversas, en la actualidad a ellas se adicionan el deterioro de las condiciones de vida, el resquebrajamiento de las normas institucionales, el envilecimiento y pérdida de la ética de los políticos y gobernantes.
Todo ello pone en jaque a la gobernabilidad, a los partidos políticos como interlocutores "tradicionales" de la democracia. Ante esos hechos, afloran muchos brotes de desarticulación social, entre ellos, la violencia política como dato potencial o real de varios países de América Latina.
De la introducción de Heidulf Schmidt y Carlos